El campo no parece ser atractivo a día de hoy para los hombres, pero tampoco para las mujeres. Las generaciones más jóvenes se alejan de la agricultura y de la ganadería y se decantan por otras profesiones para ganarse la vida dejando la tierra en manos de la población de más edad. Esta falta de relevo generacional es patente desde hace años, pero se agudiza con el paso del tiempo hasta el punto de que más de tres de cada diez explotaciones las gestiona una persona mayor de 60 años, el 60% de las haciendas las llevan agricultores y ganaderos de entre 40 y 65 años y sólo el 10,4% de los titulares tiene menos de 40 años, según el último censo agrario.

El problema se agudiza si de jefas de explotaciones agroganaderas se trata. Si la edad media de los varones es de 57,5 años, en el caso de las mujeres supera los 60. Además, sólo una cuarta parte de los negocios los gestiona una mujer y en muchos casos más que por voluntad propia suele ser porque su marido se ha jubilado o ha enviudado. Es el caso de Josefina Arriaga, que se quedó como titular única hace seis años tras jubilarse su esposo.

Josefina regenta su explotación en San Vicente de Arana, el municipio alavés con mayor tasa (62,5) de feminización de las explotaciones agrarias del territorio, según el estudio del instituto vasco de estadística Eustat. Le siguen Legutiano (con un índice de 57,1), Ribera Alta (43,2), Armiñón (42,9) y Moreda (40).

Además, la presencia de mujeres como jefas de las haciendas ha descendido cinco puntos respecto al censo anterior de 2009. Ahora son 34,5 por cada cien hombres en Euskadi. No obstante, la caída es similar en todos los grupos de edad, aunque el mayor descenso se da en la franja más joven (-5,7%), la de menores de 40 años, lo que pone de manifiesto el envejecimiento del sector primario.

Álava es, asimismo, la provincia vasca con menos jefas de explotaciones agrícolas y ganaderas, pese a ser el territorio más rural; quizá por el tipo de cultivos; en Bizkaia, las mujeres ejercen de jefas en el 28,2% del total de las explotaciones; en Gipuzkoa representan el 25,9% y en Álava el 21,7%.

A Josefina Arriaga no le extraña para nada esta estadística. Ahora regenta el negocio familiar de cereal en San Vicente de Arana; sin embargo, el trabajo en el campo no es nada nuevo para ella. Desciende de labradores de Luzuriaga, otro pueblo agrícola cercano a Agurain. Y desde que se casó ha gestionado, junto con su marido, su actual explotación en Montaña Alavesa, ahora en sus manos como única titular. “Es complicado gestionar la tierra para una mujer y eso que el cultivo del cereal es más sencillo”, piensa. Cuando su esposo se jubiló, dejaron los campos de patata.

Ni veía ni ve relevo para sus fincas; ninguno de sus dos hijos ha orientado su carrera profesional hacia la agricultura, así que decidió encargarse ella de la tierra. “Hasta que me jubile, de algo hay que vivir”, señala a sus 61 años. “Aún me quedan años de trabajo por delante, aunque tengo suficientes cotizados para dejarlo con 65, y también ganas, porque es duro, después de toda una vida trabajando es duro”, confiesa. “Más, tal y como están ahora las cosas; al final, igual tengo que abandonar el campo antes de los 65, ya que tampoco vamos a estar aquí para perder dinero, y al ritmo que están subiendo los precios..., el abono se ha duplicado, la simiente y los herbicidas están mucho más caros...”, se plantea.

En las tareas diarias del campo tiene ayuda y sus hijos le echan una mano con el papeleo, al igual que su marido en la toma de decisiones; además, otra persona ajena a la familia cosecha el cereal. Con todo, Josefina no ve con optimismo el futuro, ni del campo en general ni de su explotación en particular, que piensa arrendar en cuanto se retire. “En el pueblo hay un par de jóvenes agricultores con buena maquinaria y seguro que van a trabajar mucho porque los agricultores que quedan están a punto de jubilarse; las tierras se van a quedar para una o dos personas en el pueblo y en el valle también; esto va muy mal, muy mal, no sé, no sé, ojalá mejore y vengan agricultores jóvenes, pero...”, duda.

En su opinión, la falta de atractivo del campo tiene mucho que ver con la continua incertidumbre del sector: “nunca sabes lo que vas a sacar, en una empresa sabes qué sueldo vas a cobrar a final de mes, pero aquí no; adelantas la compra del abono, de la simiente, todos los gastos y hay ejercicios malos en los que ganas lo justo para pasar el año; entonces, la gente no se quiere arriesgar porque hay que exponer mucho dinero; nosotros, a nuestra edad, tiramos con los que tenemos, pero una persona joven necesita comprar nuevos tractores y maquinaria que cuesta muchísimo dinero; hay que labrar mucho campo para poder pagar esas cantidades; así que la gente mayor está deseando jubilarse”, opina.

Explica que en el municipio hay una mujer con ganado y otra que regenta una explotación de patatas con el marido, pero agricultoras o ganaderas que por su cuenta tomen la decisión de dedicarse al campo, “no, no, para nada”, dice. “Es muy complicado y mira que yo llevo toda la vida, pero es duro; las que seguimos en esto somos las mismas que estábamos hace treinta años”, añade.

Josefina Arriaga tiene claro que “el trabajo en el campo no resulta atractivo, nadie quiere quedarse, para nada, se han ido todos”, una situación que le apena. Recuerda que cuando se casó había en Harana otros tres o cuatro matrimonios más o menos de su edad en el pueblo dedicados al campo y “era más llevadero; ahora, en cambio, sólo ves gente mayor en las fincas, no ves jóvenes; es triste, como mucho, el hijo de algún agricultor que trabaja fuera, pero sigue llevando las tierras”, apunta.Pagar un precio justo

¿Qué tendría que pasar para volver a lo de antes, para que nuevos labradores se incorporen al sector primario? Piensa Josefina que, entre otras medidas, “no tendrían que dar subvenciones sino pagar el precio que vale el producto porque si el agricultor sabe a cómo va a vender, puede planificar sus inversiones, pero eso no ha ocurrido nunca, nunca hemos sabido a cuánto vamos a cobrar el cereal que vendemos, así que, lo mismo tienes un año bueno que tres malos seguidos después; es duro”, reitera.

Los cerealistas -al igual que muchos otros agricultores y ganaderos- entregan la cosecha en la cooperativa sin saber qué beneficio van a obtener. Sin embargo, “vamos a comprar abono o simiente y rápido te dicen, te va a costar tanto, y tienes que pagar, claro”, compara. Tampoco a día de hoy saben a cuánto van a cobrar el cereal y apenas faltan tres meses para la recolección, y “este año con la subida de precios hemos gastado el doble”, subraya con la vista puesta en unos campos cultivados de cereal y algo de soja, ya que la patata prácticamente ha desaparecido del valle. “A ver si mejora la situación y nos dejan un poco vivir”, desea la jefa de la explotación.