El domingo 18 de junio, dos hombres y una mujer fueron detenidos por dar una paliza a un varón de 63 años en el aparcamiento de un centro comercial de Laredo (Cantabria). Pocas horas después de dar la noticia, los medios de comunicación apuntaron a que el agredido habría acosado sexualmente a la hija de la mujer, de 13 años.

Algunos medios mencionaron, incluso en el titular o subtítulo, que las tres personas detenidas eran gitanas, vulnerando el consenso deontológico de que no hay que mencionar el origen étnico o racial en noticias sobre delitos. Otros medios, en cambio, han encontrado fórmulas más disimuladas, como hablar de “clan” o de “reyerta”, que son palabras que se usan en el Pueblo Gitano, y que asocian directamente nuestra cultura con la criminalidad. De hecho, en las tertulias televisivas se ha presentado el suceso como una “vendetta” o “ajuste de cuentas”, como si nuestras familias fueran mafias. Otra manera ha sido mencionar, así como quien no quiere la cosa, que las personas agresoras usaron “barras de hierro, de las que se colocan en los puestos de los mercadillos”.

No es novedad que la prensa sensacionalista narre con horror impostado la “brutalidad” e “intensidad sobrecogedora” de una agresión, a la vez que la convierte en un espectáculo. Pero, además, el eco que le han dado a esta noticia nos confirma que el interés de algunos medios y la viralidad aumentan cuando sirve para catalizar el odio antigitano.

Resulta desesperanzador ver que la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) ampara esta práctica periodística sistemática, pese a que su Código Deontológico establece lo siguiente: “El periodista extremará su celo profesional en el respeto a los derechos de los más débiles y discriminados. (…) Debe por ello abstenerse de aludir, de modo despectivo o con prejuicios a la raza, color, religión, origen social o sexo de una persona”. En 2018, la FAPE desestimó la denuncia de la Fundación Secretariado Gitano contra un medio regional por noticias de sucesos que alimentaban el antigitanismo, bajo el pobre argumento de que “el uso del término gitano no es en absoluto despectivo”.

No asumen que estas coberturas informativas echan por tierra en un minuto años de trabajo antirracista. Lejos de representar a las personas gitanas como ciudadanas de pleno derecho, nos señalan como “las otras”, responsables de problemas sociales y de conductas incívicas.

Resulta además sospechoso que, en muchos casos, esos medios sean los mismos que dan altavoz a Vox, un partido que quiere legalizar la tenencia de armas y cuya única receta para la violencia sexual es la mano dura. Así, el mismo sector social que defiende al hombre que mató a tiros a Manuel por un puñado de habas, se pone del lado del presunto acosador de una menor en el caso de Laredo. Así funciona el supremacismo blanco.

Pero, por desgracia para nosotras, el antigitanismo no es solo patrimonio de la extrema derecha. Las personas gitanas constatamos cada día que casi nadie (mucha menos gente que la que afirman los barómetros sobre racismo) nos quiere alquilar un piso, contratarnos en su empresa o matricular a sus criaturas en escuelas con concentración de alumnado gitano. Las noticias que nos caricaturizan como si viviéramos en el Lejano Oeste tienen mucho que ver en esa pescadilla que se muerde la cola: la sociedad paya no quiere convivir con el Pueblo Gitano y, como no convive con él, se creen la imagen estereotipada que circula por la prensa y las redes sociales.

Por ello, reclamamos a los medios de comunicación, asociaciones de periodistas y gabinetes de instituciones que se formen en discursos del odio, para entender cómo se alimenta la deshumanización de la minoría étnica más numerosa de Europa, que ha sobrevivido a intentos de exterminio (también en España). Llamamos a que valoren con responsabilidad qué hechos convierten en noticia cuando implica a personas gitanas, que informen de la misma manera que si las protagonistas fueran blancas (sin léxico ni juicios de valor basados en prejuicios racistas), y que dignifiquen nuestra imagen como forma de reparar todo este daño.

Reclamamos también que se comprometan a tomar medidas para que en los comentarios de las noticias no haya espacio para los discursos del odio. Estamos hartas de tener que tragarnos todas esas vomitonas racistas cada vez que los medios se hacen eco de nuestras actividades, ya sea una manifestación o una exposición artística.

Las entidades llevan años editando guías para periodistas sobre igualdad de trato y comunidad gitana. En ellas se recuerda que los valores de la cultura gitana no amparan los comportamientos violentos o delictivos. El hecho de que tengamos que recordar una y otra vez algo tan obvio tiene un nombre: violencia simbólica.

Trabajadoras de la Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (AMUGE)