Este próximo lunes, dentro de tres días, se cumplen tres años de la invasión rusa que dio lugar a la guerra de Ucrania. Casi 1.100 días con centenares de miles de muertos, desplazados y destrucción. Ahora que se habla mucho de conversaciones y negociaciones “de paz”, conviene echar la vista atrás para ver cómo transcurrieron las ‘conversaciones’ y ‘negociaciones’ “de guerra” en vísperas de que los tanques rusos entraran a sangre y fuego en territorio ucraniano y tomaran posiciones para entrar en Kiev. Mientras por aquí andábamos aún con la preocupación y la precaución del covid –todavía usábamos la mascarilla–, los aires de guerra nos llegaban a diario. Tanto EEUU como la OTAN advertían constantemente de que la invasión rusa era cuestión de días y que Vladímir Putin pretendía tomar Kiev. La respuesta de Moscú era invariable: Todo eso era falso, mentiras occidentales. “Rusia no tiene planes de invadir Ucrania y nunca los ha tenido”, decía en plenas maniobras militares en las que situó a entre 150.000 y 190.000 soldados en la frontera ucraniana. Joe Biden, presidente entonces de EEUU, se mostraba dispuesto a hablar con Putin. Macron –sí, el mismo– pretendía liderar la posición europea y hablaba con el líder ruso. Mientras nos llegaban insólitas imágenes de ciudadanos ucranianos instruyéndose en la defensa con fusiles de madera –literal–, Rusia insistía en que las informaciones de EEUU sobre un ataque inminente y “extremadamente duro” contra Ucrania eran “bulos”. El ataque a gran escala pilló a los líderes europeos reunidos en Bruselas buscando una postura común. La historia es amarga y cruel. Ahora, Putin y Trump, dos mentirosos compulsivos, dos miserables trileros, quieren repartirse los despojos de Ucrania. Dentro de otros tres años, hablaremos de otro atropello similar o peor y nos preguntaremos de nuevo –“again”– cómo lo consentimos.