s inevitable que hablemos entre nosotros de cine, música, literatura, arte... El hecho de que pongamos palabras a las creaciones artísticas e intercambiemos aquellas con nuestros semejantes corrobora que el arte nos importa y cala. Pero desde un “me gusta”, “es bonito”, “espectacular”, “horrible”... a escribir una crítica de arte, el hueco que queda es enorme.
La crítica especializada nace con el arte mismo: en los textos encontrados en las obras de Platón, Vitruvio o Agustín de Hipona, entre otros. Pero como género literario propio, habría que remontarse no tan lejos en el tiempo: al Siglo de las Luces, de la Ilustración. Por entonces el interés público por el arte iba creciendo exponencialmente, pues el arte se exhibía regularmente en los grandes salones de París y de Londres. También a lo largo del siglo XVIII surge el periodismo diario que se hace eco de estas grandiosas citas con el arte. El público se muestra interesado por leer lo que dicen de ellas las personas versadas en la materia. O quizá las que con mayor pasión y conocimiento escriben sobre arte, pues la crítica, como la propia creación, requiere de un ingrediente fundamental: el fervor.
A partir del siglo XIX, la crítica de arte se convierte en profesión. Una gran figura de aquella época fue el poeta francés Charles Baudelaire, cuyas audaces críticas atraían siempre la atención inmediata de sus contemporáneos. Pero será en el siglo XX, con la irrupción de las vanguardias históricas, que generaban un arte incomprendido por el público, cuando la crítica se hace más que nunca necesaria, sirviendo como puente entre el público y el trabajo de los artistas. El poeta Guillaume Apollinaire fue uno de los más ardientes críticos de arte, siendo actor de la ebullición artística en el París de aquella época.
Pero no hay que confundir al historiador del arte con el crítico: el primero trabaja con el pasado, el segundo con el presente. Aunque muchos críticos son historiadores también. Pero pocos son, además, testigos e entusiastas -e inclusos fanáticos del arte- como era el caso de los mencionados Baudelaire y Apollinaire. Es el caso del recientemente fallecido Francisco Javier San Martín. Una figura fundamental en el panorama del arte vasco al que contribuyó como profesor, historiador, crítico de arte, comisario y gran divulgador del arte contemporáneo.
San Martín, desde su aula en la Facultad de Bellas Artes en la que impartía su asignatura Historia del Arte, formó a muchos de los artistas vascos que pasaron por ella. Y lo hacía con pasión contagiosa, cercanía e incluso humor. Se acercaba de vez en cuando a nuestra ciudad, a Zas Kultur, para impartir algunas de sus charlas magistrales. La pasión con la que afrontaba un escrito sobre arte, una conferencia o una simple clase, no abunda en el contexto del arte. Su muerte, por lo tanto, es una gran pérdida para el arte y para todos los que lo vivimos con intensidad. Aunque la huella de su trabajo, sigue y seguirá en nosotros.