El pasado mayo, en plena campaña electoral al ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís arengaba a votar a Ciudadanos con “las vísceras y el corazón” alegando ser “una causa justa”. Ese era el bagaje, y es lo que se lleva. Lo vemos en la Unión Europea y aquí con Vox a la baja, pero con más de 3 millones de votos a los que no les hace ascos el Partido Popular.
Parece que todo vale cuando la visceralidad política enarbola el patriotismo. El caso de Donald Trump es paradigmático, cuya osadía ha sido emulada en muchos sitios, algunos bien cerca nuestro. Semanas antes de que se celebraran los comicios de 2020 en Estados Unidos, el entonces candidato a la presidencia por segunda vez divulgó el mensaje falso de la “democracia robada”, que cuestionaba la legitimidad de un sistema electoral que era completamente fiable. Trump llegó al extremo de afirmar en un debate televisivo que no se comprometía al traspaso pacífico de poder si perdía. Aun así, su “estilo” ha creado escuela.
Esta estrategia de la democracia robada ha sido aplicada contra el Gobierno PSOE-Podemos, acusado de ilegítimo por el apoyo que partidos de izquierda y nacionalistas (ahí duele), dieron en la sesión de investidura. PP y Vox no han dado tregua al Ejecutivo de coalición ni en las peores situaciones –pandemia, crisis energética, invasión de Ucrania, cambio climático, etc.–, tildando de “sanchismo” a todos los males del Estado con la ayuda inestimable de cierta prensa. Pero el acoso institucional comenzó antes: portazo a la renovación obligatoria de las instituciones judiciales, no a los pactos de Estado y oposición a todo lo que se mueva para bien. Desacreditar aquello que pueda revestir de credibilidad al Gobierno que también era el suyo. Pablo Casado, el entonces líder del PP, llamó “sociópata” a Sánchez en el Pleno de investidura de 2020. Ya le había insultado anteriormente como mentiroso compulsivo, ilegítimo, okupa… y por supuesto, traidor. Ese mismo año, el PP dijo que los Presupuestos aprobados estaban “manchados de sangre”.
La libertad de expresarse sin límites activa el derecho a sentirse ilimitadamente ofendido, algo que Vox tensa todavía más, llegando a patear y dar golpes en los escaños cada vez que había un acatamiento de la Constitución en un idioma –oficial– distinto al castellano. Mucha víscera, insultos personales y ataques constantes a quienes no piensan como ellos con la pretensión, lograda solo a medias, de que este ambiente irracional se trasladara a la calle desde la radicalización de los sentimientos políticos. Y todo ello apelando a valores morales. La sinrazón de la víscera para que España sea “la nuestra”, sin espacio para otros sentimientos nacionales que conviven en el Estado. Recordemos la insidia utilizada con la competencia de Tráfico al Gobierno foral, hasta ahora en manos de la Guardia Civil, que ya estaba negociada y fue un compromiso de José María Aznar… ¡con UPN, en el año 2000! O llamar “chantaje” a la reclamación legal para completar el Estatuto vasco.
En el fondo son las ganas locas de volver a una política centralista que algunos buscan en las urnas, incluso desde la posverdad atizando la víscera de las esencias patrias contra cualquier sentimiento nacional diferente. Actitud esta maquillada, aprovechando la idea de Jürgen Habermas del “patriotismo constitucional” para darle contenido democrático a la identidad alemana postnazi. Hubo suerte, reconoció Rodríguez Zapatero, por el gran favor de este filósofo al poner en circulación otra idea para el nacionalismo de Estado. El Partido Popular se unió pronto a su defensa, pero lo cierto es que no caló demasiado porque el fondo de la cuestión no lo cambia un concepto ideológico.
Dos apuntes finales sobre los jóvenes. El primero, que menos del 25% accede a la información por medios convencionales; se informan mayoritariamente por las redes sociales, especialmente Instagram y TikTok y a través de líderes de opinión digitales. El segundo, que ha crecido el número de jóvenes que exaltan el nacionalismo español con mensajes y alabanzas a la dictadura franquista. De hecho, la franja de edad entre 18 y 24 años es una de las que Vox logra más seguidores.
Está claro que algunos políticos y comunicadores a sueldo de grupos poderosos quieren conducirnos a un cóctel de inestabilidad política y caldo social visceral para centralizar muchos derechos políticos que tanto nos han costado. (A veces, parece que lo hemos olvidado). Parafraseando a Hannah Arendt, el sujeto ideal para el alma totalitaria no es el facha o el comunista convencido, sino la gente para quien la distinción entre hechos y ficción ya no existe. En ello estamos.