viene de tour europeo, concretamente de una noche del supergrupo Global Gumbo, con el sello de Quincy Jones, en la que -ayer mismo- le acompañaron Emily Bear, Esperanza Spalding -qué vuelva ya- y Nikki Yanofsky, y que repetirá en el Festival de Peralada. Pero antes, el pianista cubano del que todo el mundo habla, tiene que hablar en el Festival de Jazz de Gasteiz. Hablar con las manos, que son su mejor discurso. Hablar con el piano.
Llega Alfredo Rodríguez para encender el ecuador del Jazz del Siglo XXI. Llega al ecuador y viene de muy cerca de él, de La Habana, aunque la abandonó hace un tiempo para exprimir una carrera que ya estaba explotando. Y la dejó por un encuentro que tuvo lugar en Suiza. Esto es un lío, un torrente de teclas. Comencemos, quizás, por ese comienzo.
Corría 2006 y una docena de pianistas recibía la propuesta de tocar en el prestigioso Festival de Montreaux. Allá que se iba el joven músico, con su vitola de nueva camada de músicos cubanos. Y allá que conquistaba, en una fiesta organizada por el director del festival, al mismísimo productor del Thriller de Michael Jackson, que quedaba embelesado por su versión del I love you de Cole Porter.
El embelesamiento se tornó relación profesional y hace dos años Alfredo tomaba la decisión de dejar su país natal y a su familia para apostar por su carrera, que ya ha recorrido múltiples escenarios internacionales. Es como si no hubiera salido de Cuba, porque la lleva en sus dedos, hibridada con el gen norteamericano, con cada experiencia que vive, con el sello que, antes que él, otros han dejado. Y no hace falta mirar muy lejos. Basta con recordar a Bebo.
El año pasado el festival gasteiztarra recibía una carta personal de Quincy Jones recomendando a este pianista de veinticinco años, poseedor de una técnica clásica propia de la más rigurosa enseñanza pianística. Pese a su juventud, es uno de los artistas con más personalidad de la música de hoy en día, una música ya registrada en Sound of Space, de la mano de Jones. Peter Slavov, al contrabajo, y Francisco Mela, a la batería, son sus potentes compañeros de viaje en el que parece que puede ser el gran encuentro del ciclo del Principal. Pero primero hay que oírlo. No sólo oír lo que dicen -y escriben- de él.