La semana pasada Zalbidegoitia me mandó un recorte de un diario de Santander con la fotografía de una casa fantasma con este titular: La rehabilitación de la casa Rosales de Mataleñas dependerá de su futuro uso. En el subtítulo decía: El emblemático edificio está incorporado en el Plan especial del Hipódromo Bellavista, que definirá su posible utilización y posterior renovación.

El lehendakari Urkullu quiso ir el año pasado a verla. La alcaldesa del PP le dio largas. De haber sido por Revilla, la petición se hubiera resuelto. Tuve ocasión de conocerla y cuento la historia.

Una de las asignaturas pendientes que nunca podré cumplir fue el haber ido con el lehendakari Leizaola y algunos supervivientes de los históricos acontecimientos de 1936 a recorrer esa dura ruta de la derrota que vivió el Gobierno y parte del pueblo vasco tras la caída de Bilbao y el fin de la guerra en 1937.

Me hubiera gustado haber acabado aquel periplo en una casona inmensa en Cabo Mayor (Santander), con unas vistas espectaculares, donde vivió el lehendakari Aguirre con su gobierno casi dos meses tras la firma de su mensaje de despedida de Trucíos. Es una casa cuyas fotografías había visto pero tenía curiosidad por saber cómo se encontraba la misma. Por esta razón, se me ocurrió escribirle al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, por ver si me podía decir algo de ella. Para mi sorpresa me contestó a vuelta de correo diciéndome que había ido a verla personalmente y me enviaba una colección de fotos en las que se veía la casona cubierta por la maleza y en situación precaria.

Es una pena la actual situación de la inmensa Casona. Ojalá la destinen a una acción cultural o incluso a un hotel boutique. Podía llamarse Hotel de “El Lehendakari”

En 2020 volví a ponerme en contacto con el entonces presidente de Cantabria, quien me citó para el jueves 12 de marzo de 2020. Al poco, comenzaría la reclusión por el covid. Amablemente me dijo que iríamos a verla. Se lo comenté a mi hermano Koldo y allí nos fuimos. En una hora se llega a Santander y en poco más a la sede del Gobierno de Cantabria, en la calle Herbosa 29, que me llamó la atención por su sencillez. Llegamos, dejamos el coche en un parking cercano y nos dirigimos al sexto piso donde estaba ya Revilla saliendo de un despacho. Con su estilo directo nos enseñó la galería de presidentes (llevaba ya el cuarto mandato), la habitación donde tenía residenciado todo lo referente a su mundo de comunicación con una persona al frente y en su despacho nos obsequió con su último libro Por qué no nos queremos, que iba a presentar en El Hormiguero, cuya portada es la de él con un perro inmenso, foto sacada por su hija Jana.

Me dedicó el libro y nos comenzó a hablar de su relación con Txabier Etxebarrieta, fundador de ETA y de cómo vivían en la calle La Cruz de Bilbao cuando estudiaba en Sarriko y luego en Ledesma encima del Matxinbenta. Nos dio todo lujo de detalles y de cómo le mentalizó para que superara las pruebas de gimnasia para que no lo enviaran a Casa Cristo cuando hiciera la mili, pero cuál no sería su sorpresa cuando, tras matar al guardia civil Pardines, murió acribillado en junio de 1968 en Tolosa. Nos dijo que era un tipo muy inteligente. Habló asimismo de Iñaki Orbeta, con quien hizo la mili en Garellano y de cómo se escapó del cuartel y de cómo le gustaría estar con él. Nos dio la impresión que para él Bilbao es una referencia importante en su vida y siempre que puede se da un paseo. Había estado un día en Sabin Etxea con Ortuzar y había tenido una charla agradable pero que éste no le había invitado a comer. Es público que mantiene una espléndida relación con el lehendakari Urkullu.

Nos contó que tenía a una hija estudiando en Donostia que le llamó a cuenta de que cerraban la universidad como consecuencia del coronavirus y se sintió orgulloso de cómo logró que a la provincia de Santander se le llamara Cantabria, con toda la oposición de los Botín y de la derecha santanderina que nunca habían perdido electoralmente la ciudad de Santander. Recordó haber hablado en un mitin con Carlos Garaikoetxea y de cómo nos copió los estatutos para organizar su Partido Regionalista de Cantabria. En ese momento tenía Revilla 77 años. Es un buen comunicador, un tipo chispas, despierto, vivo, listo y envolvente. Tras una hora de animada charla bajamos al estacionamiento y Revilla nos invitó a subir en su coche, un Peugeot pequeño, conducido por él y con la parte trasera llena de comida para gatos pues le encantan estos animales y les da de comer siempre que puede. Le encanta la naturaleza y conoce datos de rincones y datos históricos que pone en valor.

La Casona de Cabo Mayor está en la avenida del Faro, en su número 22. En una parcela de 6.404 metros cuadrados, que consta de dos construcciones, una principal, otra accesoria con garaje. Esta edificación se remonta al 3 de octubre de 1933, cuando un ciudadano en nombre y representación de José Rosales (1867-1950) presentó ante el ayuntamiento de Santander una solicitud para construir una casa de campo u hotel de familia en terrenos de Cabo Mayor, próximo a la playa de Mataleñas. El Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos, nombre del órgano político que administraba tanto la entonces provincia de Santander, como algunas fracciones de Palencia y Burgos, que habían quedado bajo control republicano tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936, dispuso (posiblemente tras incautarse de ella) que acogiera al Gobierno Vasco.

