Vitoria - Dilatada es la trayectoria de Tomás San Miguel dentro de una música que le ha servido para cruzar fronteras y estilos. El pianista, compositor y acordeonista hace un pequeño paréntesis en su apretada agenda (hay nuevo proyecto a la vista) para charlar de su próximo regreso a Vitoria, de la creación, de la cultura...

Llega el día 20 a la programación de Ondas de Jazz, aunque no sé hasta qué punto conoce la dinámica del ciclo, quiero decir, que no acoge conciertos al uso.

-Bueno, algo nos han anticipado (risas) y hemos visto algún vídeo de audiciones anteriores. Para nosotros va a ser una propuesta novedosa. Hombre, explicar lo que uno hace no siempre es fácil, pero creo que el resultado final será muy ameno para el público. De todas formas, la mejor manera que tiene de expresarse la música es a través de sí misma. Nosotros intentaremos estar inspirados, no sólo en lo musical, y a ver qué sucede.

Tanto Jorge como usted son dos músicos de ya larga trayectoria, carrera que han compartido en más de un proyecto. Es 'Vidas en Catedrales' el que les trae a la capital alavesa.

-Éste es un proyecto que creamos hace... bueno, ya ni me acuerdo de los años y está compuesto por una trilogía que, de manera genérica, se llama así. La idea era realizar composiciones ideales para interpretar en iglesias y catedrales, y que al mismo tiempo nos sirvieran para expresarnos musicalmente dentro de nuestro terreno, que es el de la mezcla entre la composición y la improvisación. Cada concierto es distinto. Es un diálogo entre nosotros en base a unas composiciones y a momentos totalmente improvisados. A eso se une el hecho de que cada uno tenemos nuestras influencias y nuestras características, que también se unen a la conversación.

A Jorge Pardo le hemos visto tocar en Gasteiz hasta en el Gaztetxe...

-Sí, ya me acuerdo porque le pagaron con chuletas ya que no había presupuesto. Menos mal que estaban buenísimas (risas).

... y a usted le hemos tenido en su casa con distintos proyectos. Son dos intérpretes que parecen siempre dispuestos a todo.

-Jorge, desde luego sí. Yo diría que estoy dispuesto a todo lo que puedo (risas). Siempre he tenido mucha curiosidad. No iba para músico, sino que lo que quería ser era arqueólogo. Pero mi madre pinta y dibuja como una diosa y quise también ir a Bellas Artes. Pero al final la música me atrapó y no me arrepiento. Es un lenguaje maravilloso en todos los sentidos y una profesión dura a veces pero que te da muchas satisfacciones. Así que, siempre dentro de mis posibilidades, sí he sido muy ecléctico. Mi primer proyecto con la txalaparta, Lezao, era un disco casi de investigación arqueológica y etnológica donde estudié los cancioneros vascos, me serví de todas mis experiencias de mi infancia, de la música que escuchaba en Vitoria antes de salir con 16 años para Madrid. Luego me ha interesado la música clásica, la composición, el jazz, la música étnica... y me siguen interesando todas las nuevas tendencias. Y aparte de la música me gusta el diseño, dibujar... Quiero decir que todo esto no se termina nunca, que estoy siempre como empezando. La música es un lenguaje infinito.

De todas formas, ¿se siente más compositor, pianista, acordeonista o son los tres el mismo?

-Es que cada faceta es un mundo. Intento combinar todo porque sé que no puedo ser brillante en nada pero sí quiero comprender y asimilar lo que hago, que ya es bastante. Me siento compositor e intérprete, pero, sobre todo, eterno estudiante y aprendiz. Nunca termino de maravillarme de todo lo que me queda por descubrir.

Hombre, pero su carrera ya es bastante extensa para seguir aprendiendo.

-Necesitaría varias vidas para terminar de aprender. Me faltan (risas).

Ya lleva muchos años viviendo en Madrid, pero no sé si volver a su ciudad natal para tocar tiene algo de especial.

-Siempre porque es encontrarme con la familia, con los amigos, con los recuerdos... es algo único. Volver, además, con Jorge es muy interesante. Él ha estado también muchas veces y es casi como de la familia. En esta ocasión, más allá de que el formato de Ondas de Jazz sea especial en sí mismo, vamos a intentar ofrecer alguna que otra sorpresa, saliéndonos del repertorio habitual.

Tal y como están las cosas en estos momentos, con las dificultades que todos los sectores atraviesan, pero no digamos la cultura, ¿dónde encuentra Tomás San Miguel las razones para seguir?

-No es fácil. El artista está solo en casa, comiéndose el coco en estos tiempos en los que nadie llama. La actividad está prácticamente muerta ahora mismo. Están sucediendo cosas que hace cinco o seis años eran inimaginables. No sé cómo administra cada uno en su caso esta situación, pero yo siempre he tenido una eterna curiosidad por trabajar desde mi interior. Ahora no es el momento, como cuando el proyecto de la txalaparta, de plantear giras también en otros países. Hoy es el instante de volver la mirada al interior y convertirse en creativo en el sentido más puro de la palabra: vamos a crear desde la soledad, el recogimiento... La creatividad en sí ya es enriquecedora y la música también tiene su función terapéutica. Yo en casa voy componiendo, tocando, haciendo cosas que me suponen un alimento interior que, de alguna manera, mitiga todo lo otro. A partir de ahí, vas sobreviviendo con lo que te va saliendo. Pero bueno, cada uno lo hace como puede. Estoy acostumbrado a vivir conmigo mismo durante mucho tiempo sin necesidad del estímulo externo.

Con todo, usted siempre ha compartido con otros su senda musical. ¿El truco está en el respeto, la necesidad de compartir... para relacionarse con músicos tan dispares como con los que usted ha trabajado en estos años?

-Depende mucho de la forma de ser de cada uno. Las relaciones humanas son esenciales. El respeto, la capacidad de abrir tu mente son cuestiones importantes en este sentido, pero también sentirse siempre joven en lo que respecta a tener esa capacidad de sorprenderte. Es que para un artista es básico tener la curiosidad constante de pensar que cada cosa se ve, se escucha, se siente por primera vez. No hay que tener asumido que las cosas son así y ya está. Además, creo que los músicos que pertenecemos al lenguaje del jazz siempre tendemos a tocar unos con otros, a colaborar. En el jazz estamos acostumbrados, por así decirlo, para tocar con el primero que aparece. Pero es que compartimos un lenguaje, sabes que hay unas estructuras, unos standars que son nuestra guía para tocar juntos. Es como si tuviéramos un sexto sentido.