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Puede decirse que es la primera obra literaria, no la primerísima, ya que, como todo escritor, tuvo sus años de formación como estudiante, en los que ya publicó algunos textos narrativos e incluso poemas, en Zaragoza, a mediados de los años 50 e incluso antes. Yo creo que Antoñana se hace escritor cuando le dan el segundo premio de la revista Acento Cultural, en 1959, al Capitán Cassou y cuando empieza a ganar premios literarios con algunos cuentos, entre ellos el Ciudad de San Sebastián de 1961 con El tiempo no está con nosotros, y con su segunda novela, No estamos solos, con la que ganó el Sésamo de novela corta.

Esta primera novela, que no vería la luz hasta 1993, ¿contiene ya las claves lo que sería la literatura de Antoñana?

Unas cuantas sí. La primera de ellas, la temática, su obsesión con la guerra. En una entrevista Antoñana aclaró que, aunque El Capitán Cassou se desarrolla en la frontera francesa en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, durante los últimos días de la llamada por los franceses drôle de guerre, realmente lo que hizo fue trasladar a esa ambientación un suceso de la Guerra Civil en el que un mando franquista ordenó fusilar a uno de sus subordinados para, posteriormente, acudir regularmente a visitar su tumba. La segunda sería el estilo, la dificultad; esto hay que decirlo enseguida. No fue un autor fácil para el lector, y él era muy consciente de ello. Para Antoñana la buena literatura tenía dos nombres fundamentales: Faulkner, como la técnica más moderna; y Dostoievsky, en el desarrollo de los personajes y las acciones. Creo que algo del mundo de uno y de otro, decantado en una nueva forma de escribir que es muy personal, está en la primera novela de Antoñana.

¿Quizá la principal clave que no aparece, explícitamente, es la famosa república de Yoar?

Ni Yoar ni el carlismo aparecen en esta novela. La traslación que hace a otros ambientes y otra geografía le impide hacer referencia a ello, algo que si aparece en los otros tres cuentos del volumen. Lo que sí aparece es el País Vasco...

Euskal Herria y su papel, su situación y referencia dentro del Estado.

Es un tema, el nacional, que él conoce muy bien pero que difícilmente podía ser tratado en el franquismo. Para hacerlo, refleja conversaciones entre los soldados de origen vasco Pierrlacasse e Ikaskina, en los que hablan de su país, Euskalerria, así como de la difícil inserción de los vascos en un Estado superior, Francia en la novela. Pero él no da su opinión, Antoñana siempre ofrece una lectura muy abierta, deja a los personajes que se expresen para que el lector participe de esas dudas o inquietudes.

Lo que lleva de nuevo a la búsqueda sempiterna de un lector activo por parte del escritor navarro.

Activo en todos los sentidos. Tanto por los distintos enfoques con los que cuenta los sucesos, por un lado, como las grandes elipsis, tanto temporales como de percepción, que se dan concretamente en el Capitán Cassou. Y, además, luego está la parte más psicológica, que se descubre, principalmente, a través de los diálogos de los personajes.

¿Por qué concretamente estos tres relatos para confabular un todo con 'El Capitán Cassou'? ¿Solo por una cuestión de concordancia temporal?

Desde Pamiela se me comentó que El Capitán Cassou era una novela corta y quedaba espacio para incluir otros textos. Yo sugerí estos tres relatos porque son casi contemporáneos de la novela y porque podían servir de complemento para ver lo que es el comienzo de la obra conocida de Antoñana... Porque hay mucha parte desconocida, y que tal vez no se conozca nunca. Para él eran muy importantes los cuentos, de hecho tuvo un proyecto de recopilación en un volumen de sus cuentos, de los que se conserva una parte, entre ellos los que ahora se publican.

Casi desde el principio de su carrera Antoñana se encontró con una buena respuesta por parte de la crítica pero con grandes dificultades para publicar, ¿por qué?

Aunque él tuvo alguna relación a principios de los 60 con el grupo social-realista madrileño del que tomaban parte, entre otros, Ramón Nieto o Caballero Bonald, realmente no formaba parte de esa vida literaria en la capital. Creo que eso le impidió publicar, además de que su estética no era moderna en ese momento. Había elementos que Antoñana utilizaba, como el mundo rural o la tendencia histórica, que les resultaban anticuados, ya que en ese momento el realismo social se interesaba más por lo urbano y lo estrictamente moderno. Por otra parte, y en cierto modo, lo que sucedió con Antoñana fue paradójico, ya que hizo cosas que luego serían valoradas con la llegada del realismo mágico, como su valoración del Faulkner o el tratamiento histórico.

A riesgo de caer en el tópico, ¿se ha valorado en su justa medida a Pablo Antoñana?

Yo creo que algunos buenos lectores y escritores, de aquí mismo, sí lo han valorado... Pensemos en escritores que lo siguieron y trataron como Sánchez Ostiz, Atxaga o Pello Lizarralde, al que le dedica su última novela. Y algunos críticos también, como Rafael Conte, uno de los más importantes en los años 70 y 80, que siempre se refirió a Antoñana como el escritor olvidado. Pero la realidad es que Antoñana era muy difícil de leer... Por otra parte, yo me imagino al lector medio leyendo una novela como El sumario, que fue su trabajo más difundido, con una trama policíaca frustrada, que se termina sin conocer al asesino, manipulando un género como la novela negra, y es complicado... Veinte años después, García Márquez lo hizo también en la Crónica de una muerte anuncia y aquello pareció el colmo de los colmos. Sin embargo, Antoñana se quedó ahí... y no se le valoró. Creo que, por ejemplo, si se hubiera llegado a publicar La cuerda rota, finalista del Nadal, algo habría cambiado en este sentido; pero quedó sin editarse, desconocida hasta los años 90.

A Toño Muro, ¿qué le atrae de Antoñana hasta el punto de elaborar una tesis doctoral sobre su obra?

Lo que más me atrajo fue la sorpresa. Yo lo empecé a leer en torno al año 70, con los textos que publicaba en Diario de Navarra. Me parecían unos artículos y cuentos sugerentes que se salían del género. Posteriormente, cuando leí Relato cruento, me sorprendió todavía más porque me encontré cosas que yo llevaba tiempo leyendo en autores hispanoamericanos que por aquel entonces devorábamos.