madrid - La guerra, la posguerra, el pueblo, la ciudad, la familia. Son los ejes que articulan la nueva novela de Sergio del Molino, Lo que a nadie le importa, un texto que pivota entre la realidad y la ficción en torno a la figura de José Molina, el abuelo materno del escritor, que también busca su propia identidad en lo que otros vivieron antes que él. La oscuridad, la de ayer y la de hoy, y los cambios de un país que en el fondo no ha cambiado tanto configuran un libro que pretende contar la historia no narrada de tantos ciudadanos olvidados tras la cruenta contienda civil y que habla abiertamente de las tres grandes características de la sociedad española del pasado siglo: el silencio, la injusticia y la soledad.
Después de La hora violeta, continúa con un relato que gira en torno a la familia, aunque desde otro punto de vista. ¿Es este un ámbito del que no quiere apartarse, al que le pide explicaciones?
-Para mí es algo natural explorar narrativamente la familia. Los grandes textos literarios están hechos de historias familiares. Aunque yo no estaba preparado para adentrarme en este mundo hasta que escribí La hora violeta. Esa novela fue un punto de inflexión muy grande que me permitió descubrir que era capaz de articular una primera persona muy potente y de conectar con el lector y llevarle a esos universos más íntimos. Realmente, llevaba mucho tiempo queriendo contar esta historia, fracasé varias veces y no sé si en esta ocasión habré acertado.
En ambas historias se desnuda ante el lector.
-En el fondo, toda la literatura tiene un componente biográfico muy grande. Luego ya depende de cómo cada cual quiera trabajarlo, hay quien lo camufla y yo lo abordo descarnadamente. No sé si la palabra adecuada es desnudarse, porque en ningún momento me siento incómodo ni violento; más bien establezco un tono de confidencia, de invitación al lector, con el que creo un clima de confianza muy grande. Estos libros los veo como conversaciones de tú a tú con quien lee.
“Calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos” es la frase que desencadena Lo que a nadie le importa. Demoledora. Ya sabía que estaba prendiendo una mecha que el lector no quería apagar hasta llegar al final.
-Por eso está. Es una frase que lleva años instalada en mí, le he dado muchísimas vueltas y tiene un efecto de seducción muy grande. Articulo el libro en torno a ella y soy consciente del poder que tiene porque es el mismo que ha ejercido en mí. Intento que el lector se sienta igual de concernido. No sé si se percibe como un artificio novelesco, porque realmente es algo muy sincero. Todo el artificio que pueda haber está orientado a que el lector sienta la misma fascinación o el mismo frío que sentí yo al escuchar esas palabras.
Hay un tremendo rencor en ellas.
-Es que esa frase condensa toda una vida. Todas las novelas se pueden sintetizar en una sola frase. Lo que tú haces como autor es intentar controlar la explosión que provoca. Yo lo percibo como una especie de big bang. Tienes unas palabras que resumen una biografía entera e incluso la historia de todo un país y lo que haces con la novela es que esa explosión no se te desmande.
Como protagonista tenemos a José Molina, un personaje que al final le resulta más fascinante que su otro abuelo, esta vez adoptivo, que fue un héroe de la Segunda Guerra Mundial.
-Sí, porque el de José Molina es un universo más cerrado, intuyes que hay algo detrás de ese silencio y de ese pasar por la vida como si nada. Por las pequeñas cosas que decía, siempre he creído que detrás de mi abuelo había una cabeza muy incomprendida que no encontró nunca en su entorno a ningún interlocutor y eso le fue haciendo polvo. Hay un mar de fondo y una tragedia tremenda detrás de este personaje; yo intento engarzar esa historia con la pequeña tragedia que puede ser mi vida también y creo que eso es lo que acaba involucrando al lector. Al final, mi pretensión es demostrar que todas las vidas son literarias y que detrás de cualquier persona hay una novela o varias. Que la literatura no la hace el tema en sí, sino cómo te acercas a él; es una forma de mirar.
El silencio es el rasgo principal del personaje; una seña de identidad autoimpuesta, pero también impuesta por la educación que recibió y por la herida de la guerra.
-Por un lado, hay un componente de miedo a expresar lo que se siente, y, por otro, es un rasgo generacional. Él nació en 1915 y fue educado en la austeridad y en la idea de que estaba muy mal visto expresar las emociones. Y nunca se planteó otra cosa ni enfrentarse a la vida de otra forma. Eso me fascina desde el punto de vista del presente. Ahora compartimos nuestras ideas y sentimientos a todas horas; somos híperexpresivos, no nos guardamos nada y hay una exhortación continua de la sociedad a que lo saquemos todo y no nos quedemos las cosas dentro. Si mi abuelo fuera a la sección de autoayuda de una librería, enloquecería, le parecería que somos todos idiotas. Ese contraste es muy interesante, hemos experimentado un gran cambio social en poco tiempo.
La novela aborda la guerra y las consecuencias en la vida de su abuelo, que no lo pasó bien a pesar de haber luchado en el bando ganador.
