e ofrecido mi ayuda a una amiga. Me ha dicho que no puedo ayudarle. El problema que tiene, dice, es solo suyo, no tiene que ver con nadie, solo con su cabeza y con lo que pasa por ella. No es fácil que te digan que no puedes ayudar. Te sientes, de repente, totalmente inservible, pero me he atrevido a decirle que se equivoca. Que no hay nada que sea solo suyo, ningún problema, ninguna enfermedad, ningún conflicto. Que no vive sola en el mundo y que todo lo que haga o deje de hacer tiene su reflejo y sus consecuencias en todas las personas que le rodean. Es habitual pensar así. Creer que lo que nos ocurre, sea bueno o sea malo, nos corresponde solo a cada persona y que cada una tiene que afrontarlo sola. No hay nada, sin embargo, que nos ocurra solo individualmente, aunque tengamos esa sensación muchas veces. Si la vida nos depara una gran alegría, esa alegría no es solo nuestra, porque se traslada a nuestros familiares, amistades, colegas del trabajo, a todas las personas con las que nos rozamos. Si estamos tristes, si la rabia nos consume, las vibraciones negativas se extenderán también sobre ellos y ellas. La negatividad será compartida. No hay nada que te ocurra solo a ti. Estamos unidos como por un hilo de pita invisible. Parecemos seres totalmente autónomos, pero basta que levantemos un brazo para que a la persona que tenemos al lado se le levante una pierna. Cada movimiento nuestro tiene su efecto en las y los demás. De tanto recibir mensajes que refuerzan el individualismo, hemos llegado a pensar que vivimos en cabinas individuales, insonorizadas de los latidos exteriores. Pero no. Sentimos constantemente los latidos de quienes nos rodean. Y la actitud de alguien que tenemos cerca nos puede cambiar el día. Así que, aunque me ha hecho sentirme inservible por un momento al decirme que no puedo hacer nada por ella, he decidido quedarme allí, a su lado, en silencio. Mis palabras no le van a ayudar, pero seguro que en algún momento percibe mis latidos.