“Jaungoikuaren aurean apalik / Euzko-lur ganian zutunik / Asabearen gomutaz / Gernika’ko zuaitz pian / Nere aginduba ondo betetzia / Zin da”

(Ante Dios humildemente / de pie sobre la tierra vasca / con el recuerdo de los antepasados / bajo el árbol de Gernika / juro cumplir fielmente mi mandato).

Con estas palabras, juraba su cargo el primer presidente del Gobierno Vasco, el Lehendakari José Antonio de Aguirre y Lekube, un siete de octubre del año 1936. Una fórmula, que se ha ido utilizando, con sus variantes, por los sucesivos presidentes vascos. Pero el origen más primigenio de estas palabras va mucho más allá en el tiempo, cuando los árboles eran algo profundamente sagrado para los vascos. Hoy descubriremos un paraje, unido a esta tradición, y qué mejor forma de hacerlo que caminando. Vamos a descubrir el recinto fortificado de Arrola o Maruelexa, y el santuario protohistórico de Gastiburu.

A la entrada de la localidad vizcaína de Arratzu, en el barrio Loiola, encontramos un parking donde podemos estacionar. Un puente nos permite salvar el regato y acceder al núcleo del barrio, donde vemos el centro de interpretación Arrolagune, que podemos visitar para hacernos una idea de lo que fue el castro que vamos a ver: Maruelexa. En la plazoleta que se abre frente al centro, tomamos una pista asfaltada que traza una marcada curva. Vamos ganando altura hasta dar con un caserío, donde acaba el asfalto junto a un cruce de caminos. Optamos por ascender a la izquierda, siguiendo una pista hormigonada, hasta otra encrucijada. En ella seguimos de frente, por bosque, hasta otra bifurcación. Continuamos por la senda principal, haciendo caso omiso a los senderos secundarios que aparecen, en dirección S-SE. Una zona de llano lleva a un cruce, donde nos desviamos a la izquierda hasta llegar a una puerta que permite cruzar la alambrada. Sin perder la compañía de esta valla, llegamos a una caseta de metal, ascendiendo hacia el N. Llegados a un nuevo cruce, tomamos hacia la izquierda, que en ascenso nos lleva al castro de Maruelexa.

Del castro al santuario

Estamos en el acceso sur de la fortificación, por donde pasamos al interior del recinto, donde se pueden ver las bases de las casas del poblado. Llegamos hasta otra de las puertas de acceso, donde podemos ver su estructura, construida “en esviaje”, es decir rompiendo la línea defensiva de la muralla, creando un pasillo totalmente protegido y donde es fácil emboscar a los intrusos. Las excavaciones arqueológicas han dejado al descubierto un poblado cuyos orígenes podrían situarse en el siglo IV a.C., en la Edad del Hierro, siendo uno de los asentamientos principales del cantábrico oriental con sus 8 hectáreas de terreno, ubicadas en lo alto de la cumbre de 535 metros.

Cercana queda la propia cima de Arrola, cuyos 537 metros de altura, podemos hollar sin problemas. Retornamos, para la cual volvemos sobre nuestros pasos, descendiendo por el mismo camino de la subida, unos 700 metros, hasta un cruce donde tomamos a la derecha, separándonos de la ruta de ascenso. Descendemos de forma acusada entre el bosque para llegar al Santuario de Gastiburu. Estamos en uno de esos parajes misteriosos, cuya función no está del todo claro, pero que pertenecen a ese catálogo de la Euskal Herria insólita.

Ubicado en un alto con impresionantes vistas, frente a la cumbre de Arrola, está vallado para evitar el acceso. Hasta el momento, se han descubierto cuatro estructuras con forma de herradura y con gradas que rodean una especie de plaza central con forma de pentágono. No se sabe a ciencia cierta su función, pudiera ser un lugar de reunión de las gentes de la comarca, de los jefes de los clanes, o donde se realizarían determinados rituales. Según los arqueólogos, pudiera estar construido sobre una antiquísima necrópolis. Algo mágico rodea Gastiburu; quizás sea su misterioso origen, que tan sólo él sabe, quizás ese algo inexplicable que rodea a determinados lugares..., no sé, el caso es que Gastiburu atrapa, su energía telúrica emana un profundo magnetismo.

Según parece, en la pequeña plaza central que forman las estructuras, hubo un árbol, del que se desconoce su especie, posiblemente, bajo el que se jurarían los cargos o se cerrarían tratos; todo aquello que necesitaba un testigo. Y es que eso es precisamente lo que es el roble de Gernika, así como otros muchos árboles a lo largo del Viejo Continente: un testigo. Los árboles, eran vistos a ojos de nuestros ancestros, como elementos sagrados. Entre otras funciones, ejercían de representantes de los antepasados, que estaban enterrados en la tierra donde ellos hunden sus raíces, nadie osaba mentir bajo un representante de los ancestros. Quizás en Gastiburu, se esconda el origen de estos árboles, entre ellos el de Gernika, tradición que los habitantes de Maruelexa, llevaron en su descenso al valle.

Seguimos descendiendo, una fuerte pendiente que sigue la componente W., nos lleva entre bosque hasta una pista, donde seguimos a la izquierda. Sin perder la traza principal de los senderos, ya que surgen muchas desviaciones fruto de los trabajos de deforestación. Alcanzamos la casa rural La Roseta, desde la cual debemos seguir una marcada pista que nos lleva a las primeras casas de Arratzu, y al punto de partida.