Una vez más, israelíes y palestinos se matan. Claro que los primeros son ocupantes de un territorio ajeno, en tanto que los segundos defienden su integridad territorial y el derecho a formar un Estado. Los sionistas disponen de armas nucleares, los palestinos disponen de corazón para enfrentarse a un enemigo armado hasta los dientes. No me resultaría difícil establecer paralelismos entre Palestina y Ucrania. La ayuda a Ucrania desde Occidente es infinitamente más grande que la que se da a Palestina. Desde Europa y Estados Unidos se facilitan armas al Estado de Israel, mientras que al pueblo palestino se le hacen llegar comunicados, pidiendo que rebaje la tensión.

Ventana sobre Hebrón

En las confrontaciones de estos días el número de muertos alcanza a unos cuarenta del lado palestino y siete del lado israelí. Por su parte, el gobierno israelí anima a que la ciudadanía tenga acceso al uso de armas para mayor seguridad frente a los palestinos. La locura colonizadora del gabinete ultraderechista y ultra religioso no tiene límites, utilizando las escaramuzas e intercambio de disparos de las partes para justificar nuevas conquistas territoriales. En esta ocasión la mecha la prendió el ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben Gvir, quien se presentó con un ejército de policías en la explanada de las Mezquitas, en lo que fue un acto de provocación al pueblo palestino. Desde Europa se lanzaron consejos para preservar la calma al tiempo que el gobierno sionista repetía que lo volverán a hacer.

Por cierto, las noticias que nos llegan centran su atención en atentados en Jerusalén, pero la respuesta sionista recurre a bombardear la franja de Gaza. Cerca de dos millones de gazatíes, atrapados entre el cielo y la tierra soportan la lluvia de bombas que masacran todo lo que se mueve. Pero es toda Cisjordania la que sufre la ocupación y colonización. He aquí un ejemplo de una realidad que conozco bien:

Hebrón es una ciudad palestina antiquísima, situada a unos 30 kilómetros al sur de Belén. Tras la guerra de 1967, un buen día, un grupo de judíos se inscribieron en un hotel céntrico de la ciudad y se quedaron para siempre. Ellos fueron los pioneros del asentamiento de 400 colonos que hoy se impone en la mitad de la vieja ciudad bíblica donde la mitología dice que está enterrado el profeta Abraham. Al otro lado de los muros que circundan el asentamiento, 120.000 palestinos se hacinan en los suburbios sin permiso para entrar en el corazón de su propia ciudad, desterrados. Los cuatrocientos judíos viven muy anchos, armados hasta los dientes y protegidos por su ejército de ocupación, pero ello no impide que padezcan de claustrofobia. El barrio en el que viven se llama Avrham-Avino, un gran búnker de pasos subterráneos. No trabajan, sólo son ocupantes y su quehacer principal es la lectura de la Biblia.

Hebrón es el espejo de cómo la religión y la arqueología son un arma política en manos de los sionistas. Efectivamente, la leyenda indica que hace cuatro mil años Abraham tras salir de su nativa Caldea anduvo por diversos lugares de Canaan como nómada, para terminar comprando una tumba en Hebrón. Este es uno de los grandes argumentos de los ultranacionalistas judíos para negarse a abandonar una ciudad que jamás fue suya. Según los ultras religiosos en la Cueva de los Patriarcas llamada Majpelá están enterrados también Isaac, Jacob y sus respectivas mujeres, Sara, Rebeca y Lea. La leyenda judía aún se estira un poco más y afirma que Adán y Eva, tras ser expulsados del paraíso llegaron a Hebrón donde murieron. El caso es que sobre Majpelá se levanta una mezquita con aspecto de fortaleza, llamada de Ibrahim por los palestinos y que ha sido sinagoga e iglesia en diferentes momentos de la historia. Lo que pone de relieve los nexos históricos entre las tres religiones.

De manera que el mismo lugar es un punto de culto de musulmanes y judíos. pero no precisamente un recinto ecuménico sino de confrontación. En la Hebrón palestina, garantizados los derechos del pueblo palestino a un Estado propio, Majpelá podría ser un lugar de culto de los judíos a donde llegar como turistas para orar, del mismo modo que palestinos podrían llegar a las mezquitas de Jaffa, ciudad que forma parte del Estado de Israel tras la guerra de 1948. Lo que resulta inaceptable y un hecho provocador es que las creencias religiosas sean excusa para ocupar un territorio ajeno, asentarse en él y expulsar a su población originaria. Los principios históricos de los judíos, derivan de creencias religiosas y de fronteras territoriales bíblicas (o históricas) que según el propio Estado otorga a Israel el mandato divino que recibieron Abraham y Moisés: ocupar y apropiarse de toda la Tierra Prometida. Terrible asunto, fuente de innumerables crímenes de Estado y pretexto de gobiernos formados por auténticos terroristas que no dudan en votar a mano alzada –como en un juramento mafioso que implica todos– la comisión de asesinatos en territorios palestinos.

Si Hebrón es hoy un lugar de odio, es gracias a los belicosos colonos que tienen al doctor Baruch Goldstein como el dios al que imitar. De origen norteamericano, Goldstein celebró a su manera la efímera paz entre Arafat y Rabin. Seis meses después de los acuerdos de Oslo, se puso su uniforme de oficial israelí, tomó en sus manos un fusil semiautomático galil y se colocó en un plano elevado sobre la mezquita de Ibrahim. Apuntó en dirección a los fieles palestinos que estaban agachados y de espaldas y vació cuatro cargadores matando a treinta personas antes de morir el mismo. Hoy en día, su tumba, situada en la colonia judía de Kiryat Arbá, es un centro de peregrinación al que no dejan de llegar fanáticos religiosos, entre ellos muchos norteamericanos que rinden culto a las armas. Goldstein es un héroe para los colonos judíos que dominan el centro de la ciudad de Hebrón, paranoicos que crían a sus inocentes hijos en el odio y la venganza. A fin de cuentas, Goldstein llevó a cabo lo que cuenta el II Libro de Samuel: “David ordenó a sus servidores que los matasen; les cortaron las manos y los pies y los colgaron cerca de la piscina de Hebrón”. En el otro lado, los palestinos de Hebrón han aprendido a odiar a los judíos. No es de ningún modo extraño que Hebrón sea un punto fuerte del radicalismo islámico. La ciudad sufre la belicosa presencia de colonias que ocupan su centro histórico con el apoyo del ejército israelí que ha provocado el éxodo de comerciantes y vecinos de la ciudad.

Lo que pasa en Hebrón ocurre en toda Palestina. Lo que sucede en Palestina es más de lo que pasa en Ucrania, aunque sólo sea por las siete décadas de ocupación brutal de un territorio al que los sionistas han jurado eliminar de la faz de la Tierra. A lo que los palestinos responden: “Yo no me iré jamás de todas partes”.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo