Vitoria. Dusko Ivanovic se convirtió, en la sombra, en seguramente el principal protagonista del importante triunfo que ayer conquistó el Caja Laboral en su visita al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Como hace dos años, en aquella final de dulce recuerdo para el baskonismo, el montenegrino evidenció una excelente capacidad para analizar la serie y, merced a la perfecta ejecución de sus hombres, darle la vuelta a las primeras de cambio.

Ivanovic logró que su equipo hiciera todo lo que él sabía que hacía falta, lo que había que hacer para desactivar al Real Madrid de Pablo Laso, que se vio ampliamente superado en la batalla táctica. Por supuesto, su planteamiento de nada habría servido de no haber sido sus jugadores capaces de llevarlo a la práctica con la excelsa precisión con la que lo hicieron, guiados ante todo por un Pablo Prigioni que, si las piernas le respetan, puede conducir a este corajudo plantel azulgrana a su cuarto título liguero.

Había hablado Ivanovic de ritmos, de velocidades. Y se jugó a la que más convenía al equipo vitoriano. Prigioni le dio cloroformo al balón, durmió el partido cuando más falta hacía y, salvando unos minutos del segundo cuarto, el Madrid apenas pudo realizar ese juego eléctrico de transición que tantos réditos le ha concedido en la era del técnico alavés. Sólo una canasta de Llull, tras robo en el medio campo a San Emeterio, logró el combinado merengue al contraataque. Muy poco. Casi nada. Una miseria para un equipo que mata a sus rivales a base de correr.

El Baskonia fue mejor que el Madrid en casi todas las facetas del juego. Defendió con maestría en una segunda mitad en la que sólo recibió 27 puntos y, además, sacó ventajas donde las tenía. Contraviniendo sus prácticas habituales, Ivanovic quiso explotar la ventaja física de su equipo. Jugó casi siempre con un tres alto -Nemanja o Nocioni- y sacó enormes beneficios a la movilidad de sus interiores para sumar una victoria que puede valer un pase a la final.