El interés de una buena parte de una comunidad por una persona puede transformar a ésta en famosa. Uno puede ser considerado como tal en su ciudad, país o en el mundo entero. Pero también puede serlo durante un instante o toda una vida. Famoso puede ser un político, un deportista, un asesino, un ladrón, un youtuber, un streamer o un artista.

En las mitologías griega y romana la diosa Fama, criatura alada y veloz, era la mensajera de los dioses. Divulgaba los hechos de los hombres, pero sin importarle si estos eran ciertos o inciertos, justos o injustos. Algunos invocaban a Fama para buscar su inmortalidad, pues así podían ser recordados mucho tiempo después de su muerte permaneciendo vivos eternamente en las mentes de las generaciones futuras. Al más común de los mortales le gustaba también la diosa Fama, pues gracias a ella podían conocer las hazañas de sus héroes.

En general, la fama se considera como un atributo positivo. Muchos la persiguen sin conseguirla. Otros las consiguen sin perseguirla. Y algunos reniegan de ella, abandonan sus trabajos y la vida pública buscando así su deseado anonimato. Pero también puede suceder lo contrario: personas desequilibradas que buscan la fama a cualquier precio y son capaces de liquidar a una celebridad para, de alguna manera, robarles su fama.

El gran Cervantes se quejaba de ser famoso pero no ser reconocido por sus semejantes como gran escritor. Así se sentía. Es conocida la anécdota en la que un estudiante le para por calle y le llama “cómico de las musas” y él, enfadado, le responde que él no es ningún bufón al servicio de nadie, sino un escritor al que más allá de nuestras fronteras reconocen y valoran por escribir El Quijote.

Fama y el reconocimiento muchas veces son fenómenos que no se solapan sino que van en direcciones opuestas. Obviamente es mucho más interesante para una persona verse reconocido entre sus semejantes por el valor de la labor realizada que obtener de ellos el muchas veces efímero y caprichoso “título de famoso”.

En nuestra ciudad contamos con un realizador, Aitor López de Aberásturi, que ha realizado estos últimos años tres audiovisuales de corte documental sobre sendos creadores de nuestro ecosistema artístico. En 2016, David Brandon fue el protagonista de su cortometraje documental The Scale of an Obsession. En 2020 le llegó el turno al pintor Gustavo Adolfo Almarcha con un cortometraje documental de título Buruak. Y, este año, el compositor de música de cine Bingen Mendizabal es el personaje principal de Bidean jarraituz, estrenado hace escasos días.

Tres creadores, no afamados, pero sí valorados, reconocidos, en estos documentales por Aitor. Lo interesante de estos trabajos es que, de alguna manera, Aitor quiere que a través de ellos apreciemos y reconozcamos la labor de estos tres creadores. Y no solo eso: que reconozcamos, por extrapolación, la labor de todos nuestros artistas cercanos y talentosos.