CABE la posibilidad de que uno se vaya volviendo un mojigato con los años pero esta subasta de impuestos con la que seducir a los ricos que ha lanzado la presidenta de Madrid, Isabel Ayuso, me parece una pura obscenidad. Para empezar, desmiente todas las teorías sobre la captación de capital para la inversión en el territorio porque lo que propone Ayuso es deducirles el IRPF por el hecho de ser ricos y estar residenciados en Madrid y no premiarles por inversión productiva. Es más, recordemos que, cuando en el pasado se intentó que los proyectos empresariales de inversión se instalaran en territorios concretos acabó con el poco afortunado sambenito de “vacaciones fiscales” y resultó perseguido y sancionado como ayuda de Estado por la Unión Europea. Pero aquí no hay problema. Aquí se trata de que los más pudientes paguen menos en la comunidad de las siete estrellas que en cualquier otra. Llenar la Villa y Corte de gente de posibles sin que su menor aportación al caudal público se traduzca en empleo, más allá del que haga falta en las boutiques de la calle Serrano. En el fondo, no pasa de ser otra campaña de imagen de la reina regente del PP que, en la práctica, dirige la estrategia ideológica del partido mientras Feijóo madura para hacerse con el reino o abdica directamente. Madrid es el escaparate del modelo de desigualdad fiscal de la derecha. Educa a la audiencia en el consumo, que es la forma de recaudar menos progresiva que hay, y en el endeudamiento familiar para evitar el público, único modo vigente de pagar los servicios del modelo social europeo que se pretende desmontar. En este pulso entre el impuesto a los ricos de la izquierda y la subasta de cupones descuento en el IRPF de la derecha se queda por el camino la fiscalidad equilibrada y eficiente para sostener las necesidades ciudadanas. Con paños calientes y respuestas ideológicas a la coyuntura no se garantizan los servicios públicos. Para repartir la riqueza hay que fomentar que se cree y para que alcance a todos debe traer empleo.
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