Tanto las “ciudades” como la “naturaleza” pertenecen al ámbito de la complejidad organizada y, por lo tanto, la noción de una “ecología urbana” se ocuparía del surgimiento y el poder de autoorganización de los sistemas adaptativos complejos. Esto, a su vez, implica desarrollar una noción no antropocéntrica de sostenibilidad que se supedite a la vida no humana y a las necesidades del planeta.
En este contexto, como muestra mi próximo libro, que va a publicar Columbia University Press, los megaproyectos son esfuerzos intrínsecamente insostenibles y su construcción compromete cualquier intento (por modesto que sea) de conseguir avanzar las metas de sostenibilidad urbana. Esto es así debido a los graves impactos de todo tipo que ocasionan.
Los impactos de los megaproyectos pueden definirse como propiedades emergentes que no siempre se pueden predecir de antemano de manera significativa o integral. Asimismo, definimos la complejidad disruptiva como la red compleja de impactos interrelacionados e interdependientes que surge después de la construcción de un megaproyecto y afecta a la vida urbana de un gran número de ciudadanos, en particular los más expuestos y vulnerables. Los megaproyectos no son meramente “transformadores”. Es hora de empezar a caracterizarlos como gravemente “disruptivos”.
Como sabemos por la ciencia del clima, varios riesgos ambientales y sistémicos ya se han materializado, otros se están materializando rápidamente y ya estamos en un mundo no ya de riesgos, sino de impactos con un alcance global. Cuando se trata de impactos, debemos tener en cuenta que los impactos de la acción humana superan con creces nuestro conocimiento actual. Las consecuencias no deseadas aumentan más rápido que nuestro conocimiento en un escenario de ensamblajes complejos y ciencia no lineal, donde las relaciones, interdependencias, trayectorias y transiciones importan más que las estructuras y las entidades u objetos.
Los megaproyectos se insertan en sistemas urbanos que son ecosistemas complejos de innovación adaptativa, es decir, redes de personas en estrecha proximidad que intercambian información y opiniones, crean nuevos conocimientos e interactúan, en redes de actores, con la materia y otras formas de vida humana y no humana.
Una característica de la vida (tanto humana como no humana) en estos sistemas complejos es que está impulsada por un esfuerzo anti-entrópico que facilita su adaptación y supervivencia. Tal esfuerzo anti-entrópico puede verse como resiliencia o energía sistémica: la capacidad de cualquier sistema urbano para mantener la continuidad después de choques o catástrofes mientras contribuye positivamente a la adaptación y transformación. La resiliencia urbana está ligada a la sostenibilidad en el sentido de que es una de las fuerzas que operan contra los impactos entrópicos causados por los megaproyectos urbanos.
Los tres pilares del desarrollo sostenible, a saber, sociedad/comunidad, economía y medio ambiente, pueden promoverse igualmente a través de los conceptos de equidad intergeneracional e intrageneracional. El primero se preocupa por mantener la calidad de los sistemas ecológicos naturales y sus funciones en el tiempo, mientras que el segundo se basa en promover el acceso equitativo a los recursos dentro de las generaciones actuales, proporcionando a las poblaciones humanas las necesidades básicas.
Desde esta concepción de la sostenibilidad, los asentamientos humanos pueden definirse como sostenibles si se planifican y ejecutan teniendo en cuenta la capacidad, idoneidad, resiliencia, diversidad y equilibrio del ecosistema en que se encuentran.
El medioambientalismo y la ecología están recibiendo una atención significativa, también desde la perspectiva del urbanismo, pero se trata solo de uno de los componentes de cualquier estrategia integral para la sostenibilidad. Por ejemplo, parece claro que el capitalismo verde y de alta tecnología pretenden contribuir a la sostenibilidad medio-ambiental, mientras descuidan la dimensión socio-económica, crucial para cualquier proyecto de vida colectiva sostenible.
No hay que olvidar que las desigualdades socioeconómicas, la precarización del mercado laboral y la inequidad generalizada han aumentado después de la crisis financiera de 2008 (la gran recesión), la pandemia de covid-19 y las consecuencias (fuertes presiones inflacionarias y bloqueos de la cadena de suministro) de una mayor confrontación geopolítica, incluida la guerra en Europa.
