A cuenta de la posible reforma de la ley del solo sí es sí, hemos asistido a la enésima batalla entre los socios del Gobierno de coalición. PSOE y Podemos nos han acostumbrado a hacer públicas sus diferencias no por medio de sus líderes o sus ministros, tampoco de sus portavoces, sino a través de un programa en la Cadena Ser donde Carmen Calvo y Pablo Iglesias, dos jubilados de la política, uno más prematuro que la otra, discuten sobre los temas motivo de discrepancia en el Consejo de Gobierno. Sin entrar a analizar el fondo del asunto, ni siquiera la conveniencia de que quienes comparten responsabilidades se dediquen a airear en los medios sus diferencias, cabe reflexionar sobre el juego que dan a otros partidos que se agarran a estas disputas como a un clavo ardiendo para sacar la cabeza de la más absoluta indiferencia a la que estarían condenados si el gobierno funcionara como si estuviera dirigido por personas adultas.
Y es que Feijóo ha aprovechado este nuevo desencuentro para ofrecerse a los de Sánchez y prometerles apoyo a su propuesta de reforma si se alejan de los morados. “Qué gran acto de generosidad”, han afirmado al unísono los medios conservadores, que llevan meses tratando de ver en el gallego un liderazgo y una moderación que otros, será cosa nuestra, no terminamos de detectar. Pero ¿es acaso este ofrecimiento una muestra de generosidad? ¿O no es más que otro movimiento táctico? Da la sensación de que no busca tanto dar solución a un problema sino aislar a Sánchez alejándolo de unos socios que le resultan necesarios para permanecer en Moncloa. Y eso no es ser generoso, porque la generosidad consiste, por definición, en no actuar en interés propio; al igual que la solidaridad no es solidaridad cuando está impuesta por un tercero. De todas formas, pueden estar tranquilos, al menos por ahora, en Podemos; el presidente no va a caer en la trampa de Feijóo, porque si se trata de pensar en uno mismo, hay alguien que se las sabe todas: y ese es Sánchez.