Madrid. Angelina Jolie, Penélope Cruz, Lady Gaga, Beckham o Di Caprio son algunos de los muchos famosos que llevan un tatuaje, porque es símbolo de modernidad y moda, pero hace un siglo taladrarse la piel era de marginales y convictos, seres anónimos que reúne el libro Tatuajes de criminales y prostitutas.

Un volumen que sale a la calle esta semana, publicado por Errata Nature, y que aúna dos libros, los estudios de finales del siglo XIX y comienzos del XX escritos por los médicos Eugenio Lacassagne, y Albert Le Blond y Arthur Lucas, hasta ahora inéditos en España, y cuyos archivos se reproducen ahora con un sin fin de tatuajes originales. Tatuajes de hombres y mujeres que fueron integrados por la ciencia decimonónica en una nueva categoría denominada "individuos peligrosos", personas que por tatuarse, una práctica que consideraba "una costumbre bárbara", eran mandados a cárceles, asilos, reformatorios o colonias penitenciarias. Tatuajes de criminales y prostitutas da voz y pone imagen a todos los lugares y rincones de los cuerpos de estos seres anónimos que salen a la luz cien años después, gracias a los escritos y archivos de estos médicos que tenían una mirada moderna, "pero que hoy resulta algo ajena para nosotros, aparentemente lejos de aquellos prejuicios", dice el prólogo de los editores. La primera parte del libro la firma Lacassagne, quien formuló la doctrina sobre la influencia del medio social en la formación del criminal. Lacassagne, "un sabio del crimen", que cedió sus fondos a la biblioteca de Lyon, solía visitar la cárcel de Saint Paul. Y entre el material que acumuló, los tatuajes eran un aspecto fundamental para identificar al individuo que delinquía. Fichas con datos del tatuado, nombres, apellidos, edad, origen, fecha, lugar en el que se hizo el tatuaje, el procedimiento empleado, su descripción, su color y variaciones. Tatuajes con los que se identificaba la identidad de criminales y prostitutas; y, sobre todo un DNI que arrojaba luz sobre los sentimientos y emociones que circulaban por el fuero interno de estas personas.

Los textos de Le Blond y Lucas, que forman la segunda parte del libro, siguen las pautas y procedimientos de Lacassagne, pero se centran en las prostitutas que encerraban en el hospital cárcel de Saint-Lazare, por no ejercer su profesión dentro de los estrictos márgenes admitidos por la legalidad de la época, y en las chicas muy jóvenes que ingresaban por "prescripción paterna".