El mes escolar de junio debería ser de libre disposición para nuestras criaturas. Quiero decir con esto que deberían poder cerrar el curso el día que ellas quisieran. Abstenerse por favor, madres y padres, de criticar directamente esta propuesta sin escuchar mis argumentos. Ya sé que la vida adulta es muy dura, que se abre un período de problemas con la conciliación que os estará trayendo de cabeza y que ninguna necesitáis que este momento se alargue aún más. También os digo que igual es hora ya de dar con el puño encima de la mesa y empezar a cambiar las cosas, pero éste sería otro tema. Defiendo mi propuesta con solidez porque el curso se hace eterno y porque junio es el mes en el que se juntan las horas de sol interminables que invitan al asueto, las jornadas escolares reducidas y un cansancio que, al menos en nuestros caso, hace que las txikis se arrastren por la vida en los coletazos de la rutina como si atravesaran la milla verde. Mis hijas me miran a diario con el rostro suplicante, sin palabras me dicen que ya está todo el pescado vendido, que ya es suficiente, que vengan las vacaciones ya, te lo ruego, madre. Y yo les entiendo bien. En estos últimos metros de la carrera de fondo que es el curso escolar, no hay ni agua ni barrita energética que levante estas morales. Así que propongo que las criaturas sean las que decidan en qué día del mes de junio quieren acabar. ¿Acaso no queremos que sean autónomas y tomen sus propias decisiones? Empecemos, pues, por ésta. Habrá txikis que lo harían el mismo día 1. Yo estaría en ese bando, sin duda. Pero hay otras que preferirían continuar el verano entero en el aula, porque les esperan unas semanas de incertidumbre e inevitable malabarismo, por el que adultas y niñas pagan el pato del estrés y el malestar. Si en vuestro caso tiene que ser así, amiga, confía más en los helados y menos en la culpa.