Y es de aquí esta fotografía que publico en la que se ve al lehendakari Aguirre ante la puerta de la Casona con los consejeros Aznar, Nardiz y Monzón. La segunda es la vista actual del gran chalet cubierto de enredaderas y maleza. En esta casa nos esperaban el concejal de cultura y equipamiento del ayuntamiento de Santander del PP, así como un alto funcionario de dicho ayuntamiento, un vasco de Erandio que lleva 38 años trabajando en esta institución. Nos recibió también la persona que hace de guardés de la Casona y que ha evitado que los quince años que lleva la finca abandonada haya sido ocupada.

Sede del Gobierno Vasco en el verano de 1937

En este contexto de guerra y adversidad extrema, las máximas autoridades de Santander, encabezadas por el socialista Juan Ruiz Olazarán (1901-1999), consideraron una obligación facilitar en lo posible el acomodo a los numerosísimos ciudadanos vascos que habían llegado huyendo de la guerra y, por supuesto, proporcionar a su Gobierno un lugar digno donde poder establecerse. A pesar de la intensa campaña informativa que impulsó el Consejo Interprovincial en el territorio de su responsabilidad a través del único periódico que por entonces se editaba, debido a la escasez de papel (el diario República) y a la también única emisora radiofónica existente (EAJ 32-Radio Santander) animando a la población a que recibiera fraternalmente a los recién llegados, y de la puesta a disposición de sus dirigentes políticos de la finca y casa situadas en la carretera de acceso al faro de Cabo Mayor, lo cierto es que la convivencia entre los miembros de las comunidades montañesa y vasca iba a ser muy difícil y, en algunos aspectos, conflictiva y muy dura.

Varios factores contribuyeron a ello. Primero, la gran magnitud del contingente humano desplazado a la provincia de Santander en muy pocos días; y es que, en un momento en que esta contaba con unos 400.000 habitantes, se estima que la cifra de refugiados pudo ser de unas 180.000 personas. Ello comportaba, en segundo término, graves problemas de alojamiento para semejante aluvión humano. Un tercer problema vino dado por la escasez de víveres y artículos de primera necesidad debido al desabastecimiento que originaba el propio curso de la guerra, en general, y el bloqueo a que estaba sometida la provincia por tierra y por mar, en particular; de esta forma, la irrupción de multitud de refugiados supuso un agravamiento de las insuficiencias que ya se venían sufriendo, a la vez que una competencia cada vez más dura para conseguir lo que se necesitaba.

Como era de suponer, todos estos factores no iban a pasar inadvertidos a José Antonio Aguirre, ni a sus colaboradores directos. Más aún, el sentimiento de todos ellos, una vez transcurridos los momentos iniciales de gratitud hacia las autoridades locales por permitirles instalarse en la que, de hecho, consideraban sede del Gobierno Vasco en el exilio, comenzó a ser de malestar, primero, y de enfado, después.

A ello coadyuvó, curiosamente, la propia residencia que le había sido proporcionada al lehendakari, llamada Villa Bohío. El motivo de ese enojo era la proximidad de dicha mansión a la batería de costa de Cabo Mayor, razón por la cual esa zona constituía un objetivo militar preferente para el bando enemigo, que lo atacaba de vez en cuando por medio de la Legión Cóndor. Así se lo hizo saber el propio Aguirre a Manuel Azaña Díaz (1880-1940), presidente de la Segunda República, durante una entrevista personal celebrada el 19 de julio de 1937 en Valencia, ciudad a la que se había desplazado Agirre en el avión Negus, propiedad del Gobierno Vasco.

La visita para nosotros tuvo su punto de emoción cuando traspasamos la puerta de un inmueble muy deteriorado por quince años de abandono. Pensar que allí había estado viviendo el lehendakari y sus consejeros en aquella situación tan dramática, con parte de su pueblo por las calles de Santander y a punto de ser invadidos por las fuerzas militares sublevadas y que de allí salió para nunca más volver a la Euzkadi peninsular, emocionaba.

Amablemente, el concejal del ayuntamiento junto con el alto funcionario y el guardés nos acompañaron por los tres pisos de la casa, sus estancias, sus balcones con soberbias vistas, y nos contaron la historia previa y posterior a la presencia allí del lehendakari. Nos dijeron que el millonario, nacido en Filipinas, D. José Rosales, propietario del inmueble, había sido director de la Compañía General de Tabacos de Filipinas y en un gran salón recibía a sus contactos y colaboradores. Él había fallecido en Barcelona en 1950.

Es una pena la actual situación de la inmensa Casona. Ojalá la destinen a una acción cultural o incluso a un hotel boutique. Podía llamarse Hotel de El Lehendakari. Estoy seguro que a más de un vasco le gustaría pernoctar allí. Tampoco estaría nada mal que una de sus salas se destinara a recordar las efemérides. Vimos tanto al ayuntamiento como a Revilla dispuestos a darle un empujón al tema y que ese patrimonio histórico no se pierda. Lo mismo nos comentó el Lehendakari Urkullu, que quiso ver esa casa tan histórica donde tantas decisiones se tomaron. Si a alguien le interesa este asunto de poderosa Memoria Histórica tengo una colección de fotografías de 1937 y de su interior en la actualidad, tres años antes. Ojalá se haga algo. Y podamos contar a las nuevas generaciones la historia de esa durísima “ruta de la derrota” para que no se vuelva a repetir. El presente sigue siendo pasado. Hacen pensar estas llagas abiertas y sangrantes de un mundo histórico que agoniza, sostenido tan solo por un retén de gentes hostigadas que le brindan su aliento, mientras una sociedad casi sin vínculos ni tradiciones, camina hacia la uniformidad. Sin advertir que su única salvación se halla en su identidad. Y esta Casona es parte de ella.

Diputado y Senador de EAJ-PNV (1985-2015)