omenzar un nuevo año de reflexión compartida a través del reducto de libertad que representa esta columna siempre plantea la razonable duda acerca de qué enfoque seleccionar; el nuevo año se presenta lleno de incertezas, de retos de gran calado en planos como el social, el económico, el político. Por todo ello, y con su permiso como lectores, he orientado este primer encuentro dominical hacia el ámbito de nuestros valores como ciudadanas y ciudadanos europeos.
La Unión Europea dice fundamentarse en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos. Y afirma que tales valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada, entre otros, por el respeto a la dignidad de las personas, la no discriminación y la solidaridad. La Carta de Derechos Fundamentales de la propia UE dice querer situar a la persona en el centro de su actuación.
Cuando desde Europa, por ejemplo, miramos de forma prepotente por encima del hombro a otras regiones del mundo donde emergen ideologías xenófobas deberíamos recordar que hoy día hay dirigentes de Estados europeos que abiertamente defienden esos postulados.
Los griegos llamaban bárbaros a todos los pueblos que no hablaban la lengua griega. Los estoicos (griegos también) se dieron cuenta de que esos "bárbaros" utilizaban en realidad palabras diferentes a los griegos para referirse a las mismas ideas, y que no se trataba de culturas inferiores o subdesarrolladas.
Cabría sugerir o proponer otro ejemplo a favor de la relativización y del mestizaje de ideas y de proyectos, pero sobre todo enviar un mensaje a favor de la convivencia integrada y de la no fragmentación en bloques cerrados: cuando buscamos las raíces de Europa, con frecuencia se afirma que no se puede concebir Europa sin el papel de la Iglesia católica. Y la pregunta a hacerse es: ¿se desarrolló Europa solo con la base aportada por la cultura cristiana?
La respuesta negativa es evidente: fue enriquecida por las matemáticas indias, por la medicina árabe, por la cultura grecorromana. La Edad Media cristiana construyó su teología sobre la base del pensamiento de Aristóteles (redescubierto a su vez a través de los árabes). Tampoco, por cerrar esta suma de ejemplos, se podría concebir a San Agustín (el más grande e importante pensador cristiano) sin la asimilación de la corriente Platónica.
La Europa cristiana eligió el latín de Roma como lengua de los ritos sagrados, del pensamiento religioso y del Derecho; la cultura griega, a su vez, no sería imaginable sin tener en cuenta la cultura egipcia. De hecho, el magisterio de los egipcios fue clave en la inspiración del Renacimiento.
Volviendo a la actualidad, el debate no puede quedar centrado en defender lo "nuestro" como algo mejor o superior a lo foráneo. La barrera, la frontera a la aplicación de esas prácticas debe situarse en la exigencia del respeto a la dignidad de la persona y debemos excluir toda forma de discriminación amparada en supuestas inercias históricas.
Con frecuencia hablamos de tolerancia, de diálogo intercultural, y sin embargo se levantan por todas partes del mundo nuevos muros y murallas que separan más de lo que supuestamente protegen. La entrada de inmigrantes sin control (no quisiera hablar de ilegales, no es un adjetivo que merezcan personas que buscan sin más subsistir) perjudica al conjunto de extranjeros en su consideración social y en sus oportunidades de trabajo. Ellos son los primeros perjudicados al ser explotados por mafias, trasladados con grave riesgo para sus vidas y con dificultades infranqueables para su plena regularización administrativa.
El segundo debate, el de la integración social de los inmigrantes es incluso más complejo que el del control: no hay recetas mágicas, y ninguna tiene garantizado su éxito. Basta comprobar que ni el modelo francés, de asimilación (más generoso en conceder la nacionalidad pero que defiende una mayor uniformidad cultural, como se aprecia por ejemplo en la prohibición del velo islámico), ni el modelo inglés, más tolerante con las diferencias y "multicultural", han permitido impedir que el problema se manifieste y altere gravemente la vida ciudadana en ambos Estados.
Solo si logramos conciliar ambos extremos (cumplimiento de la ley y de las reglas sociales básicas imperantes y respeto por nuestra parte a la condición de ciudadano civil y social del extranjero) podremos avanzar en la dirección correcta.