ondarroa. Porque es el niño que soñó con ser escritor y lo consiguió. Y tiene algo de éxito, por añadidura, con lo que pesa esa palabra que a él le ha servido, además de para estar en los escaparates y en el catálogo del Círculo de Lectores, para identificar a los verdaderos amigos. Lo revela en esta charla donde el entrevistador ha evitado deliberadamente ciertas preguntas y en la que apenas sale de refilón Bilbao-Nueva York-Bilbao. Aún así, son tres páginas.

Está a punto de que le cambie la vida de nuevo.

Sí, esperamos a nuestra hija este mismo mes. Estoy muy ilusionado. Ya teníamos otro chaval, Unai, hijo de una relación anterior de Nerea. Empecé a ser padre tarde, cuando él tenía 13 años. Con ésta va a ser de cero. La vamos a llamar Arane porque su bisabuela jugaba a la pelota cuando era legal que las mujeres lo hicieran, antes de que el franquismo lo prohibiera. Además, Arane es uno de los pocos topónimos que se repite en todas las provincias vascas.

Seguro que ya ha escrito la novela de su vida en su cabeza.

Las novelas, más bien, porque he imaginado varias vidas. Sí, pienso mucho en cómo y en qué será. Primero pienso que va a ser violinista; luego, cirujana, luego... Al final, claro, será lo que ella quiera. Eso sí, quisiera darle una educación crítica, para que piense por sí misma y no sea una persona dócil.

No dejan de pasarle cosas, va saltando de novedad en novedad. Y todas importantes.

Pero ha sido más gradual de lo que parece. Han sido, sobre todo, estos dos últimos años los que han resultado una locura. Primero, por la gran acogida del libro en euskera, que luego se redobló con la versión

en castellano y el Premio Nacional. He estado estos dos años escribiendo poemas. No podía escribir una cosa extensa o más compleja.

Pero algún día tendrá que enfrentarse de nuevo a las cosas extensas y complejas...

Sí, de hecho, ahora mismo. Me apetece mucho, si me deja la niña, meterme en la novela. Quiero adentrarme en esos universos paralelos. La novela es como crear otro mundo dentro de este mundo. Es un ejercicio que te exige mucho físicamente y mentalmente. Yo no sé cómo lo hace Philip Roth, por ejemplo, que publica casi cada año una novela. Yo necesito tiempo. En ese proceso de escritura doy mucho de mí mismo. Estás dentro de ese otro mundo y te cuesta mucho salir.

No va a ser como la primera vez. Supongo que lo sabe.

Ya sé a lo que te refieres. Me preguntan a menudo si soy consciente de que mucha gente está esperando mi próximo libro. Por una lado sí, pero tal vez no sea tan consciente. Cuando escribo lo hago de una manera muy tranquila, procuro estar aislado, no pensar en lo que hay fuera y ser sincero conmigo mismo y con mi escritura. Intento no repetirme a mí mismo, escribir algo diferente, investigar. Así quiero que sea también esta vez y creo que lo estoy consiguiendo.

Eso, en cuanto a lo que se espera de usted como escritor. Pero ahora, además, esperamos cosas de un personaje público llamado Kirmen Uribe.

Baudrillard decía que una de las características de la posmodernidad es que el ser humano se convierte en objeto y que eso podía ser liberador o no. En mi caso, no lo ha sido mucho. Uno es consciente de que da una imagen o varias imágenes y de que se está creando un personaje. A mí me gustaría que ese personaje fuese lo más parecido a mí como persona, pero para eso uno tiene que ir perfilando el propio personaje, matizando muchas cosas. Necesito tiempo para que todo eso se vaya aclarando. Dadme tiempo, es lo que pido una y otra vez.

¿Y cómo va perfilando ese personaje que es usted? ¿Quién o qué es?

Me gusta la idea que daba el palestino Edward Said de que el escritor, el pensador, el intelectual tiene que estar un poco "entre": entre ideologías, entre comunidades... Siempre teniendo un punto de vista crítico con el poder, por supuesto. Hay un amigo que me dice que yo soy como un pájaro. Hay otro que me dice que soy como Messi, que juega por libre. A mí me gusta ser independiente. Además, mis ideas van evolucionando.

Lo que ocurre, y usted lo sabe bien, es que depende de dónde sea se quieren saber unas determinadas cosas sobre usted por encima de otras. Y como le han hecho decenas de entrevistas, ya imagina a lo que me refiero.

Sí, claro. Pero al final, un escritor trabaja con las palabras, trabaja con las ideas. Es normal que te pregunten por eso. Ya tengo asumido que en la mayoría de las entrevistas me van a preguntar por la política vasca o por lo que significa hoy escribir en euskera.

Tal vez decepcionemos a alguien, pero en esta entrevista no pienso preguntarle por lo primero. Aunque resulte también un tópico, me interesa más lo segundo, porque me consta, además, que le da muchas vueltas.

