La muestra, que estará abierta hasta el 25 de noviembre, se titula Female open space invaders/Ellas filipinas, y ahonda en un acontecimiento peculiar: todos los domingos, cerca de 150.000 mujeres se congregan en los bajos y alrededores del banco HSBC de Norman Foster, en Hong Kong; se trata de trabajadoras domésticas de origen filipino que aprovechan su único día de descanso para charlar, jugar a las cartas o escuchar música. Esta congregación conforma una especie de sociedad paralela en el corazón de una de las ciudades más modernas de toda Asia. Marisa González muestra vídeos y fotografías que recogen los testimonios de muchas de estas mujeres en la exposición del Pabellón Central del Giardini, que comparte con Norman Foster y Andreas Gursky y cuyo lema en esta edición es Common Ground (Terreno común).
¿Cómo surgió el proyecto 'Female open space invaders/Ellas filipinas'?
Hace veintitantos años aprecié el inicio de este fenómeno. Vi que había muchas inmigrantes filipinas que se concentraban en el centro de Hong Kong, y ya en 2009 y 2010 encuentro la ciudad completamente invadida por estas mujeres. Ahora son entre 150.000 y 200.000.
¿No hay hombres?
No, porque sólo hay trabajo para mujeres en el servicio doméstico, y trabajan como internas. A los 15 días de acabar el contrato ya son ilegales y las expulsan. Las reclutan en su propio país, aunque otras van por recomendación de amigas o familiares. En Manila hay incluso agencias que reclutan mujeres y cuelgan carteles en las fachadas, donde exigen que tengan entre 25 y 35 años, más de 1,53 centímetros de altura, de 40 a 60 kilos y que sean graduadas de highschool o universitarias. Y eso para trabajar de sirvientas, cuando en muchos casos están mas cualificadas que sus jefes chinos.
¿Y por qué sólo filipinas?
Hay algunas indonesias, pero las más reclamadas son filipinas porque tienen buena educación elemental, están escolarizadas y el inglés es la lengua oficial en la enseñanza, aparte del tagalo. Por eso tienen más posibilidades. Son mujeres muy prestigiadas y requeridas.
Ha recogido usted muchos testimonios de estas mujeres. Se habrá encontrado con historias duras.
Muchas. Pero una de las cosas que más me ha sorprendido es lo que acontece en el complejo financiero Exchange Square, donde las mujeres construyen casitas de cartón a unos 100 metros del banco HSBC. Se reúnen ahí cada domingo. Son pasos peatonales que están a la altura de un primer piso, ya que en Hong Kong reservan las calles para el tránsito de coches y los peatones circulan por encima del trafico rodado. Ahí construyen casitas de cartón para protegerse del viento, del sol y del frío. Los arquitectos de la Bienal también se han quedado sorprendidos con las construcciones, porque estas mujeres erigen espacios de intimidad y los ocupan cada domingo, siempre en la misma localización. Lo llaman nuestro territorio.
Están creando una sociedad paralela en la ciudad.
Claro. Es muy curioso: la ciudad mas capitalista de Asia ocupada durante un día entero por el estrato social más bajo, que son las emigrantes. Realizan actividades privadas en espacios públicos. Curioso, ¿no? Ellas no pueden refugiarse en un núcleo familiar y no les queda otra que reunirse en el centro de la ciudad para socializar y mantener los lazos que las unen. Además, muchas veces, aunque trabajen en el mismo edificio, quienes les contratan no dejan que se vean entre semana. Para verse no les quedan más que estas citas dominicales.
Una invasión pacífica en toda regla.
El centro de la ciudad está cortado al tráfico porque está completamente ocupado por estas mujeres, y hay una logística completa que se ha desarrollado en torno a este fenómeno, porque entre semana no pueden hacer nada privado, ni siquiera cosas sencillas como cargar los teléfonos, ir a la farmacia, o enviar paquetes a sus familiares. Por tanto, los domingos tienen que realizar todas sus gestiones como ir al banco para enviar el sueldo a su familia. Por eso hay transportes especiales para ellas, algunos bancos abren para ellas, los almacenes otro tanto,...
¿Una vida de semiesclavitud?
Trabajan mucho, sí. Muchos días se levantan a las cinco y media de la mañana y se acuestan hacia las once de la noche. Se pasan todo el día trabajando. Por eso los domingos lo único que quieren es descansar y estar sentadas formando grupos.
Usted se desplazó también a Filipinas a hablar con los familiares de estas mujeres. ¿Qué encontró allí?
Entrevistamos a varias personas que me contaron testimonios impresionantes. Niños abandonados, madres solteras, maridos que se gastan el dinero que les mandan ellas de Hong Kong en el bingo o en mujeres...
Al hilo de este fenómeno, usted lanzó un discurso muy comprometido en la Bienal.
Sí, el día que se presentó a prensa el pabellón de Hong Kong en Venecia mi intervención fue muy aplaudida. Había un panel compuesto por especialistas hablando de la diversidad de la ciudad, pero ninguno de los mandatarios o teóricos comentó nada de este tema, y les sorprendió mucho mi discurso.
En marzo de este año, dentro del Festival Miradas de Mujeres, en Madrid, usted presentó también 'Ellas, Africanas', otro proyecto curioso. ¿Hay diferencias entre las dos iniciativas?
Son dos proyectos muy distintos donde el nexo es la mujer y los problemas que padece. El de las africanas es sobre las mujeres que se quedan y no sobre las que emigran. Observé que las mujeres de Tanzania, en Zanzibar, llevan textos escritos en sus vestidos en la lengua suajili; es un modo de comunicación, de expresarse, porque la mujer no tiene voz en la sociedad africana. También usan códigos afectivos. Por ejemplo, si tienen un problema con el marido dejan el kanga (una vestimenta colorida) con el mensaje que quieren transmitirle sobre la cama para que lo lea. Es una forma de iniciar el diálogo, de romper el hielo y de ir exponiendo lo que sienten. Ese proyecto es más sutil que el de Hong Kong, y quizá más comprometido.
La mujer es un tema recurrente en su trabajo. Además, usted es vicepresidenta de la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales. ¿Qué objetivo busca con estas iniciativas?
Pretendo dar visibilidad a la mujer, que aún sigue relegada a un segundo plano. Es innegable que hemos ganado en libertad, pero seguimos atrapadas con muchas obligaciones, sobre todo las domésticas, con un salario un 20% por debajo del salario del hombre. Hay que romper el techo de cristal que aún nos cubre.
Este proyecto tiene mucho de periodismo social. ¿Se siente empujada por esa corriente?
Con la crisis global que vivimos, muchos artistas estamos haciendo denuncia social. Eso sí, cuidamos que nuestro material no sea frívolo, que tenga calidad y mensaje. Es verdad que no es un trabajo documental al uso pero sí que es muy testimonial.