Mis hijos tienen 20 y casi 19 años. Y, por cosas de la vida, paso mucho tiempo hablando también con una chica de 26. Tres personas jóvenes, de la misma generación, que me han enseñado que sus hábitos comunicativos son casi otro idioma para quienes crecimos en los años 80. Este no es un lamento nostálgico: es un intento de entender cómo hemos pasado del teléfono fijo y las cartas a un mundo donde “no contestar” no significa lo que creemos.

Cuando el teléfono era “la” comunicación

En mi adolescencia, si querías hablar con alguien, tenías dos opciones: llamar por teléfono o escribirle una carta. Así de simple. No había grupos de WhatsApp, ni mensajes directos, ni comentarios en redes. Si la persona estaba lejos, la llamada se convertía en “conferencia” y se pagaba por minuto. Una conversación con otra provincia era un pequeño lujo.

Teníamos que administrar el tiempo como si fuera oro. El saludo breve, la voz nerviosa porque sabías que cada segundo contaba, y muchas veces una madre o un padre al otro lado diciendo: “¡Que corta que esto cuesta un dineral!”.

Yo tenía amigas en Valladolid, Burgos o incluso en Inglaterra y Francia. Nos escribíamos cartas larguísimas, llenas de confesiones adolescentes: el ligue del momento, el examen que había ido fatal, los planes para el verano. Cada carta era un retrato detallado de lo que pasaba en mi vida. El silencio entre una y otra podía durar semanas o meses, y no pasaba nada. Era normal.

Ese ritmo pausado también tenía su magia. Había expectación por abrir el buzón y encontrar un sobre con tu nombre. Era comunicación, sí, pero también era un ritual. Hoy, con la inmediatez digital, hemos perdido esa sensación de espera que convertía cada mensaje en un pequeño acontecimiento.

Del SMS a la hiperconexión

El cambio empezó en los 90. Llegaron los móviles y con ellos los SMS. Eran caros, así que inventamos trucos para ahorrar: la “llamada perdida” como señal, abreviar palabras para que cupieran en un mensaje, sustituir vocales por números (“100pre”, “tkm”).

Recuerdo cómo escribíamos en T9, ese sistema predictivo que a veces te jugaba malas pasadas. Un “ahorro” podía transformarse en “ahorco” y desatar una carcajada.

Un Nokia 3310.

Un Nokia 3310.

Después llegó Messenger y el correo electrónico. Messenger fue la primera vez que sentí que podía hablar con alguien “sin llamar”. Podías escribir, poner un estado, elegir una canción para que todos vieran lo que escuchabas. Era comunicación mezclada con personalidad.

Y, por fin, los smartphones que cambiaron todo el panorama. WhatsApp, Facebook, Instagram, videollamadas… sin horarios ni límites geográficos. La comunicación dejó de ser un acontecimiento para convertirse en un flujo constante. Y aquí llegó el gran cambio: ya no se trataba solo de elegir el canal, sino de gestionar un ecosistema entero.

Mis hijos y el teléfono (que no es teléfono)

Para mis hijos, el teléfono como “teléfono” apenas existe. No es su herramienta principal para hablar. Llamar sin avisar es, para ellos, casi una falta de respeto. Prefieren escribir.

Mi hija puede dejar un WhatsApp o un mensaje privado sin abrir durante días. Y no es que no le importe. Sus amigos no esperan respuesta inmediata. La conversación es asíncrona, pausada, como una manta que se puede dejar a medio tejer y retomar cuando quieras.

Yo, en cambio, me pongo nerviosa si dejo a alguien esperando. Me cuesta asumir ese “ritmo guayabero”, como yo lo llamo, de conversaciones interrumpidas que se retoman sin disculpas.

Para ellos, este sistema tiene lógica: te da control sobre tu tiempo y tu energía. Para mí, es un reto de paciencia.

Nuevos códigos de cortesía digital

Un artículo del Financial Times, muy comentado en redes, lo resumía así: no es que las generaciones jóvenes sean maleducadas, sino que han redefinido las normas.

Las reglas no escritas de la comunicación digital:

  1. Llamar solo en casos concretos → urgencia, apoyo emocional, emergencias.
  2. Avisar antes de llamar → respeto por el tiempo ajeno.
  3. Responder cuando quieras → control sobre la propia disponibilidad.
  4. Silencio como derecho → no contestar no es descortesía, es autocuidado.
  5. Lenguaje visual → emojis, memes y stickers como formas legítimas de respuesta.

Aquí es donde se nota la brecha generacional: para muchos mayores de 40, no responder es señal de enfado o falta de interés. Para ellos, es simplemente otra forma de estar.

