“Solo en ti confiaremos para poder escapar ilesos de las afiladas garras del enemigo”, canta el coro en esa cantata dedicada a la adoración de los reyes que escribió Bach en 1734, que suena cuando esto escribo cerrando las navidades, cuando llega a la ciudad la primera nevada del año. Me temo que no podemos invocar a un ser ficticio para librarnos de los enemigos que hemos creado con desidia y maldad. Tampoco será disminuyendo la cobertura de las ayudas sociales que Europa reclama para arreglar sus balances económicos y disponer de dinero para armar la defensa marina contra los pobres que vienen en cayucos. Sería más fácil detener esa migración con un programa de inclusión apoyado en impuestos a las grandes fortunas y las empresas y sus tráficos globales. Al monstruo de afilados dientes del genocidio se le detiene aplicando con firmeza el derecho internacional, impidiendo el totalitarismo, recuperando la democracia. Esas garras que nos roban la identidad, la información, que la controlan y la convierten en producto comercial tienen dueños y les permitimos toda impunidad cuando operan desde paraísos fiscales y legales, cuando consiguen descuentos de esos estados que no se atreven tampoco a frenar el deterioro ambiental. Qué sencillo era el mundo en tiempos de Bach, aunque también entonces se diezmaban las poblaciones en guerras de sucesión, comenzaba el esclavismo a gran escala y la esperanza de vida de las clases nobles doblaba la de las pobres, sometidas a una aberrante mortalidad infantil. Ahora son otras las amenazas pero no hay una epifanía que nos revele un futuro de ventura porque las predicciones más catastrofistas que se hicieron hace años se cumplen empeoradas. No parece que podamos escapar ilesos. Y sin embargo no tenemos otra que intentarlo, en este año nuevo que parece ya antiguo.
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