Claro que se las doy. Es algo que va conmigo desde que nací. A mi madre no le dejaban en el registro ponerme ni nombre. Hoy estamos en otra situación. Ha costado mucho levantar el euskera. Años de muchísimo trabajo duro por parte de muchísima gente. Si tú lees Eskarmentuaren paperak, el libro de Anjel Lertxundi, ahí ves todas las dificultades que tenían ellos. Yo he llegado a esto de una manera muy diferente, más fácil, y ahora yo mismo, Elorriaga, Harkaitz Cano... podemos dar otros pasos hacia adelante. Hemos evolucionado muchísimo.

No habla sólo de la literatura.

Hablo de todo. El País Vasco tiene una sociedad muy activa, muy crítica y muy progresista en muchos sentidos. También miramos al pasado, a las tradiciones, pero es una sociedad en la que en el día a día la gente es bastante abierta y muy progresista, comparando con otras sociedades. Se ha evolucionado mucho. Yo creo que se escribe muy bien en euskera. Lo estamos haciendo bien. Hemos pasado de lo que te decía, de tener prohibido poner nombres en euskera a tener escritores de un nivel extraordinario. Vamos a un bilingüismo natural en el que espero que las tensiones vayan desapareciendo. El euskera ha dejado de ser algo del ámbito privado, familiar. Se está metiendo en el centro de la sociedad.

Además, para usted, es su materia prima y, a la vez, su herramienta de trabajo. Marca su obra. ¿La limita también?

Yo tengo muy claro que para gustar al mundo tenemos que escribir desde aquí. A un lector americano, a un lector catalán, español, o francés no sé si le interesa un libro escrito por un vasco que no tenga ese matiz del punto de vista desde donde se escribe. Un libro se crea siempre a partir de las inquietudes del propio escritor, de lo que le gusta, de lo que quiere escribir, de lo que le interesa. Y eso suele estar en su entorno.

Es la bendición y, al mismo tiempo, la pequeña maldición de la tradición propia...

Se puede decir así. Y hay que tener en cuenta, primero, que tu lengua o tu tradición lo han pasado mal y, por otro lado, que esa misma tradición te exige muchísima fidelidad. Y muchas veces es muy difícil saltar esas dos barreras, la que te ponen desde fuera y la que te ponen desde la propia comunidad, que te exige una fidelidad que hace que muchas veces no puedas escribir cosas experimentales, innovadoras, que rompan demasiado. Kundera decía que las pequeñas tradiciones son un poco como tu familia, que te apoyan incondicionalmente pero al mismo tiempo no te dejan salirte del redil. De todas formas, si uno ve la literatura del siglo XX, enseguida comprueba que muchas de las obras fundamentales han sido escritas en tradiciones pequeñas. Ahí están Kafka, Joyce, Beckett...

Más allá de la tradición, los tres que cita se tuvieron que enfrentar a las convenciones y a las servidumbres literarias de su época. Hoy también hay convenciones, pero me temo que las servidumbres son aún mayores. Estamos hablando de negocio y de industria. Queriendo o no, usted está en ese circo.

Es un salto muy grande y muy difícil de dar y de sostenerte. Hace un poco leí a Enrique Vila Matas que antes el fracaso estaba bien visto en un escritor, pero ahora mismo eso es imposible, porque un escritor debe tener éxito para seguir escribiendo y para ser recordado. En un ambiente así es muy difícil moverse, y ahí estamos peleando. Aitzol Aramaio, amigo desde la niñez, me dice que eso es el treinta por ciento chungo del oficio de ser artista. Lo de tener en cuenta el mercado, la labor de producción, conseguir editoriales, traducciones...

Y también tener un agente, hacer giras de promoción...

No hay manera de no funcionar sin eso. Cualquier escritor quiere ser leído, quiere tener lectores en diferentes partes del mundo si es posible, y me he dado cuenta de que un agente es necesario, que publicar en una editorial de solvencia es necesario, que hacer giras de promoción es necesario... El sistema literario se ha vuelto muy exigente. Entonces es muy difícil sobrevivir si uno no pasa por el aro en ciertas cosas. No en todas, porque si uno vende su alma no tiene nada que contar.

Ahí no ha llegado. Conserva el alma, espero.

No, claro. Pero es que, además, uno nunca sabe qué novela va a gustar. Por eso digo que hay que ser sincero y hay que escribir lo que a uno le gusta. A mí me resultaría muy difícil escribir una novela para ser vendida. Me sentiría incómodo conmigo mismo. Y lo peor es que luego puede no funcionar, porque las novelas que no están escritas desde la tripa, con un nudo en el estómago, esas novelas luego no funcionan. Yo creo en una vida de artesano, una vida mucho más larga, tener menos lectores, pero poder escribir durante muchos años.

A veces da la impresión de no creerse del todo que eso, lo de perdurar, lo de mantenerse muchos años en el escaparate, le va a ocurrir.