10 claves para entender cómo se comunican los menores de 30

  1. Avisar antes de llamar
  2. No es frialdad: es protocolo. Llamar sin previo aviso puede percibirse como invasivo.
  3. Conversaciones asíncronas
  4. Pueden dejar un chat “en pausa” y retomarlo horas o días después, sin drama.
  5. El emoji como respuesta suficiente
  6. Un ❤️ o un emoji puede reemplazar a un “gracias” o “estoy contigo”.
  7. Memes como lenguaje privado
  8. Una imagen absurda puede ser el equivalente a una carta personal.
  9. Audios breves, casi siempre
  10. De 30 segundos o menos. Audios largos generan pereza.
  11. Control sobre la notificación
  12. Leen mensajes desde la pantalla de bloqueo para no activar el “visto”.
  13. Silencio como autocuidado
  14. No contestar no significa enfado: a veces es solo descanso digital.
  15. Respuestas en cadena
  16. Contestan varios mensajes a la vez, en lugar de mantener un intercambio inmediato.
  17. Cambio de foto de perfil como mensaje
  18. Un gesto que puede ser sutil o intencionalmente significativo.
  19. Prioridad a canales visuales
  20. Vídeos cortos, reels o stories antes que texto largo.

Comunicación asíncrona: ventajas y riesgos

Este modelo tiene claros beneficios:

  • Menos presión para responder al instante.
  • Más control sobre el propio tiempo.
  • Espacio para pensar antes de contestar.

Pero también sus peligros:

  • Las emociones se enfrían más rápido.
  • Aumenta el riesgo de malinterpretar silencios.
  • Hay conversaciones que, sencillamente, se diluyen.

Un audio que se escucha tres días después ya no genera la misma reacción. Una broma enviada fuera de contexto puede perder su gracia… o malinterpretarse.

No es menos comunicación, es otra

Quizá el error es pensar que este cambio significa que “ya no saben comunicarse”. Lo que han hecho es adaptar la comunicación a un mundo hiperconectado, rápido y saturado.

En vez de verlo como una pérdida, podemos aceptarlo como una oportunidad. Ahora sí es posible acordar cómo queremos hablar, cuándo y por dónde. Antes no había elección: o cogías el teléfono, o esperabas al cartero.

Llamada entrante desconocida, ¿contestar o no? Pixabay

Y sí, quizá eso implique que un “no contestar” sea también una forma de decir “me importas, pero ahora no puedo”.

Adaptación mutua

En casa, lo hemos convertido en un acuerdo tácito. Yo intento no presionar por respuestas inmediatas; ellos me dan alguna cuando saben que lo necesito. No siempre funciona, pero al menos nos entendemos.

Porque al final, lo importante no es si hablamos por carta, por llamada o por sticker. Lo importante es que sigamos queriendo contarnos cosas.

Códigos invisibles que hay que aprender

El nuevo lenguaje digital no es solo qué aplicación usas, sino cómo la usas.

  • Avisar antes de llamar: no es frialdad, es protocolo.
  • Responder con un emoji: puede significar “te he leído y estoy contigo” más que un texto largo.
  • Silencio de horas o días: no es siempre rechazo, a veces es gestión emocional.
  • Memes privados: auténticas cartas de amor digitales que solo entienden dos personas.

Si no conoces estos códigos, es fácil sentirte ignorado. Si los entiendes, descubres que las reglas han cambiado… pero el afecto sigue ahí.

Del bar al grupo de WhatsApp

Antes, los debates familiares o de amigos sucedían en el bar, en la plaza o en la sobremesa. Hoy, gran parte de ellos ocurren en grupos de WhatsApp o hilos de Instagram.

Una pareja comparte unos mensajes de WhatsApp. Freepik

No es necesariamente peor. Pero sí más fragmentado. En vez de una conversación colectiva, tenemos muchas conversaciones en paralelo, que se cruzan y se olvidan.

¿Y ahora qué?

Quizá la clave esté en no idealizar ni demonizar ninguna época. La de las cartas nos enseñó paciencia. La del teléfono fijo, inmediatez emocional. La de WhatsApp, flexibilidad.

No es un “antes mejor” o “ahora peor”. Es un “antes distinto” y “ahora distinto”. Y si queremos mantener los vínculos, nos tocará aprender a movernos entre los dos mundos.

💬 Y tú, cómo te comunicas? ¿Eres de los que contestan al instante o de los que dejan los mensajes “madurar”? Si quieres escribirme, tienes mi correo en la firma de este artículo.