DIEZ minutos de café. En la terraza del Cube, los fotógrafos apuran las tazas. Es día de disparos. Disparos del recuerdo. Disparos que se recordarán. Hay una eléctrica actividad en la entrada del museo. Perdón, del centro-museo, nombre compuesto como el de aquel que, experto en correr cortinas -como Lorenzo Lamas en recomendar camas-, vino a inaugurar Artium hace ahora diez años. Era un poco más tarde, en torno al mediodía, y no había elefantes a la vista para robarle el reojo. En el tejado, los SWAT esperaban no tener que lanzarse en rappel, gotas negras derramándose cual acrílico en cuadro de Pollock... Han pasado diez años, pero hay dinámicas que se mantienen. A una periodista radiofónica le cuesta encontrar un euskaldun para un corte de entrevista. Azkenean, lortzen du!
Diez euros cuesta el bono anual, que permite cuantas visitas se deseen en los doce meses siguientes al sellado. Azucena Basurto no da abasto en la recepción, entre entradas y pases de prensa, nada más cruzar esa puerta giratoria que siempre parece que te va a pillar. Antes de que el barco de Artium atracara en la calle Francia, con sus bodegas repletas de especias de pigmento, muy cerca de donde está sentada vibraban las taquillas de la estación de autobuses. Y esos ecos aún laten. "Hay gente que se confunde y te pide un billete para Madrid. Otros te dicen que a ver si puedes encenderles la lámpara". Bajo la obra de Javier Pérez, donde su tocayo González de Durana me contó, hace mucho, que esto era un centro "orgánico", siguen pasando visitantes. Se alejan, tras entrevista radiofónica, los artistas Iñaki Larrimbe y Anabel Quincoces.
Diez es el número que canta -y cuenta- la camiseta especial de la jornada de hoy (bueno, ayer), que luce un maniquí tras el escaparate de la tienda de Artium. "No es la típica que esperarías encontrar en un museo", asegura su responsable desde hace seis años, Ainhoa Garrote. Enfocada al diseño, a la originalidad, ofrece desde puzzles hasta joyas, desde bandejas hasta enfriadores de bebidas, outlet incluido. Los productos estrella son un complemento, las carrasquillas -broches- de la artista gasteiztarra Ana Carrasco, y un instrumento, la kalimba, aunque pegan fuerte monederos, portaminas encubiertos y cámaras lomo. "Me hace ilusión ver cómo funcionan las cosas que van llegando, cómo responde la gente", confiesa Ainhoa, que estuvo, antes de en la tienda, trabajando en las salas.
Doce y diez. Hablando de salas, en la que se abre a la derecha, tras dejar un hall -¡última llamada!- cargado de viajeros al arte, triunfa la última muestra del museo -perdón, centro-museo-, la dedicada al Guernica, en el coincidente día del aniversario del bombardeo. Mauro Sánchez recorre la progresión pictórica de Amondarain. Esta semana tiene turno de tarde en el trabajo, así que se ha acercado por la mañana a ver la reflexión sobre un cuadro que siempre le ha gustado. No es una visita puntual. Visita Artium media docena de veces al año. "Suelo venir a todas las exposiciones, porque el arte es algo que me gusta", confiesa. ¿Su predilecta en este tiempo? "La de Regina Jose Galindo me ha impactado".
Josune Rodríguez -que hace un rato se aplicaba con el clicker (cuenta personas) saluda a Mauro. Los auxiliares de sala no forman parte del departamento de Educación, pero, "aunque muchos visitantes piensan que somos meros vigilantes, tenemos algunas nociones para darles unas pinceladas, unas pistas de cómo llegar a una obra; hay gente que se asusta mucho, que piensa que no está preparada". Josune asegura que trabajar aquí le nutre, potenciando un interés que ya tenía antes de entrar y que, como le sucede a parte del casi centenar de trabajadores que -fijos o esporádicos- mueve el proyecto, se vuelca después en su propia creación.
¿Puede destacar también una exposición dentro de la década del museo? Una... ¡y también diez!. Recuerda el impacto que le causó la de Hanna Wilke. Y luego le viene Zhù Yi!, que profundizaba en el arte chino. Y Catársis. Y Amar, pensar y sentir. Y Objeto de réplica... "Creo que no tenemos constancia de lo que Artium realmente es y nos puede dar, yo estoy muy contenta de que esté en Vitoria".
También están muy contentas de haberse acercado a Artium tres bermearras que están aprovechando el sofá del hall para escudriñar los folletos, tomar aire y descansar los pies. "Es que te cansas mucho", afirma la que ejerce de anfitriona, que vive en Gasteiz y recibe, en visitas de ida y vuelta, a sus amigas. También están visitando el Museo de Bellas Artes. La semana pasada tocó el primer piso. Ayer el segundo. De Artium, por ahora, les ha gustado "el proceso del Guernica". No paran de reír. Cuando descansen las plantas, vuelta a empezar.
Diez por ciento. Es el recorte que afronta Artium durante este ejercicio. Tocará hacer, efectivamente, ejercicios de contrición, inventiva y mesura para reacostumbrar las dinámicas. Quizás las paredes no cambien tanto -de color, de forma...- entre exposición y exposición, quizás las promociones eliminen ciertas vías, quizás no se pueda acometer alguna producción... Ni el centro ni el museo serán tan orgánicos este año, asumiendo su parte de daños colaterales en el neoliberal bombardeo de la codicia.
Los diez años de Artium los ha pasado Jaione Cortázar en la biblioteca del museo, que también tiene su parte de tijeretazo. Unas de las afectadas serán, por ejemplo, las desideratas, esas solicitudes de adquisiciones que podían hacer los usuarios de un espacio que se ha convertido en uno de los grandes éxitos de Artium. "La biblioteca ha crecido muchísimo, tanto en fondos como en usuarios", asegura Cortázar -buen apellido para guiar una biblioteca-, que comparte labores con Covadonga Pérez. ¿Las claves? El préstamo de películas y cómics, el boca a boca, el wifi o los fondos de arte -estos sólo de consulta-, que atraen, sobre todo, a estudiantes de arquitectura y de diseño.
Ahora hay diez... No, once personas ocupando los puestos de la biblioteca. De todas las edades. Once. Hamaika. Es sólo uno más, pero a la vez muchos más. Hamaika lagun gehitu ditu museoak azken hamar urte hauetan. Hasta más de un millón de usuarios, de personas, de ese amigos que refleja lagun entre sus acepciones.
Diez... Muchos días escuchando el número hasta que el número ha llegado. Y uno mira a la placa y se acuerda del aurresku y de quiénes estaban por allí. De muchos de esos amigos que ha ido haciendo a través de Artium, un museo que miles de gasteiztarras aún desconocen, que nunca han cruzado, pero al que otros muchos siguen la pista.
Personalmente, siempre me han subrevado la epidermis los apellidos artísticos: rock progresivo, cine de autor, arte contemporáneo... Hoy puedo decir, sin embargo, que Artium es un museo -ahora no me apetece centro- con ten por años. Un museo con propuestas muy malas. Y también con joyas como Regina Jose Galindo, Vicente Ameztoy, Patricia Piccinini... Pero, para decirlo, primero hay que cruzarlo. Coger un billete del autobús para el arte y esperar parada. La próxima, una década más allá. Zorionak!