Prohibir el móvil en clase: ¿es realmente una solución?
Cada vez son más las escuelas que prohíben el móvil en clase con buena intención: evitar distracciones, recuperar la atención, proteger el aprendizaje. Pero ¿y si, en vez de proteger, estuviéramos dejando a nuestros jóvenes más desamparados frente al mundo digital que les espera?
Cuando comento a otros profesores que permito a los estudiantes durante la clase buscar en su móvil noticias para completar una exposición siempre hay algún profesor que frunce el ceño. Para él, el móvil es sinónimo de distracción, de indisciplina. Pero para los estudiantes, es una puerta al mundo. Vivimos en una paradoja: exigimos a nuestros jóvenes que sean críticos, informados, digitales y luego les prohibimos la herramienta más poderosa que tienen para serlo. El smartphone no es un enemigo del aprendizaje. Es, sencillamente, el lápiz del siglo XXI. Y como tal, debería usarse en clase, no esconderse bajo el pupitre.
Prohibir no educa. Esconder no protege. Al contrario: cuando apartamos el móvil del aula, dejamos que los chicos lo usen sin guía, sin criterio, sin saber distinguir una noticia de una mentira. Y eso sí que es peligroso. En lugar de decir “móvil prohibido”, deberíamos decir “móvil bien usado”. Que busquen datos en tiempo real, que contrasten fuentes, que verifiquen con una aplicación si una imagen es real o está manipulada. Que aprendan que no todo lo que brilla en internet es verdad. Eso no se enseña con un folleto. Se aprende tocando, probando, equivocándose pero con el móvil en la mano.
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Riesgos
Claro que hay riesgos. Las redes, los juegos, los mensajes, el bullying. Pero el problema no es el dispositivo, sino la falta de sentido. Un libro de texto también puede usarse para escribir garabatos. ¿Lo quemamos? No. Lo usamos bien. Lo mismo debe pasar con el móvil. He visto a profesores usarlo para hacer cuestionarios en directo, para grabar microclases, para acceder a diccionarios, mapas, experimentos científicos en vídeo. El aula se transforma: los alumnos participan, preguntan, investigan. El móvil se convierte en extensión de su curiosidad.
La tecnología no es buena ni mala. Depende del uso que le demos. Y si queremos que nuestros hijos sean ciudadanos responsables, no podemos esperar a que lo aprendan solos. La escuela no debe aislarlos del mundo. Debe prepararlos para saltar a la realidad. Por eso, cada vez que se habla de prohibir móviles, me pregunto: ¿no será que, en vez de enseñarles a nadar, les estamos quitando el agua? El futuro no llega sin el smartphone. Y si no los enseñamos a usarlo con cabeza, solo lograremos una generación que lo obedece, en vez de dominarlo. La verdadera educación no está en apagar pantallas, sino en encender mentes.
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