jamás se habían visto tantos filtros de seguridad para un desfile de Dior (hasta cuatro), por lo que muchos comenzaron a alterarse y a pensar que se iba a anunciar (por fin) el nombre del sucesor de Galliano. No fue así y el museo Rodin de París volvió a ser el tranquilo escenario de la presentación de Dior para el verano 2012. Esta vez la carpa del jardín donde se llevó a cabo el desfile estaba envuelta por un luminoso que recreaba una habitación de la maison. Y así transcurrió el segundo desfile de la mítica firma francesa sin John Galliano, el que ha sido el alma de la casa en los últimos tiempos.

No hubo anuncio de sucesor. No se dio la noticia más esperada. Ni rastro del que esté llamado a reinar en Dior. Y la colección se resintió. Y mucho.

El desfile no tuvo alma, ni ese allure que siempre poseían los diseños de esta casa. Y eso que en la colección se vieron los códigos que definen el estilo Dior hasta hoy en día con una silueta muy moderna. Y eso que las piezas jugaron con elegantes proporciones revisadas y refinadas para crear un lujo contemporáneo. Y eso que se intentó hacer un retorno a los orígenes de la sutil elegancia de la marca. Y eso que las petites mains (manitas) de los talleres Dior demostraron una vez más las enormes posibilidades de su saber hacer. Pero no: no fue lo mismo. Faltó algo. Falto su punto extravagante cuando menos se esperaba, faltaba ese toque que distinguía un Dior de cualquier otra prenda.

Hay que recordar que el modisto perdió su puesto el pasado febrero tras haber sido filmado ebrio en un bar de París elogiando a Hitler y tras ser acusado por varios clientes de injurias racistas, por las que fue juzgado este mes de septiembre y condenado a una pena simbólica.

A partir de ese momento el universo de la moda se convirtió en una sucesión de quinielas intentando dar con el nombre que sustituirá al genio gibraltareño. Y eso que la firma se ha hartado de confirmar por diversos canales que de momento no hay nombre oficial para sustituirle.

Pero da igual. El morbo está servido y los expertos apuntan a que el elegido será el estadounidense Marc Jacobs, hoy a la cabeza de la firma que lleva su nombre y de Louis Vuitton, lujosa casa de costura que al igual que Dior, Kenzo o Celine es propiedad del líder mundial del lujo, el francés LVMH.

Mientras todo esto se resuelve, la realidad es que el pasado viernes fue el diseñador de la casa Bill Gaytten quien salió a saludar al final del desfile y el que firmó una colección muy comercial y llena de tonalidades empolvadas: malva, salmón, nacarados y naranja. Las faldas acabaron en la rodilla mientras los vestidos surgían vaporosos con cierto evasé.

La sastrería se basó en el quimono manga de monsieur Dior, reinventando las figuras clásicas con las líneas del cinturón elevadas y escotes de corte más amplio, una definición compacta y actual. Los cortes de construcción gráfica de la colección estuvieron pensados en atrevidos estampados geométricos, y los negros y los blancos van marcados en un patchwork original de piezas nacaradas y rojizas. Los trajes de noche fueron en colores diáfanos con profusión de pliegues en piezas de muselina.