Artziniega - El “tremendo” respeto que el escultor navarro-alavés Xabier Santxotena siente por las abuelas -“porque ellas han sido, son y seguirán siendo los motores de la familia, tanto en administración de nuestros hogares como en transmisión de valores”, explica- se palpa estos días, más que nunca, en su serie escultórica de promujeres del país. Una colección de inmensos bustos de metro y medio de alto y de entre 400 y 500 kilos de peso, con la que este artista rinde tributo “a mujeres extraordinarias que han tenido poco reconocimiento social, en una sociedad matriarcal como la euskaldun”, apunta.

Entre ellas se encuentran Dolores Ibárruri La Pasionaria; la donostiarra Catalina de Erauso, a la que llamaban la Monja Alférez en el siglo de oro español; también está la protectora de los agotes Juana de Albret, la princesa calvinista que en 1570 mandó traducir la Biblia al euskera por Jon Lizarraga; así como Sor Inés de la Cruz, o la poetisa alavesa Ernestina de Champourcin de la Generación del 27 y muy allegada a Juan Ramón Jiménez; e Inesa de Gaxen, una mujer acusada de brujería que se escapó del inquisidor francés Pierre de Lancre y murió en Hendaia. A ellas se ha unido, recientemente, la propia esposa de Santxotena, la pintora Teresa Lafragua, “porque es una mujer brava, apasionada, incansable y con una amplia visión de las cosas”, dice.

Con todas ellas se ha configurado un nuevo espacio en el taller-museo Santxotena de Artziniega, con su correspondiente vídeo explicativo tanto en euskera como en castellano, de cara a dar cabida a las muchas otras que quedan por llegar. Y es que se trata de una serie “interminable”, a diferencia de su antecesora la de los prohombres del país, “de la que hice ocho y se quedará ahí, ya que hablamos de cabezones de dos metros y medio de altura y 1.200 kilos de peso”, describe Santxotena que, desde enero, anda dando forma a la máscara tributo a otra gran mujer: Graciana de Barrenetxea. Se trata de una vecina de Zugarramurdi que con más de 80 años fue acusada por el inquisidor de ser la Reina del akelarre, según la famosa sentencia del Auto de Fe que se llevó a cabo en Logroño en 1610, acusando de brujería a muchos vecinos de esta localidad navarra y de otras cercanas, que acabaron en la hoguera porque se resistieron a confesar lo que no eran. “Una auténtica salvajada que tenía de fondo falsos testimonios por pura venganza, ya que en aquellos tiempos Zugarramurdi se independizó de Urdax y eso implicaba la pérdida de tributos. Y ¡cómo no!, los maridos de estas mujeres que acabaron quemados vivos, aunque eso no lo recoge la historia, eran molineros y carpinteros; es decir, agotes”, explica Santxotena, que siempre ha considerado un orgullo descender de esta raza “maldita” de artesanos y defensores del bosque, perseguida durante siglos.

A este busto le seguirán más. “En mi taller siempre tengo entre manos dos o tres piezas a la vez, y una de ellas siempre es una mujer. En cuanto termine con Graciana, me pondré con La Pola”, adelanta, en referencia a Policarpa Salavarrieta, la heroína colombiana de la Independencia que murió fusilada con 31 años, durante la reconquista española en 1817, y de cuya historia el artista tuvo noticia “a raíz de una escultura que vi en Bogotá, donde es un símbolo de la libertad”.

Estas esculturas no son las únicas piezas nuevas que se han sumado al fondo escultórico del taller-museo Santxotena de Artziniega. De hecho, la sala de denuncia a la guerra también ha visto incorporar otras cinco creaciones. Se trata de la máscara del capital, que “completa el trío que, junto a la de los políticos y la religión, son los causantes de los desastres de las guerras”; así como otras que recuerdan las bombas nucleares de Nagasaki e Hiroshima en 1945, “esta última un mural que detalla el efecto de la radiación en las personas, basado en el relato del médico Michihiko Hachiya”; el deterioro de las casas de Alepo tras los bombardeos de Siria e Irak “con el detalle de las llaves que se llevan los refugiados, mostrando su deseo de regresar a un hogar ahora arrasado, como hicieron los judíos cuando huyeron de España en el siglo XV”; y una paloma de la paz “enjaulada y triste” que representa la guerra entre Palestina e Israel.