El compromiso oficial de los gobiernos con la “sostenibilidad” parece un esfuerzo débil. Como era de esperar, las empresas de megaconstrucción han adoptado rápidamente este lenguaje de sostenibilidad oficial (un compromiso débil). Nuestro análisis de la complejidad disruptiva de los megaproyectos (impactos entrópicos de los megaproyectos) tiene como objetivo comprender mejor los peligros de continuar construir megaestructuras en áreas urbanas. Estas estrategias son contrarias a cualquier perspectiva razonable de abordar de manera efectiva los impactos globales asociados tanto a la creación destructiva del capitalismo como al nuevo régimen climático.
En el objetivo de lograr territorios urbanos sin megaproyectos, una sostenibilidad compleja (socioeconómica, no antropocéntrica, resiliente, transdisciplinaria) puede funcionar combinándose con los esfuerzos actuales de sostenibilidad global, como los ODS de la ONU.
Así, la sostenibilidad compleja implica aprender para el futuro proponiendo diseñar el futuro sostenible que necesitamos. Esta “futurización” implica el uso de la capacidad cognitiva biológica, el reconocimiento de que los humanos somos inherentemente una parte del sistema terrestre, que el diseño de lo social debe comenzar en el marco medio-ambiental, y que la innovación en la cultura material, supeditada a la sostenibilidad, necesita guiarse por la necesidad y no por la oferta o la capacidad de innovar. Estas conjeturas, que apuntan hacia los límites planetarios y la noción de límite en general, chocan inevitablemente con la construcción de megaproyectos.
La construcción global de megaproyectos y otras infraestructuras está dañando gravemente el medio ambiente y acentuando las tensiones socioeconómicas en las zonas urbanas, socavando así las perspectivas de sostenibilidad. Las personas que están a cargo de evaluar, apoyar y financiar estos programas deben involucrar no solo a quienes se beneficiarán de ellos, sino también a quienes se verán perjudicados.
Los elementos esenciales incluyen una mayor transparencia, una mayor participación pública y un examen detallado de los impactos y repercusiones directas e indirectas de los megaproyectos. Tales medidas, destinadas a mejorar el control democrático, pueden ayudar a evitar que los intereses políticos y económicos oculten graves problemas medioambientales y sociales.
La noción de sostenibilidad compleja que desarrollo en mi próximo libro traslada el foco de atención a los impactos de las mega-construcciones. Las preguntas clave sobre los megaproyectos no son acerca de sus sobrecostos, su gestión o la evaluación de su desempeño, sino que son cuestiones de sociedad civil y democracia, donde se deben priorizar criterios ciudadanos y el poder de la resistencia cívica en el proceso de construcción del lugar (place-making).
En este proceso coexistirían la participación ciudadana, el conflicto político y la creatividad institucional basada en la innovación de capacidades (a partir del enfoque de capabilities de Amartya Sen). Y los planes de construcción de megaproyectos estarían sujetos a una democracia urbana participativa.
Se requerirían cambios en las economías políticas urbanas, regionales y nacionales para evitar que la “solución de megaproyectos” sea la trayectoria de desarrollo predominante. Ello incluiría someter a las élites urbanas pro-crecimiento a los intereses de los ciudadanos y rediseñar los modelos de gobernanza corporativos, acentuando su responsabilidad con todos los miembros de la comunidad, no solamente con los accionistas.
Como es bien sabido, el crecimiento y el desarrollo ilimitados son incompatibles con los recursos limitados de la Tierra. Desde este ángulo, los megaproyectos – innovaciones disruptivas en la megaconstrucción – nos llevan a pensar que el desarrollo (concebido en su forma economicista habitual) puede ser un caso de costly persistence (persistencia costosa) ante los impactos de los que ya somos testigos y ante los graves riesgos de mayores desastres a los que nos enfrentamos.
Autor del libro ‘Contesting Megaprojects. Complex Impacts, Urban Disruption and the Quest for Sustainability’, (de próxima publicación por Columbia University Press, New York)