El mundo está raro. Dicen que vamos hacia un nuevo orden mundial pero todo parece indicar que nos encaminamos al caos. Digo que el mundo está raro, que es como no decir nada. En el concepto de raro cabe desde una cosa extraña o excepcional a algo genial o ridículo o grotesco. En estos días hablamos mucho de las tierras raras. En su ignorancia, uno pensaba que las tierras raras eran esos lugares lejanos, extraños, desconocidos: los áridos desiertos, las fértiles selvas, las semiáridas sabanas, las frías taigas y tundras, la extensa estepa. También podrían ser, no sé, tierras, como la valenciana, capaces de abducir a un presidente autonómico hasta sus entrañas, donde el tiempo, el espacio y las comunicaciones funcionan de modo inexplicable –raro– hacia atrás y hacia adelante a la vez. Pero no, ahora se trata de elementos o recursos muy valiosos para nuestro tecnologizado día a día. O sea, que valen (cuestan) mucho dinero. Y en Ucrania, vaya por Dios, abundan. Así que Donald Trump ha venido a parar la guerra pero no tanto para salvar vidas sino para quedarse con las valiosas tierras raras. O a eliminar para siempre la guerra y el conflicto en Gaza echando a sus legítimos habitantes para hacer de sus tierras un gran, caro y ridículo (raro) resort turístico. El negocio es el negocio, amigo. Para ello, no duda en aliarse con Vladímir Putin, un autócrata que se presenta como el campeón en “desnazificar” otros países en vez del suyo –por eso invadió Ucrania, no por sus recursos...– pero no le importa hacer negocios con otro autócrata que se apoya en personajes como los millonarios Elon Musk y Steve Bannon, que no dudan en hacer públicamente el saludo nazi a la menor ocasión y apoyan a la ultraderecha fascista. No descarten que el Space X de Musk no sea tanto un juguete espacial sino más bien que ha visto el potencial económico de hacerse con las excepcionales rocas de la superficie y el subsuelo de Marte: tierras marcianas raras.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
