Para quienes no saben mucho de este evento, se trata de una reunión en torno a la gobernanza global que se celebra en la localidad suiza de Davos cada mes de enero. Aunque se llama Foro Económico Mundial, aboga por un mundo influido por una coalición de corporaciones multinacionales, gobiernos y poderes fácticos. Allí se analizan los problemas apremiantes que el planeta afronta, y las soluciones a estos desafíos desde su particular punto de vista. En esta ocasión, se han reunido 2.500 personas poderosas entre los CEOs de empresas líderes, más de cien gobiernos, así como referentes empresariales y financieros, intelectuales, sin olvidar una selección de organizaciones de la sociedad civil y gurús de la comunicación.

Su creación respondió a la convicción de que el mundo de los negocios tiene que influir en el mundo de la política sobre el orden mundial desde la óptica neoliberal. Quienes ahí se mueven, creen que la economía y las finanzas son demasiado importantes para dejarlas al albur de las democracias. El foro de Davos es la máxima expresión de un capitalismo sin freno, que busca predominar en un mundo fracturado que ellos mismos han provocado, pretendiendo que los grandes emporios sean quienes dirijan nuestra existencia.

Sirva esta introducción para centrar el tema de esta reflexión. En semejante marco acaparador a escala mundial, un grupo de 250 multimillonarios ha vuelto a pedir que les suban a ellos los impuestos. Como suena. Empresarios y herederos de grandes fortunas se unen en la campaña “Orgullosos de pagar más” exigiendo a las élites reunidas en Davos que introduzcan impuestos sobre la riqueza para sufragar mejores servicios públicos en todo el mundo. Son potentados de más de 17 países que exigen una inversión en los servicios públicos con el objetivo de evitar las consecuencias “catastróficas para la humanidad”… y para ellos, si los gobiernos actúan con demasiada injusticia fiscal.

Recuerdan en su campaña que el pago de impuestos no alterará fundamentalmente su nivel de vida, ni perjudicará el crecimiento económico de sus naciones. A ellos no les privará de ser multimillonarios, pero temen por un estallido social ante el agravamiento de la realidad socioeconómica y mundial: “Hemos llegado al final del camino cuando otros 250 millones de personas se verán empujadas a la pobreza extrema este año”.

Este colectivo de grandes millonarios, entre los que se encuentran Abigail Disney, Bill Gates, Dale Vice, el actor Brian Cox o Valerie Rockefeller, manifiesta su sorpresa al no recibir respuesta a la pregunta que llevan repitiendo desde hace varios años: “¿Cuándo van a gravar la riqueza extrema?” Los firmantes de la carta afirman que su campaña por unos impuestos más justos “no es radical”, sino más bien una llamada a “un análisis sobrio” de la realidad económica que frene la concentración extrema de la riqueza.

Una encuesta a más de 2.300 millonetis de países de los países del G20 que se encuentran entre el 5% de las personas más ricas del planeta, muestra que el 74% apoya el aumento de los impuestos sobre la riqueza para ayudar a hacer frente a la crisis del coste de la vida y mejorar los servicios públicos. Y el 54% opina que la riqueza extrema es una amenaza para la estabilidad financiera mundial.

En definitiva, crece el número de multimillonarios conscientes de que la avaricia puede romper el saco, su saco, y que urge introducir por los gobiernos la ética aplicada a la economía y las finanzas de manera urgente. Los datos de la realidad mundial cada año son más evidentes; y sangrantes, como recuerda también la organización benéfica Oxfam en su informe anual, por esas mismas fechas. Un informe sobre la desigualdad que muestra que en los últimos dos años se ha creado un nuevo multimillonario cada 30 horas, mientras que, alrededor de un millón de personas caen en la pobreza extrema cada 33 horas.

¿Dónde ha quedado la promesa del 0,7% del PIB que los países ricos habían prometido dos décadas atrás? Y por preguntarlo todo, ¿cuánto dinero está sumergido en los paraísos fiscales, de sobra conocidos? Leo que el mundo perderá 4,7 billones de dólares en paraísos fiscales en la próxima década si no se adopta la convención fiscal de la ONU. Ninguno de los ocultos propietarios bendecirá la campaña “Orgullosos de pagar más”; al fin y al cabo, no pagan nada. A todo esto, se suma el dinero por actividades ilícitas que se mueve en el mundo, estimado en otros 3 billones de euros que obviamente tampoco paga impuestos. Pero todo esto, seguro que no ha preocupado mucho en el foro de Davos.

Analista