s posible que haya personas que no se hayan dado cuenta del intenso olor a tilo que inunda algunos espacios de Gasteiz estos días? Seguramente habrá personas que pasen todos los días por los mismos lugares que paso yo y no hayan percibido ese olor que a mí me hace cerrar los ojos y respirar profundo. Ocurre lo mismo en algunos otros lugares de la ciudad en los que las lavandas están exultantes y olorosas en este tiempo. Y, sin embargo, seguramente habrá personas que ni siquiera hayan percibido ese aroma, como tampoco comparen la frondosidad de los árboles en verano frente a su desnudez en invierno, o se fijen en el milagro de los árboles en flor en primavera, o en la textura del cielo que parece algunos días pintado al óleo. Supongo que no percibir nada de eso tiene algo que ver con una actitud de no mirar más allá de nuestro propio ombligo, con una actitud tan extendida en nuestros días como la de no escuchar ni mirar alrededor. A veces nos cruzamos con personas que, nada más encontrarnos, nos sueltan todas esas cosas que les estaban pasando por la cabeza en ese momento: que si vengo de allí, que si voy para allá, que si tengo mucho trabajo, que si me voy de vacaciones... Personas que descargan toda su información sin mirar a la persona que tienen en frente con esa atención que te puede permitir percibir que hoy tiene los ojos tristes, o que, al contrario, le brillan de alegría... Que no miran a las personas como tampoco miran a los árboles o al cielo. Por eso es tan gratificante encontrarse con alguien que no solo te suelta lo que lleva encima, o que antes de decir nada escucha, mira, se interesa por el estado de quien tiene enfrente. Alguien que mira a las personas y que, antes de hablar, intenta distinguir si hoy sus ramas están frondosas o, al contrario, desnudas; si su cielo está encapotado o azul; si hoy tiene aroma de tilo o de lavanda. Alguien que percibe o intenta percibir el aroma de los demás.
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