a timidez venía forjada de partida en mi genética, y de ahí mi falta de atrevimiento para enfrentarme a nadie o ponerme colorado cada vez que una chica me dirigía una mirada o la palabra. Esa timidez me llevó a una bondad tontuna por inacción, por cobardía y por esconder posibles osadías dentro de mi alma.
De más adulto descubrí que, cuando el alcohol circulaba por mis venas, mi alma se desinhibía, lo que me permitió comenzar a tener más relaciones sociales e interactuar con más libertad. Eso sí, de no haber aprendido a sobrevivir socialmente sin alcohol, hoy tendría el hígado como una uva pasa.
Y lo mismo que ciertas conductas mías bajo efecto alcohólico desconcertaban a algunos, observo comportamientos públicos que me tienen estupefacto. Ahora resulta que los partidos independentistas, empeñados en romper con España como sea, se pirran por la armonización española de impuestos. Ahora resulta que los partidos más españolistas y uniformadores de todo lo que sea una competencia de la administración, pierden los huesos porque cada comunidad autónoma tenga las suyas intactas, sobre todo las fiscales. Ahora, y es lo más alucinógeno que he oído, resulta que para avanzar decididamente en la república vasca hay que aprobar los monárquicos presupuestos españoles.
Quizás, lo mismo que yo utilicé algo de alcohol para superar mi cobardía y timidez, algunos responsables (por decirlo de alguna manera) políticos, con el noble objetivo de superar el sinvivir de la crisis epidémica, se han intentado relajar yendo más allá del alcohol y han abusado de setas alucinógenas, de chupar sapos o de fumar canutos, y luego, claro, ocurren estos desfases. O quizás no sea la pandemia y resulta que, como yo, que era genéticamente tímido, toda esta gente que parece desbarrar, pudiera ser que interiorizan de origen esos pensamientos y aprovechan el ruido del ambiente para salir del armario.