Vitoria. La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja) concibe el teatro como "un espejo social inmediato", y del cruce de ese espejo con el tiempo actual, en que todos los valores que podrían dar sentido a la vida van mermando, la compañía de Jerez de la Frontera ha creado El régimen del pienso. Un reflejo de "la devastación del destino del hombre", que pasa por la desvinculación de éste de los grandes interrogantes que esconde en su alma.

El trabajo de La Zaranda siempre nace de un sentimiento, ¿en este caso qué ha movido esta obra?

La inermidad del ser humano, abocado a una maquinaria siniestra que él mismo ha construido. Un mundo donde solo lo productivo tiene ya cabida, donde solo lo material puede ser digno de aprecio, donde ha desaparecido un horizonte espiritual. Esta barbaridad de sociedad llena de pantallitas y de sinsentido.

Sí, que no está para nada conectada con nuestras necesidades interiores.

Claro, lo que la obra plantea de fondo es que cuando dejamos de mirar lo espiritual y solo tenemos en cuenta lo productivo, lo material, lo tecnológico, el hombre deja en gran medida de ser hombre. Y el animal crece en paralelo al sinsentido.

¿Es difícil hacer un teatro al margen de modas y de lo comercial y que a la vez sea popular, que pueda llegar a todos?

Yo creo que cuando un teatro tiene una poética nadie queda indiferente hacia esa poética, puede gustar o no, pero de alguna manera siempre va a llegar, porque simplemente es abrir el corazón de cada hombre. Si no, La Zaranda no tendría 35 años y sus seguidores no serían los que son, gente de muy diversa condición social. Por supuesto, La Zaranda se ha nutrido mucho de lo que siempre se ha nutrido el teatro, del pueblo.

Y siempre desde un teatro honesto.

Nosotros somos fieles al teatro, no hemos seguido nunca los vientos que mueven las taquillas, ni las modas ni las estéticas de cada tiempo. Hemos sido fieles con lo que nosotros sentimos que debe ser el teatro y que debe ser la gente de teatro, es decir, gente con una humildad hacia su profesión y en relación siempre a lo que quiere decirle a un público. Nunca ha habido cantos de sirena que nos han podido desviar de ese llamado.

¿Cómo es visualmente 'El régimen del pienso'?

En esta obra hemos seguido depurando y limpiando de mucha retórica escénica, pero al mismo tiempo hemos ido encontrando un gran universo muy rico con muy pocos elementos. Estéticamente esta obra es muy poderosa con muy poco. Tiene un gran despliegue de atmósferas distintas, de actos distintos, se puede pasar desde una sala de necropsia a una oficina, a una mesa de quirófano, a los pasillos de un hospital... se puede andar por todos esos mundos sin apenas ningún material, y eso hace que la atmósfera crezca.

En 35 años habréis visto cambiar el teatro... ¿Cómo lo ve hoy?

Es un momento raro, pero como venimos de muy lejos... Siempre hay gente que usa el teatro como una convención cultural que se estataliza, que está pendiente de las subvenciones, que se gesta desde los despachos y según el dinero... todo esto no es teatro, es el mundo del espectáculo. Ahora este mundo se ha dislocado y hacen creer a la gente que el único método para hacer teatro sigue siendo el de unas reformas económicas que se van a hacer en la administración, y que sin dinero es imposible el poder seguir gestando un buen teatro... Yo creo que en estos últimos tiempos ha habido un teatro verdaderamente pésimo, muy anquilosado a todo esto tan material y burocrático de las subvenciones, a la espera de los proyectos de los políticos, y un teatro muy poco libre. Pero soy optimista en el sentido de que no se trata de mantener un estómago con lo que uno hace, sino de expandir un viento espiritual que debe de llegar al espectador. El teatro es sentirnos respirar juntos. Es un reflejo vivo, un espejo social inmediato.

¿Hemos perdido como sociedad la capacidad de lucha?

La sociedad lleva tiempo instaurada en una oscuridad, se ha perdido el sentido de lucha porque se ha perdido el verdadero sentido de la vida, no sabemos para qué vivir ya, más allá de para cumplimentar ciertas actitudes funcionariales y de producción. Somos una maquinita que puede servir para el gozo, el ocio, para que nos sigan vendiendo; tenemos muchas horas libres que empleamos en comprar y en realidad en seguir trabajando, pero no tenemos alegría, no tenemos un fin, un horizonte en el que mirarnos. Y eso no lo va a hacer ningún cambio económico. Eso lo plantea esta obra, hay muchas cosas que al hombre la economía no le puede explicar. Son esas preguntas mayores sobre nosotros mismos que poner de nuevo sobre la mesa, porque son las que llevan al sentido de la existencia y a tener en esa existencia el horizonte del prójimo. Eso nos falta, estamos todos ensimismados en nuestras propias ganancias.

Aunque en 'El régimen del pienso' hay amargura y desconsuelo, también hay humor, ¿pero hay esperanza para este tiempo?

La obra tiene algo de humor, de reírte de este mundo por el que pasas, y de ese reírte quizá por no llorar. La esperanza depende de en qué punto del horizonte ponemos la vida. Si para nosotros la vida simplemente es no sentir el dolor y que el bisturí del cirujano acabe cuanto antes, verdaderamente el mundo no tiene ninguna esperanza.