Hay que trabajar. Es cierto que un premio como el Nacional de Narrativa te abre muchas puertas, pero hay que seguir trabajando, hay que seguir haciendo cosas de la mayor calidad posible. Tal vez es por la familia de la que provengo, que es una familia humilde de pescadores, que me han enseñado eso, el trabajo, que no hay que creérselo, que hay que seguir para adelante.

¿De verdad no se lo cree todavía, aunque sea un poco?

Hombre, todos somos humanos y existe esa tentación. Incluso yo diría que un poco hay que creérselo, un poco sí. Uno tiene que estar seguro de lo que hace, por lo menos en cierto sentido, en cierto grado, en cierta medida. Tiene que dudar, claro, pero también creérselo un poco. Eso está bien.

Y también parece que se lo cree el público, su público. No hablo sólo del de ahora. Desde los primeros trabajos pudo comprobar que había gente a la que le decía algo lo que hacía.

Es cierto. Con lo primero que hicimos, Bar Puerto, con Mikel Urdangarin y Josu Izagirre, un espectáculo que luego se convirtió en disco y que ahora vamos a volver a editar, ya pude ver que había una comunicación con la gente, que lo que hacía transmitía. Entonces ahí percibí que podía llegar a funcionar, que era posible hacer cosas y que esas cosas fueran importantes (en una pequeña medida) en la vida de los lectores.

Eso se llama éxito, y hay quien no lo perdona.

Por eso ahora sé quiénes son mis amigos de verdad. Dicen que eso se nota cuando las cosas te van mal, pero no. Eso pasa también, eso pasa sobre todo, cuando las cosas van bien, porque no son tantos los que se alegran de verdad de que a un amigo le vaya bien. Casi toda la gente se ha alegrado mucho, pero también he visto que gente que yo pensaba que me entendería como persona o entendería mis errores... pues no los ha entendido.

¿Errores? No me diga que lo tiene... ¿Y alguno es confesable?

Todos cometemos errores. Pero hay que asumirlos y ya está. No hay ninguno confesable... y no hay ninguno, creo, que sea demasiado grande, como para no asumirlo.

l ¿Cuándo fue la última vez que lloró y por qué?

En el aniversario de la muerte de mi padre. Han pasado once años y todavía lloro.

l ¿Y la última ocasión en que se rió con todas las ganas?

Seguramente habrá sido con Unai, mi hijo. Me río mucho con él en cualquier sitio donde estemos juntos.

l ¿Dónde se siente fuera de lugar?

Por ejemplo, en el acto de entrega del Premio Nacional. Me costaba verme ahí. En ese tipo de cosas me siento extraño, no sé cómo actuar.

l Deme una razón, solo una, para levantarse cada día y enfrentarse a la vida.

La vida misma, que está ahí.

l ¿Cuál es el primer recuerdo que guarda?

Cuando venía mi padre del mar. Solía venir de madrugada y los hermanos nos despertábamos con ese sonido que llegaba de la cocina. Ese sonido y ese olor a cigala cociéndose. Los percibía somnoliento, desde la cama, escuchaba palabras que no entendía pero que me decían que todo estaba bien, y me volvía a dormir. Es un recuerdo muy placentero.

l ¿Qué habilidad le hubiera gustado tener y no tiene?

Bailar. Soy muy malo bailando.

l ¿A quién admira profundamente?

A alguien como José Antonio Aguirre, por ejemplo. O el músico Aaron Copland, del que he leído hace poco una biografía. Me interesan mucho ese tipo de personas o personajes. Gente íntegra que tiene su lado débil o humano, no esos otros que parecen de piedra.

¿A quién detesta profundamente?

No soy muy de odios. Tal vez sea uno de mis fallos. Tengo que aprender a ser más duro.

l ¿Se siente identificado con algún personaje de la ficción o la realidad? ¿Con cuál?

Sí, con Rick Castle, el novelista que resuelve crímenes junto a una policía en la serie de televisión. Claro que yo no he resuelto ningún crimen, aunque soy un poco desastre, como él.

l ¿Qué le puede hacer romper con alguien?

La infidelidad no; pero sí la falsedad, y peor aún si va acompañada de cizaña. Eso me duele. No puedo con ello.

l ¿Qué libro hay ahora mismo en su mesilla de noche?

"El olvido que seremos", del colombiano Héctor Abad Faciolince.

l ¿En qué le gusta perder el tiempo?

Bufff... En muchas cosas. Me gusta mucho perder el tiempo, pararlo.

l ¿Qué manía no es capaz de quitarse de encima?

Tengo que desayunar café con leche de bar. Aunque tome el primero en casa, necesito uno de bar. Es de los pocos vicios que no he podido quitar.

l ¿Cuál es el mejor consejo que le han dado?

El que me dio mi abuelo, que me decía que hay que decirles a todos que sí y luego hacer lo que uno quiere.

l ¿Y el mejor que ha dado usted o el que suele dar?

Pues lo mismo, no decir siempre que sí. Yo todavía no lo he conseguido poner en práctica. No del todo, por lo menos.