Reina, soberana de dieciséis Estados independientes, gobernadora suprema de la Iglesia Anglicana, y en ocasiones agente inmobiliaria. Con 93 años de existencia ‘royal’, la monarca del Reino Unido no deja de sorprender. La prensa inglesa recoge estas semanas unos curiosos hechos acontecidos en 1974, cuando Isabel II (galante siempre, de flema distante y rictus tieso) pagó de su bolsillo la hipoteca a un ciudadano que salvó a su hija Ana de un secuestro seguro.
Podría tratarse de una trama digna de El secreto de Puente Viejo (e incluso de Los Serrano), pero sucedió de verdad. Concretamente, la fresca noche del 20 de marzo de 1974, cuando el británico Ronnie Russell advirtió en plena calle de Londres los disparos de un perturbado contra un coche. Sin pensarlo dos veces, el hombre se detuvo a ayudar a los pasajeros y, de pronto, se topó con una jugosa realidad. Los viajeros de tan elegante vehículo no eran otros que la princesa Ana de Inglaterra y su marido, Mark Phillips. Y él, currela en una empresa de limpiezas pero boxeador profesional, asestó tal puñetazo al secuestrador, Ian Ball, que el frustrado raptor solo pudo escuchar de fondo las solemnes campanas del Big Ben. ¡Tolón, tolón!
Y claro, tras esta heroica hazaña, la reina apartó durante media mañana su universal carácter flemático, al fin y al cabo su hija estaba a salvo (y el yerno también), y concedió la medalla de Jorge al forzudo Russell. Un reconocimiento que según los libros de historia permaneció ahí. ¡Hasta ahora! Porque según ha detallado Ronnie a los tabloides, 46 años después de los hechos, Isabel II también tuvo otro detallazo con el deportista: hacerse cargo de su hipoteca. “No cabía en mí de gozo. En realidad, estaba al borde del desahucio en aquel momento”, recoge en sus páginas el periódico Mirror, en las que se detalla que la soberana más longeva del mundo quiso señalar que la medalla se la entregaba “como reina”, pero el jugoso saldo hipotecario lo ejecutaba como “madre de Ana”. ¡Y de su bolsillo! Que todo sea dicho, aguanta con firmeza los balances de fin de mes.
Lo que parece estar claro es que Russell ha dado a conocer ahora este costumbrismo monárquico porque vuelve a estar canino. Su estado de salud no pasa por su mejor momento y planea subastar dicha condecoración para obtener el dinero suficiente para pagar su funeral. Un rito religioso que bien podría asumir de nuevo, todo sea dicho, su majestad para con ese hombre que tanto hizo por su querida hija. La única Windsor, por cierto, que no ha generado mayúsculos escándalos en sus 69 años de acomodada existencia.