Reinas de las mañanas televisivas ha habido muchas, pero ninguna como María Teresa Campos. Así lo dijo ayer, a las puertas del Tanatorio de La Paz, y directamente llegada del FesTVal de Vitoria, su gran rival profesional durante lustros: Ana Rosa Quintana. La mujer que heredó dicho trono con el inicio del nuevo milenio, pero que como tantos y tantas compañeras de profesión quiso reconocer el legado histórico de Teresa: “Ella nos abrió el camino a muchas de nosotras”. Y lo hizo, sobre todo, con profesionalidad y trabajo (mucho trabajo). Haciendo entretenimiento y periodismo. Muchos años de su vida, además, durante 13 horas diarias, tras los micrófonos radiofónicos y televisivos, momento en el que llegó a su vida su querido chófer (y confesor) Gustavo, debido al cansancio extremo de la presentadora. Malagueña de corazón, y tras una intachable trayectoria en la radio, cuando la Campos aterrizó en Madrid cumplidos ya los 40 años fue para comerse el mundo. ¡Y vaya si lo hizo! Primero como chica Hermida, dicen sus compañeras que era la única con el valor y el genio suficiente para enfrentarse al todopoderoso Jesús, y después como monarca absoluta del reino televisivo mañanero. La alumna que superó al maestro y reinventó una fórmula propia de hacer televisión: cercana, popular, eterna, repleta de corrillos y, por supuesto, de tertulias políticas. Esta fue, sin duda, su mayor lucha, y lo logró tras años de pelea cuando fichó por Telecinco en 1996 para desarrollar su inolvidable Día a día. Cosechó audiencias ahora imposibles (más del 30% del share), fue el primer fichaje millonario de la televisión (llegó a cobrar tres millones de euros por temporada), y se adaptó como nadie a los nuevos tiempos plagados de realities. Una actitud poderosa y camaleónica que también implantó en su intensa vida personal, para superar, por ejemplo, el terrible suicidio de su primer marido y padre de sus queridas hijas Terelu y Carmen, José María Borrego; o para soportar la traición de Edmundo Arrocet. Dicen las malas lenguas que nunca compartió alcoba con Bigote, pero que hasta el abrupto final del amor le hizo inmensamente feliz a una María Teresa que ya vislumbraba el final de su carrera. De hecho, en su última entrevista, concedida a Anne Igartiburu el 3 de marzo de 2022, la Campos, todavía con garra periodística, regaló a la presentadora vasca su último titular entrecomillado: “Sé que soy mayor, pero necesito trabajar”. Buscaba despedirse de la televisión, de los fans, de esos millones de espectadores que durante años le dejaron entrar en sus casas a esas horas del día en las que se viste en pijama, chándal o bata confortable. Una franja televisiva que cuatro décadas después mantiene casi intacta la misma fórmula mágica que conjugó María Teresa Campos: crónica social, sucesos, sociedad, actualidad y mesa política. Por ello el día de ayer, para cualquiera que amemos la televisión, la comunicación o el periodismo, fue un día triste.
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