-De hecho, incido en que él estuvo en ese bando porque me parece su gran paradoja. Estuvo en el lado franquista porque estaba haciendo el servicio militar en Zaragoza, una ciudad sublevada, y le tocó formar parte de un ejército victorioso. Fue soldado y superviviente, porque era carne de cañón y siempre estuvo en primera línea. Y como soldado del bando ganador podía haberse aprovechado, haber fanfarroneado y tenido una vida más cómoda, pero se comportaba como un derrotado más. Vivió con mucha vergüenza y estaba muy traumatizado. De algún modo, padecía algo parecido a lo que hemos visto en las películas sobre combatientes en Vietnam. Él no cayó en el alcoholismo ni nada de eso, pero lo que vivió a los 20 años le marcó tanto que nunca consiguió encajarse del todo en el mundo.
Pues no se habla mucho de esto respecto a la Guerra Civil.
-Muchos lectores me dicen que el personaje de José es arquetípico y que hay una España que aun no ha sido narrada. Como estas personas no fueron ni héroes ni mártires ni eran luchadores por un ideal, están fuera de la épica, de la literatura. Y, sin embargo, creo que la mayoría de la población pasó por esa situación.
Ha comentado que la sociedad española ha experimentado un gran cambio social en poco tiempo y, sin embargo, viendo la que está cayendo en los últimos tiempos, parece que somos muy conformistas y asumimos sin rechistar demasiado esa máxima que le enseñaron a José los Escolapios: “en este mundo hay gente jodida y gente jodedera”.
-Pero es que España siempre ha sido conformista. Este país está profundamente marcado por el trauma de la guerra y es profundamente manso y conformista. La reacción que ha habido contra las cosas que suceden ha sido muy tibia. Si coges los parámetros macroeconómicos y el deterioro social que se ha producido en poco tiempo, cualquiera diría que el país está ardiendo por los cuatro costados. Pero no. Y creo que todo esto tiene que ver con un cierto resabio de mansedumbre, con el hecho de que nos han educado varias generaciones que durante mucho tiempo vivieron machacados. Nos acurrucamos y esperamos a que escampe.
En el texto cuenta la vida de José Molina, pero también de Sergio del Molino.
-Sí, es que la novela va de eso, de la búsqueda de la identidad y de una cosa triste que descubro, y es que yo, como todos, he intentado conformar una personalidad única, alejada de las raíces y la familia -al principio incluso declaro que quería ser francés-, y al final acabo descubriendo que mucho de lo que soy, de lo que siento, ya estaba ahí, en cómo eran ellos y en lo que me han transmitido a veces indirectamente, a través del silencio. Hay un componente determinista muy grande en el libro. A veces intentas huir de tu pasado y de tu país, pero resulta que tu pasado y tu país son mucho más rápidos que tú y acaban atrapándote. En realidad tenemos un margen de maniobra muy corto a la hora de ser adultos y libres. Darse cuenta de eso es doloroso, pero en parte también un alivio.
¿Qué aprendizaje se lleva de este viaje?
-Pues me ha ayudado a ser mucho menos idiota de lo que era. He tenido que hacer un esfuerzo para no ser nada condescendiente con José Molina. Cuando tus perspectivas vitales son tan distintas de las de tu familia, has estudiado y viajado y llevas una vida que nada tiene que ver con la suya, a veces tiendes a pensar que estás por encima de ellos, y al ver las cosas desde su punto de vista, al ponerme en su piel y en su mirada, me he dado cuenta de que les he juzgado con mucha alegría y que son mucho más complejos de lo que pensabas y que toda mi cultura y mi trayectoria no te han hecho ni mejor ni más fuerte que ellos. He entendido que hay asuntos que tienen que ver directamente con la humanidad que nos hermanan a todos y que, al fin y al cabo, la cultura y la sofisticación son idioteces.
José y Sergio coinciden en el papel tan importante que tienen las mujeres, que, como dice en el libro, son las que dan forma a la vida.
-Sí. Mi abuelo vivía en una especie de gineceo, rodeado de mujeres, y si no hubiera sido así, su carácter seguramente habría sido distinto. Y a mí me pasa un poco lo mismo. La presencia femenina es muy sutil a mi alrededor, pero creo que las mujeres son las que marcan el tono de la vida, de una familia y de una sociedad. Tradicionalmente, parece que el rol público lo han ejercido los hombres, pero quienes han configurado las personalidades son las mujeres, que han tenido siempre un poder horriblemente a la sombra, pero determinante. Literariamente, ese dominio que tienen de la casa me parece una exploración apasionante. Porque a mí me interesa lo que pasa en las casas, para el relato público ya está el periodismo.
En la novela hay mezcla de realidad y ficción, ¿como autor le interesa ese territorio transfronterizo?
-Toda recreación es una ficción, todo recuerdo es una fabulación. Cada vez que construimos un relato, eliges qué vas a contar y qué no. Yo uso estos mecanismos de manera deliberada, a partir de tres o cuatro datos evoco y creo una ficción. Me baso en hechos reales, pero soy consciente de que mis recuerdos de entrada ya están adulterados y de que luego los adultero más a propósito. En ese sentido, este es un libro fronterizo, híbrido.