a picaresca ha estado muy presente en los terrenos de juego en la historia del fútbol. Actualmente esas malicias han ido desapareciendo y ya los equipos de fútbol, sobre todo en las categorías nacionales, no sacan producto a esa clase de subterfugios que se han estado empleando hasta no demasiado tiempo atrás.

Famosa era la leyenda, no tan leyenda, de la Real Sociedad en los años 50 y 60 en su viejo campo de Atotxa, cuando le tocaba jugar allí al Real Madrid que contaba en sus filas con uno de los extremos más veloces que ha dado el fútbol, Paco Gento, tío-abuelo del ex albiazul Marcos Llorente. Pues bien, los donostiarras la semana anterior al partido encharcaban las bandas izquierdas de cada parte del campo y entrenaban intensamente sobre ellas, para que el de Guarnizo se encontrase con lo más parecido a un campo de patatas recién sembrado.

Los equipos del sur cuando eran conjuntos norteños los que les visitaban, no regaban ni cortaban la hierba a su terreno de juego en quince días, para que sus rivales, poco acostumbrados a terrenos duros y secos no pudiesen desarrollar su fútbol rápido. En cambio, cuando los equipos del sur jugaban en la cornisa cantábrica los terrenos de juego aparecían encharcados, aunque la mayor de las sequías se estuviese produciendo en las fechas anteriores al encuentro. Por no contar los balones, aquellos balones, que durante la semana previa al partido se sumergían en un balde con agua para que pesasen lo que no está en los escritos y así los sureños no los pudiesen mover a su antojo.

En la temporada 1970-71, el Deportivo Alavés compitiendo en la Primera Regional de Guipúzcoa, tuvo que bregar en terrenos de juego que en algunos de los casos eran lo más parecido a un pantano, habilitado como campo de fútbol, y otros, a comienzos de temporada, un secarral en el que el público asistente no distinguía ni apreciaba las jugadas debido a la polvareda que levantaban los jugadores y el árbitro al correr.

Algunos terrenos ya han desaparecido, casi todos de reducidas dimensiones, pero seguro que suenan sus nombres en la memoria de los albiazules más veteranos: Arana (Ordizia), Etxebarrieta (Andoain), Latxartegi (Legazpia), Alcibar (Azkoitia), Molinao (Pasajes), San Miguel (Mutriku), Txantxilla (Hernani) o Zaldupe (Ondarroa).

Precisamente en el Campo de Zaldupe, en la localidad vizcaína de Ondarroa, transcurre nuestra historia de hoy. El citado campo, ya desaparecido, el actual lleva el mismo nombre y está situado enfrente del antiguo, tenía unas características sui generis. Estaba situado en la desembocadura del río Artibay, formando una ría, y a la hora de las pleamares si había lluvia intensa, el agua entraba al terreno de juego en la zona más cercana a la ría y llegaba a cierta altura del banderín de córner.

Aquel domingo 28 de febrero de 1971 el cielo se abrió desde primeras horas de la mañana y no cesó de echar agua. La lluvia se recrudeció intensamente a la hora del partido y al coincidir el diluvio con una pleamar intensa, el agua entró en Zaldupe convirtiendo gran parte de su terreno de juego en una laguna. En esa zona del campo el agua llegaba por encima de los tobillos de los jugadores y del juez de línea que ocupaba la banda más cercana.

Si a lo anterior se une el desnivel que tenía el campo entre ambas porterías, las líneas marcadas con cal que se habían borrado y el barrizal formado, nos da una imagen dantesca de un partido de fútbol, nada parecido a lo que podemos presenciar actualmente. El Alavés logró arrancar un empate (0-0) a los vizcaínos que se metían en puestos de descenso, ante la indiferencia de sus aficionados que apenas acudieron al partido al declarar la directiva del CD Aurrera Día del Club.

La Voz de España (San Sebastián):

“El Deportivo Alavés sigue de líder indiscutible y, además, invicto a lo largo de las 23 jornadas que se han disputado. Le perjudicó el estado del terreno de juego, que tenía en su superficie grandes lagunas de agua y de barro”.

“Zaldupe es un campo de fútbol de lo más curioso; con su “puente colgante de acceso”, y sus periódicas inundaciones según que la marea suba o baje. También es casualidad que la pleamar alcanzara su punto álgido a la hora del partido”.

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