El día 15 de diciembre de 2015, el Papa Francisco distinguió públicamente al sacerdote José Mª Arizmendiarrieta, inspirador y fundador del Movimiento Cooperativo surgido en Arrasate, con el noble título de Venerable. Tal título significa que según la Iglesia este sacerdote practicó heroicamente las virtudes cristianas y es digno de ser calificado como modelo de vida evangélica.
Bastantes personas miran con cautelosa reserva esta iniciativa eclesial. Se preguntas si la pretendida canonización de este hombre significa algo para nuestra sociedad en buena parte indiferente a la fe e incluso reticente ante tales declaraciones por parte de la Iglesia. Hay creyentes que no acaban de ver que la vida diaria y ordinaria de este cura, coadjutor de la parroquia de S. Juan tenga algún relieve evangélico extraordinario como para merecer el máximo honor ante la comunidad cristiana. ¿No es más que probable que si D. José Mª hubiera conocido de antemano la intención de los promotores de la iniciativa les hubiera “parado los pies en seco”?
Personalmente estimo que la canonización de D. José Mª sería para nosotros y para muchos una gran noticia eclesial e incluso social. ¿Por qué?
En primer lugar, una canonización no pretende primariamente brindar honores eclesiales póstumos a un creyente cualificado, sino ofrecer a la comunidad cristiana y a la sociedad una trayectoria de vida ejemplar y motivar así un comportamiento personal y comunitario más coherente con los valores del Evangelio. Un modelo de vida es tanto más estimulador cuanto más próximo y actual resulta a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Me atrevo a afirmar que D. José Mª cumple con creces este requisito. Al tiempo que se dedicaba con admirable fidelidad a las tareas ordinarias de cualquier sacerdote, él intuyó con notable clarividencia que una dimensión capital de su concreta vocación presbiteral consistía en dedicar sus energía a humanizar la empresa y suscitar en sus componentes un aliento participativo, solidario, corresponsable que fuera eminentemente sostenible y generara una satisfacción laboral en los trabajadores. De tal modo que el trabajo diario no fuera una condena que había que padecer para beneficio de unos pocos, sino un surco de realización y beneficio personal y social.
A este noble objetivo dedicó D. José Mª con inmenso tesón y notable creatividad sus afanes y trabajos. Un hombre de este perfil ¿no es un ejemplar necesario para todos los estamentos de la vida laboral en un tiempo en el que impera una competitividad desbordada, un ansia desmedida del máximo beneficio económico, una exclusión inmisericorde de tantos trabajadores abocados al paro laboral?
En segundo lugar, el proyecto de Arizmendiarrieta estuvo sostenido por la pretensión de plasmar entre el colectivismo marxista y el capitalismo liberal un modelo de empresa inspirado en los criterios de la Doctrina Social de la Iglesia. Él sabía muy bien que esta Doctrina no constituía por sí misma una “tercera vía” entre el colectivismo y el capitalismo, pero que contenía principios y pautas para que en ellos pudiera tomar cuerpo el sistema cooperativo que D. José Mª asumió y enriqueció. Esto es lo que hizo, con un éxito sorprendente. El hombre que fue clave en el diseño y plasmación de un modelo así y dedicó su vida de manera desinteresada y austera por motivos evangélicos, eclesiales, sociales es también acreedor a ser incluido en la nómina de los santos por haber contribuido a poner en evidencia la virtualidad de la Doctrina Social de la Iglesia para la mejora cualitativa de la empresa y la sociedad. Muestra con su testimonio una pauta de actuación para aquellos empresarios socialmente inquietos o sensibles a la fe. Es más: su ejemplaridad no se reduce al ámbito de la empresa. Debajo de su intuición y realización late un espíritu cooperativo que empalma con convicciones muy profundas de nuestra fe cristiana y ha de extenderse a otras áreas de la actividad humana.
La tercera razón que milita a favor de la canonización de D. José Mª es de orden más estrictamente eclesial. En efecto, nuestra sociedad está sumida en un profundo cambio cultural que de hecho está provocando en los ciudadanos una distancia creciente entre ellos y la comunidad eclesial y la misma fe. Es hoy predominante una lectura muy reductiva y sesgada de la aportación del cristianismo a la comunidad humana. Gran parte de los hombres y mujeres de hoy son más propensos a pensar y afirmar que, sobre todo la Iglesia, portadora del cristianismo supone más bien una rémora que un estímulo para el despliegue de la persona y de la colectividad. Es cierto que en algunos aspectos y fases la Iglesia ha podido frenar determinados avances humanos. Pero es injusto no reconocer su aportación globalmente positiva a lo largo de la historia. La canonización de un hombre como D. José Mª es un valioso recurso pedagógico para mostrar el potencial evangélico, creativo, socialmente saludable que una fe viva y ardiente despierta en aquellas personas que se abren agradecida y generosamente a ella.
Obispo Emérito de S. Sebastián