l método científico es el camino más riguroso para acercarse a la realidad y el conocimiento de cualquier fenómeno. Desgraciadamente, vivimos inundados de noticias y mensajes en las que, sin rubor, se extrapolan datos sin cotejar, se generalizan circunstancias observacionales para reivindicar una determinada idea o producto o se citan pruebas supuestamente extraídas de investigaciones que, al rascar un poco, no tienen el más mínimo rigor científico.

Una formación científica mínima generalizada incrementaría la capacidad crítica de cualquier colectivo de forma exponencial. Sin embargo, el mundillo de la calidad y el rigor científico también tiene su aquel. La calidad de un estudio científico termina teniendo una correlación directa con la calidad de la revista de publicación. El nivel de las revistas se valora, a su vez, por su factor de impacto, que viene a mostrar la cantidad de veces que otros científicos citan estos artículos, aspecto esencial del avance del conocimiento científico.

Por no extenderme en detalles, decir que las revistas terminan clasificadas en cuartiles (Q1, Q2, Q3 y Q4). ¿Por qué los de primer y segundo cuartil son de mayor calidad? En primer lugar, porque son las publicaciones que más solicitudes reciben por parte de los científicos para que publiquen sus estudios, lo cual hace que las cribas entre lo que se aprueba y lo que no, sean más estrictas. En segundo lugar, porque la revisión y control de calidad de estos trabajos lo realizan profesionales referentes mundiales en su especialidad. Trabajo por el que, curiosamente, no se suele cobrar.

En función de esta lógica, la calidad de la progresión científica y el currículo en investigación viene determinada tanto por la cantidad como por el cuartil de las revistas en las que se publiquen sus estudios. Esta lógica viene de perlas a las grandes revistas y editoriales, teniendo en cuenta que tienen a científicos de nivel trabajando gratis para ellas.

Podría ser que estas revistas trabajaran en pos de una misión altruista de divulgación científica, pero va a ser que no. Cobran mejor que bien por acceder a sus artículos (unos 25 euros de media), derivando en que todo centro de investigación, tecnológico o universidad debe gastar miles de euros por las suscripciones a esas revistas. Total, que cobran por contenidos que otros generan, evalúan y revisan.

Aunque ojo, porque configuran un sistema que posibilita una labor de arbitraje/calidad de tal alcance que llega hasta el punto de que, si un estudio no se publica en esas revistas, la comunidad científica no lo valora. A eso hay que añadir que esas editoriales imponen a esos artículos derechos de copyright de hasta 70 años para que quien los quiera consultar tenga que pasar por caja religiosamente.

No me gustaría ser ingenuo e insisto en que, a día de hoy, es el único sistema en funcionamiento capaz de discernir e identificar los estudios de mayor calidad. Labor, dicho sea de paso, que aporta un valor innegable a la comunidad científica.

A todo esto, el año 2011 Alexandra Elbakian, oriunda de Rusia y apodada como La Robin Hood de la ciencia, crea un buscador pirata llamado Sci-Hub en el que publica en abierto y de forma gratuita la inmensa mayoría de los artículos de esas publicaciones. El buscador llega al punto de registrar unas doscientas mil descargas diarias, mientras que la susodicha financia su actividad de las donaciones de los que utilizan su buscador. Le empezaron a llover demandas de las editoriales. Y fallos en firme. Entre ellos, una indemnización de quince millones de dólares a abonar a la editorial Elsevier. Elbakian no se presentó al juicio, y no parece muy plausible que sea extraditada del país del Zar Putin. La revista Nature en 2016 la consideró como una de las personas más importantes de la ciencia, en la medida en que permite que personas con pocos medios puedan acceder a publicaciones de primer orden. La necesidad de crear una iniciativa editorial que ofrezca un acceso abierto no es descabellada. Es cierto que ya existen opcionesopen access en las que pueden publicar y acceder a dichas publicaciones sin peajes, pero están lejos de ser un sistema que haga competencia en garantías de calidad y que, a su vez, permita a sus autores un nivel equiparable en cuanto a promoción y reconocimiento. Indudablemente, un esfuerzo supranacional en esa línea tendría todo el sentido. Hace falta más y mejor difusión de la ciencia en la sociedad, que de populismo ya vamos sobrados.

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