VITORIA - El Baskonia se salvó de milagro de la quema en otro partido desconcertante donde no dio una a derechas durante treinta largos minutos y que obliga a la reflexión pese al subidón final. Recibió el indulto por parte de un tierno Brose Baskets que se arrugó otra vez en el momento de la verdad y revivió los fantasmas de estas primeras jornadas de la Euroliga. Pero ello no es óbice como para pasar por alto que el cuadro dirigido por Sito Alonso comienza a ser un bloque partido en dos con un puñado de jugadores improductivos y cada vez más residuales. Y en una carrera de fondo como es el máximo torneo continental, donde restan espinosas batallas a la vuelta de la esquina, es un síntoma preocupante.

Si los alaveses forjaron ayer la reacción fue, en parte, gracias a la fulminante irrupción de un trío estelar que minimizó las carencias y desatenciones por parte de otras piezas fuera de onda. Y este hecho es inquietante en una plantilla que supuestamente posee el suficiente fondo de armario y también amplitud de recursos a la hora de suplir la baja de algún pilar lesionado (Shengelia) o el puntual bajo estado de forma de cualquier jugador.

Sito Alonso, acostumbrado hasta ahora a mover sus fichas del banquillo de forma constante, redujo esta vez la rotación al máximo. No le quedó otro remedio porque la respuesta de sus piezas fue muy desigual. Sucede a menudo en el baloncesto que algunos jugadores se borran solos y el técnico baskonista lo tuvo fácil a la hora de realizar el proceso de selección de cara al intento de remontada en el último cuarto.

Mientras el Baskonia descontaba puntos de diferencia aprovechando el pánico atroz del Brose Baskets, los cambios del madrileño se contaron prácticamente con los dedos de una mano. En la dirección prescindió de un Rafa Luz incapaz de brindar relevos de calidad a Larkin. En la cuerda exterior, ante la falta de pujanza de Blazic y la escasa pegada de un expediente X como Budinger, se puso en las manos de un renacido Beaubois y el microondas Hanga, mientras que los puestos interiores fueron ocupados por Tillie y Voigtmann. Quedaron completamente marginados Bargnani, muy lejos del tono físico ideal, así como Ilimane, al que esta clase de batallas le quedan demasiado grandes.

Con un núcleo duro muy definido, el Baskonia obró el milagro de la reacción. Cuando nadie apostaba un mísero euro por la voltereta en el marcador a tenor de la solvencia alemana, surgieron tres pilares incuestionables que sacaron del tedio a un público incrédulo y desencantado por lo que estaban viendo sus ojos. La sabiduría de un hiperactivo Larkin, el instinto asesino de Beaubois -por fin enseñó las uñas tras unas descorazonadoras últimas actuaciones- y la constancia, no exenta de calidad, del multiusos Voigtmann rescataron al equipo vitoriano del agujero negro en el que se encontraba sumido.

En cualquier caso, el Baskonia confirmó que su pérdida de fuelle con respecto al grupo alegre, centelleante y dinámico de los albores de curso es una realidad. En su resurrección colaboró esta vez de forma activa un Brose muy inocente.