bilbao - Ramiro Pinilla tenía ayer una cita en Bilbao para presentar su último libro, Cadáveres en la playa. Pero, hace un mes su editorial Tusquets recibía una llamada para retrasarla. El escritor vasco había tenido que ser ingresado en el hospital de Cruces, debido a una pancreatitis. El miércoles tuvo que someterse a una operación debido a una infección, de la que no ha conseguido recuperarse.

Ayer se conocía la noticia de la muerte del escritor, nacido en Bilbao en 1923, que se ha convertido en uno de los referentes ineludibles de la corriente renovadora de la narrativa estatal que se inició en la década de los años sesenta. Tenía 91 años y desde los 27 residía en Getxo, localidad que había convertido en su territorio de ficción en varias novelas. Su casa, Walden, llevaba el nombre del ensayo estadounidense, publicado en 1854 por Henry David Thoreau, autor que él tanto admiraba.

Todas las mañanas, Pinilla salía a pasear por las inmediaciones del Molino de Aixerrota, en Getxo. Para el escritor vasco era como un ritual tras el desayuno. Una manera de despejarse, relajarse y tomar aire antes de ponerse a crear, a recuperar historias, algunas perdidas en el olvido. Porque a pesar de su avanzada edad, nunca dejó de escribir. A sus 91 años seguía cogiendo casi todos los días el bolígrafo para rellenar cuartillas con la misma fuerza mental que cuando eran joven. “Siempre me ha gustado. Ser escritor es una afición. Nunca he dejado de hacerlo y aunque estoy jubilado lo seguiré haciendo”, explicaba a este periódico en una entrevista.

Para él la literatura era “un intento de organizar dentro de mí el caos que veo, de tratar que aquello tenga un mínimo de armonía para entenderlo yo mismo. Creo que nadie entiende la vida”, confesaba el escritor.

Pinilla recibió en dos ocasiones el Premio Euskadi de Literatura. La primera de ellas, en 2005, con La tierra convulsa, y el pasado año, por segunda vez, con Aquella edad inolvidable.

reconocimiento A Pinilla le llegó el reconocimiento en el último tramo de su carrera, con 81 años, gracias a la trilogía Verdes valles, colinas rojas (Tusquets, 2004/5), compuesta por La tierra convulsa, Los cuerpos desnudos y Las cenizas de hierro, con la que obtuvo el Premio Euskadi, el Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica. Una epopeya de más de dos mil páginas que cuenta la reciente historia del País Vasco desde finales del siglo XIX hasta el siglo XX.

Antes había escrito libros como Las ciegas hormigas (1961), con el que ganó el Nadal y el Premio de la Crítica. Después, años de silencio. “Aunque nunca quise vivir de los libros, porque sabía que era difícil, a raíz del premio me rompí literariamente”, confesó Pinilla. En 1971 publicó Seno (1971), con el que quedó finalista del Planeta, pero pronto rompería la relación con la editorial. A partir de entonces, se movería más en los círculos de la edición independiente, creó junto a su amigo y escritor, José Javier Rapha Bilbao, la editorial Libropueblo y se mantuvo alejado de los grandes eventos literarios. Pinilla compaginó la literatura con varios oficios a lo largo de su vida, desde marino mercante a administrativo en una empresa de gas y emprendió muchos negocios, pero no obtuvo mucho éxito. Era un hombre de letras, un escritor. Aunque luego llegarían trabajos como Primeras historias de la guerra interminable (1977) y Andanzas de Txiki Baskardo (1980), no fue hasta la publicación de Verdes valles, colinas rojas, cuando la crítica encumbró a Pinilla como uno de los grandes escritores en castellano de la segunda mitad del siglo XX. El autor tardó 18 años de su vida en completarla, sin tener editor, hasta que el sello Tusquets la publicó y volvió así al primer plano. Descubrió a muchos que se trataba de uno de los grandes escritores contemporáneos. Así lo confirmaron sus novelas La higuera (2006), Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera, Solo un muerto más (2009) o sus narraciones breves, Los cuentos (2011), obras todas ellas publicadas por Tusquets Editores.

Aquella edad inolvidable es tal vez su novela más emotiva, una historia sobre la desesperanza y sobre cómo salvaguardar la dignidad, y también una luminosa historia de amor, un sobrecogedor relato de familia y una memorable fábula moral.

Cadáveres en la playa (Tusquets) ha sido la última novela del escritor. Se ha publicado este mes de octubre y ha sido la última entrega de una serie de novelas policiacas, tras Solo un muerto más y El Cementerio vacío, protagonizadas por el detective-librero Samuel Esparta. A Pinilla le divertía escribir novelas policiacas durante sus últimos años, aquel género que cultivó cuando era joven.

reacciones Al conocerse la muerte de Ramiro Pinilla, las reacciones no se hicieron esperar. En un comunicado, el Departamento vasco de Educación, Política Lingüística y Cultura destacó que la obra del escritor es “reflejo de la implicación emocional y los nexos sentimentales del autor con su país y sus orígenes”.

“A lo largo de su trayectoria y en distintos formatos -añadió el Departamento de Cultura-, se mostró siempre “muy comprometido con la realidad social y política de su país, con una notable aportación a la vivencia colectiva”.

Cabe destacar que la diputada foral de Cultura, Miren Josune Ariztondo, destacó también que “Ramiro Pinilla es uno de nuestros vizcainos de referencia en el mundo de las letras a quien recordaremos desde nuestros verdes valles y rojas colinas”.

Por su parte, el alcalde de la localidad de Getxo, Imanol Landa, expresó sus condolencias y destacó la “dedicación, constancia y espíritu de iniciativa “en su labor literaria que le ha valido el reconocimiento de nuestro municipio, de Euskadi y del Estado”.

El alcalde Imanol Landa destacó que el escritor Ramiro Pinilla “siempre ha llevado a Getxo en su corazón y le ha inspirado en buena parte de su obra, convirtiéndose en un magnífico embajador de nuestro municipio”.