Vitoria. Primera noche, la del jueves, en Mendizabala con 12.474 almas poblando el arranque del Azkena Rock Festival en un ambiente inmejorable, con muchos debates sobre lo que ya había acontecido con Twisted Sister y lo que podía pasar con Status Quo. Eso sí, la primera en la frente, cuando el cielo se estaba empezando a poner oscuro, la dio Graveyard, banda sueca que desde ya está en todo lo alto de las quinielas para ser uno de los grupos triunfadores de esta undécima edición del certamen.

No hay duda de que el cuarteto se metió en el bolsillo al personal en muy pocos segundos, sabiendo unir de manera perfecta el hard rock de los 60 y 70 con un sonido del siglo XXI, haciendo que el tercer escenario pareciese el primero. Hay que volver a encontrarse con este combo sí o sí sin tardar demasiado.

Mientras ellos terminaban llegó el momento de unos Status que tenían en el recinto vitoriano a fieles seguidores (hubo bastante gente que sólo iba a verles a ellos) pero también detractores hasta la médula que temían una verbena insufrible. Al final de la actuación, entre estos últimos, hubo quien reconoció que se había equivocado un tanto ya que la veterana banda inglesa cumplió con creces con su papel. Buen sonido y éxitos de siempre fueron la fórmula para un combo que es lo que es y punto. Seguro que en este festival hay propuestas sonoras más interesantes, pero no se le puede reprochar casi nada (tal vez que estuvieron un tanto serios o estáticos en determinados momentos) a una formación que ni engaña ni lo pretende. Así, hubo quien bailó y se dejó la voz cantando, y quien, directamente, pasó. Ya está, tampoco hay que complicarse tanto la existencia ni la cabeza.

Aquellos que tras ver un rato a los Status decidieron cambiar de onda, se encontraron, de vuelta en el tercer escenario, con unos Steel Panther que cumplieron con su papel de grupo que quiere reírse de todo, empezando por la música. Los californianos no buscan otra cosa que no sea montar una buena juerga y tampoco hay que pedirles mucho más. En esa faceta, más allá de algún que otro discurso demasiado largo (repitiendo una y otra vez lo de "chicas, enseñar las tetes"), no se salieron de lo escrito y esperado, es decir, buen ambiente y sonido ante un público que, sobre todo en las primeras filas, estaba total y absolutamente volcado, metido de lleno en la propuesta cachonda del grupo.

Es verdad que tras terminar de tocar los Status, hubo cierta desbandada. Mala suerte para los que se fueron porque la recta final de la madrugada tuvo momentos más que interesantes. Primer ejemplo, los Pentagram. No se puede negar que la cara de Bobby Liebling es el claro reflejo de que el paso del tiempo deja sus huellas, pero su voz se mantiene en un estado de salud envidiable. Eso y una compañía a la altura hacen que el cuarteto sea capaz de ofrecer conciertos tan solventes como el dado en Mendizabala, con una propuesta directa y sencilla (que no simple). Se esperaba bastante de ellos y, por momentos, superaron las expectativas.

Dos eran las últimas propuestas que quedaban más allá de la una de la madrugada, casi coincidentes en el tiempo, así que hubo que hacer un poco de pelota de ping pong para intentar estar al tanto de todo. Los Dropkick Murphys estuvieron en la línea que se presumía, folk irlandés de bar de mala muerte, aunque con un poco de confusión en su sonido (a las dos violinistas había que hacer verdaderos esfuerzos por escucharlas). Eso sí, los presentes bailaron y disfrutaron.

Los que también se lo pasaron en grande fueron los que estuvieron viendo a Porco Bravo. Los vascos estaban en su salsa, así que lo dejaron todo sobre las tablas, con la careta de cerdo volando cada dos por tres y Manu el Gallego siendo el primero en esta edición en lanzarse al público. No faltó, no podía, la bengala en el culo y los fuegos artificiales del final, que se unieron a un repertorio para abrasar.