madrid. Visconti contó en La caída de los dioses una "brutal y universal" historia al estilo de las de Shakespeare. Embriagado por su belleza, el esloveno Tomaz Pandur ha querido llevarla al teatro y hacerlo de forma inédita. "Es una película en vivo".
Pandur (Mirabor, 1963) estrenó este montaje, con Belén Rueda en el papel que hacía Ingrid Thulin y Pablo Rivero en el de Helmut Berger, el pasado marzo en Valladolid y de ahí ha ido al Festival de Liubliana (Eslovenia) y al Festival Grec de Barcelona, antes de recalar en las Naves del Español en Matadero, donde estará desde mañana hasta el 23 de octubre.
El director se declara "un gran fan" de Luchino Visconti (1906-1976), un "genio" capaz de contar "abierta y brutalmente" cosas "tremendas", a pesar de lo cual nunca imaginó que llevaría una obra suya a escena.
Sin embargo, "todo lo que ocurre" le ha conducido a esta historia, "la más bella y triste del mundo", que sigue siendo "la misma" que en 1969, pero "enriquecida por el paso del tiempo".
El punto de partida es la crónica de una familia en los primeros meses del III Reich, desde el incendio del Reichstag (1933) hasta la Noche de los cuchillos largos (1934).
"Es un material riquísimo para plantear nuevas cuestiones, porque no creo que el teatro esté para dar respuestas sino para hacer preguntas. Por eso he querido regresar al neorrealismo italiano".
Los Essenbeck reflejan "todo el sobresalto", el conflicto de esa época, "pero es perfectamente trasladable a la actual. Podría ser una historia en Sarajevo, Madrid o Berlín, y su alma universal es la que subyace en Macbeth, Hamlet o Los Buddenbrook, de Thomas Mann", describió.
Los aristocráticos Essenbeck están dispuestos a matarse unos a otros con tal de controlar la fábrica de acero que el patriarca, asesinado, les ha dejado en herencia.
Para entender lo que ocurre, Pandur ha querido ahondar en los motivos de cada personaje para descubrir, por ejemplo, que es la muerte lo que explica el comportamiento de la baronesa Sophie von Essenbeck. "Hemos querido investigar tanto en la belleza como en su contrario, porque no se puede hablar de amor sin hablar de odio".
Pandur utiliza, una vez más, la escenografía de Numen para su "cinematográfico" montaje, en el que elementos como una cinta transportadora de 20 metros separa las "secuencias" o un "marco" permite acercar y alejar la mirada del espectador. "El resultado es una película en vivo, frente a nuestros ojos", aseguró el director, para el que lo más complicado ha sido trasladar el efecto de "planos". Para el reparto, quiso actores que tuvieran más experiencia en cine que en teatro porque quería que pensaran que cada par de ojos del público eran una cámara. No le gusta hacer lo que hay que hacer ni lo que se espera de él. "La gente siempre va en busca de lo distinto", concluyó.