Vanitas vanitatis. Yolanda Díaz piensa que va a protagonizar un momento “histórico” (ella misma le pone el adjetivo) por el hecho de que nos quiera contar que se va a presentar a las próximas elecciones generales al frente de una cosa llamada Sumar. Como ese personaje de Disney, la princesa Sofía, una chica normal cuya vida cambia repentinamente cuando debe adaptarse a los protocolos monárquicos. Va a matar por indigestión de almíbar a buena parte del cuerpo electoral. Antes fue lo de “hacemos cosas chulísimas”. En medio, tanto “soy transparente”, “créanme”, “si me lo permiten”, modismos de buen rollito que son lo peor de las artificialidades expresivas. Llegó finalmente lo de lanzarse al ruedo sin el lazo de quien la puso en el Gobierno y designó sucesora, Pablo Iglesias, y es entonces cuando abrió un proceso excepcional “de escucha”, como si no fuera tal función necesidad esencial del político. Sigo preguntándome, perdone el lector la reiteración, a qué tipo de simples supone que se dirige, con tanta actitud meliflua, con tanto momento guay, con tanta sonrisa impostada con la que aparece en lo de Ferreras. Al tiempo que inicia su caminar de los próximos ocho meses, se publican reseñas biográficas que cuentan el verdadero cariz político de Yolanda. Que tiene básicamente dos dimensiones. Una, la del fracaso político en Galicia, de donde proviene y lugar el que ha estado saltando de un sitio a otro casi toda su vida. Dos, que la manera que aprendió para soslayar la enorme distancia entre sus pretensiones y sus capacidades fue emplear como método la traición, y que se lo pregunten a Xosé Manuel Beiras, Cayo Lara o Vicente Irisarri, que fuera alcalde socialista de Ferrol y al que trituró acusándolo de que le gustaba el surf. Pero algo tendrá esta señora para que esté actuando como un imán en ese espacio inconcreto que dicen hay a la izquierda del PSOE, y avance la edificación de la referencia electoral que quiere sustituir a Podemos como socio garante de una nueva investidura de Sánchez. Ahí confluye de todo, la perfecta sopa juliana: pijos tales que Errejón, ecologistas vieja escuela al estilo López de Uralde, formaciones territoriales como las de Baldoví o Colau, meritorios varios de izquierdas, y, sobre todo, los sindicatos CC.OO. (el verdadero partido de Yolanda) e incluso UGT, de la que se dice que por primera vez en su historia no sólo pedirá voto para el PSOE sino para esta otra cosa. Todo un conglomerado de guapos en el que abundan los rebotados de Podemos, y que se estructura en torno a Díaz porque sus integrantes creen que ahora mismo es el tren que hay que tomar para poder continuar viaje. Quedarán en la estación Iglesias, Montero, Belarra, Pam, Echenique y Monedero, la familia Adams, hacedores de sus propios conjuros, el auténtico macizo de la raza, resistiendo lo que puedan, agotando sus perspectivas electorales y políticas de corto plazo, pero aspirando ya sin disimulo a que un futuro gobierno PP-Vox destroce al PSOE, disuelva el yolandismo y les permita recuperar el tono protagonista que siempre ambicionaron.
Lo que se está dilucidando entre Sumar y Podemos es, en principal término, la confección de unas listas electorales. Dónde acaba cada cual. Quién vuelve a calentar escaño a partir de diciembre. Qué micrófonos se lamerán. Montero no aceptaría ir tras Errejón, Belarra y Echenique se van a quedar sin puesto como les toque volver a encabezar Navarra y Zaragoza, y cientos de asesores habrán de visitar Infojobs. El que ha sabido alcanzar el Parnaso que siempre deseó es, en efecto, Iglesias. Que, hablando de vanidades, sólo la suya es más poderosa que la de Yolanda. Vive obsesionado por si los medios le quieren o no le quieren, lo que es un signo objetivo de un entender patológico de la política, cuando se acude a ella para nutrir narcisismos y llenar carencias afectivas. Ya ha montado una tele que dice va a ser una vía de redención en contra de tanta manipulación como consume el populacho. Es capaz de cobrar como tertuliano de la SER y ponerla a parir cuando interesa, o desafiar a gentes que hasta hace dos días eran sus mellizos mediáticos y doctrinales. Quemando los campos que circundan el chalé de Galapagar: el mejor anticipo de la serie Wako, que acaba de estrenar Netflix. A fondo de todo este sainete, que habla muy a las claras de cómo hay una izquierda pueril, vacía y huera de valores políticos, tenemos a Sánchez. Con toda seguridad, en Moncloa ya tienen hecho el análisis de qué va a pasar en un buen número de circunscripciones electorales en las que lleguen a concurrir listas de Podemos y Sumar. Ya se lo digo yo, no hace falta marear a los asesores: cambio de gobierno fijo.
Analista