vitoria. Si el porvenir de la industria editorial está en entredicho, todo son interrogantes alrededor del libro electrónico. El auge de este producto en EEUU, y el desembarco de gigantes como Amazon o Apple, han sorprendido al Viejo Continente con el pie cambiado, y con una legislación que no responde a las necesidades de los nuevos tiempos (en la mayoría de países europeos, los e-books tienen categoría de servicio, lo que supone un importante recargo fiscal frente a los libros en papel -la diferencia, en el caso de España, es de 17 puntos-, y un notable obstáculo para su desarrollo).

Tras unos años de indecisión y desconfianza -también por parte de algunos escritores, remisos a las nuevas tecnologías y, sobre todo, de los agentes literarios, que, conscientes del ahorro en los costes de producción, han ralentizado el proceso en su afán por negociar unos derechos de autor más suculentos-, las editoriales parecen haberse decidido por fin a lanzarse a este nuevo mercado: en 2012, se registraron 20.079 obras en formato digital, un 13% más que en 2011, una cifra que representa ya el 22% del total de libros. Sin embargo, esta mayor oferta no ha conseguido frenar la piratería, más bien al contrario. Aunque la industria haya reaccionado tarde y los precios continúen resultando excesivos, a pesar de que los e-books incorporen un sistema anticopia (DRM) que dificulta su lectura en algunos de los dispositivos más usados, como el iPad o el Kindle, y aunque la comodidad de compra que ofrece Amazon sea difícilmente superable, los elevados índices de piratería que se dan en la industria editorial española, muy por encima de los del resto de la Unión Europea, parecen responder, como en el caso de las discográficas, a un fenómeno más profundo: la idiosincrasia de un país con escaso respeto por la creación artística. También se hace difícilmente comprensible el hecho de que, con unos niveles de lectura a la cola de Europa, y unas ventas de libros cada vez más discretas, estemos a la cabeza en la adquisición de tabletas, e-readers y demás dispositivos.

En cualquier caso, cuando parecía que el negocio, aunque tímidamente, podía empezar a despuntar, el Gobierno se descolgó con un aumento del IVA que puede desbaratar este proceso.

las trampas de amazon Mucha gente se queja, y no sin cierta razón, del elevado precio de los e-books en nuestro país frente a los que ofrece, por ejemplo, Amazon UK, pero ignora que el coloso estadounidense juega con ventaja. Ha establecido su sede fiscal en Luxemburgo, un país que aplica a los libros electrónicos un IVA del 3%, en lugar del 21% que rige en España. Si bien la normativa le impide hacer descuentos salvajes, aunque venda al mismo precio que el resto de librerías on line su margen de ganancia es muchísimo mayor, lo que, unido a la menor fiscalidad que soporta, le permite ofrecer libros a muy bajo precio en países como el Reino Unido, que no cuentan con ley de precio fijo, y en los que llega a imponer sus condiciones a los propios editores. Además, en ocasiones no le importa vender a pérdida, porque su verdadero negocio no está en los libros, un bien que, en realidad, le sirve para ganar cuota de mercado y obtener beneficios con otros productos, como los dispositivos de lectura. A partir de 2015 la situación será probablemente distinta, ya que los bienes adquiridos tributarán de acuerdo con la legislación del país donde esté el comprador y no según el derecho territorial que afecte al vendedor, pero para entonces su posición de dominio puede ser abrumadora. Para evitarlo, la Unión Europea ha exigido recientemente a Luxemburgo y Francia, países que habían rebajado el IVA de los e-books, que lo aumenten de nuevo. Pero, tratándose de un bien cultural, y en beneficio de todos, lo más sensato sería, seguramente, reducirlo e igualarlo al que soportan los libros en papel.