DONOSTIA. La grandeza de Mikel Laboa la explica su propia obra, aunque existen ejemplos y momentos que sirven para ilustrar lo alargada e influyente que su sombra puede llegar a ser. Y es que sólo alguien de su talla artística y humana es capaz de convocar sobre el mismo escenario a un grupo de jazz, a miembros de bandas de pop rock de muy distinto cuño e incluso a dos disc jockeys.
El Teatro Victoria Eugenia acogió ayer el espectáculo Mikel Laboa 180º, organizado en el primer aniversario de su fallecimiento y donde su viuda, Mari Sol Bastida, recogió la Medalla de Oro que a título póstumo le concedió el Ayuntamiento de Donostia. Los organizadores habían anunciado un acto sencillo, y lo fue en su forma, pero no en su contenido. La ausencia de cualquier elemento de escenografía sobre las tablas del abarrotado teatro -había público hasta en el gallinero- parecía dejar claro que lo importante era la música. Y sólo la música.
jazz, dj y pop rock Al pianista donostiarra Iñaki Salvador, su fiel escudero durante más de 20 años, le tocó "el extraño y gran honor" de inaugurar la velada en clave de jazz con su trío, integrado por Javier Mayor de la Iglesia (bajo) y Hasier Oleaga (batería). Como "invitado especial" presentó al trompetista estadounidense Chris Kase, que tocó el fliscorno. Un instrumento quem según explicó Salvador, era muy querido por Mikel Laboa, ya que su padre lo tocaba en la banda de música. "Me ha parecido hermoso venir a escuchar la voz de Mikel a través del fliscorno", añadió al presentar su propia y original interpretación de Izarren hautsa, Baga Biga Higa, Gure bazterrak y Haize Hegoa.
Tras la entrega de la distinción a Bastida, la voz del homenajeado volvió a sonar, esta vez tamizada por los cachivaches sonoros que manipularon DJ Makala y DJ Zigor (DZ). Ante la atónita mirada de los espectadores de mayor edad, los pinchadiscos usaron los viejos vinilos de Laboa para dar una nueva dimensión a sus canciones, especialmente a Kantuz, que fue deconstruida a golpe de loops, samplers y scratching en un ejercicio iconoclasta a los que tan aficionado era Mikel Laboa.
El cambio de instrumentos y músicos entre actuación y actuación pudo ser más ágil -faltó, quizá, algún ensayo general más-, pero la espera fue amenizada con la proyección de algunos vídeos de Laboa protagonizando esos discursos desternillantes y casi dadaístas en los que mezclaba imitaciones de Cantinflas con referencias a los presocráticos y canciones tan dispares como Piedra y camino o La donna è mobile.
Los miembros de Lain empezaron suaves con su interpretación de Martxa baten lehen notak y torcieron hacia el rock en Haika mutil y Haurtxo txikia. Las dos vocalistas del grupo, Kristina y Leire, acompañaron al siguiente músico, Xabi San Sebastián, que prestó su guitarra y añadió una tercera voz a Ihesia zilegi balitz. Después se quedó solo con su banda para interpretar, en muy distintos estilos, Pasaiako herritik, Liluraren kontra y Dialektikaren laudorio. En esta última pieza, uno de los preciados lekeitios de Laboa, se incluyó el siempre evocador sonido de un sitar y de varios sintetizadores que crearon una atmósfera muy especial al recitado de San Sebastian.
Eñaut y Beñat, cantante y guitarrista de los bizkaitarras Ken Zazpi, fueron los únicos que ofrecieron un tema propio, Zapalduen olerkia, que sin embargo refleja la "influencia" de Laboa en los artistas jóvenes. Después conmovieron con una sentida versión de Izarren hautsa.
Gose, el trío de Arrasate, irradió energía al intepretar Zure begiek, que sonó como una suerte de burlesque electrónico, y una intensa y cañera revisión de Baga Biga Higa en la que el grupo sacó chispas a la triki, la guitarra y las bases programadas.
A modo de colofón, las luces se encendieron y todos los participantes en el homenaje regresaron para cantar junto al público la imprescindible Txoria txori, demostrando que la voz de Mikel Laboa nunca se apagará mientras siga viva en la memoria del público y en el queharcer diario de los muchos músicos que lo tienen como ineludible referencia.