La agonía concluyó en el Ciutat de Valencia. El final de una pesadilla ciertamente insoportable tras meses de penurias, decepciones y bandazos para el banquillo que, a la postre, han resultado estériles. Los centenares de fieles albiazules desplazados hasta Orriols tuvieron que masticar una de las jornadas más negras y duras en la historia del Glorioso, al que todo el mundo ha abandonado hasta finalizar directamente en el purgatorio de la Segunda.

Ni siquiera ante un rival que tan solo se jugaba la honrilla fue capaz el plantel vitoriano de despojarse esa perniciosa fragilidad lejos de Mendizorroza que le ha condenado a la hoguera. Acabó la temporada en tierras levantinas prácticamente de la única manera que podía hacerlo. Con un descenso cantado que se venía rumiando poco a poco tras una temporada para olvidar a todos los niveles que obligará a tomar decisiones drásticas por parte de las altas esferas en busca de un porvenir más halagüeño.

De tanto jugar con fuego, uno termina quemándose. El Alavés estaba avisado desde hace dos campañas acerca de los riesgos que supone transitar sobre un fino alambre, pero la película no ha variado en exceso durante este curso. El riesgo de despeñarse hacia el vacío era latente y, tras los milagros obrados con López Muñiz y Calleja, los peores indicios se han confirmado esta vez con una plantilla de un nivel sospechoso a la que únicamente Escalante logró dar un salto de calidad en el pasado mercado invernal.

Han faltado buenas dosis de talento sobre el césped, pero salvo en contadas ocasiones al amparo del calor de su duodécimo futbolista en Vitoria también han faltado otros ingredientes que siempre engrandecen la silueta de los equipos modestos como el carácter, el alma y el espíritu guerrillero.

La infausta visita al Levante ilustró perfectamente lo que ha sido una trayectoria repleta de sinsabores. Un equipo angustiado, plano futbolísticamente, endeble para frenar las acometidas granotas, frágil en la vertiente mental desde que recibió el primer golpe tras el tanto de la igualada -obra de Duarte en un saque de esquina- y que, en definitiva, se hundió sin remisión tras el intermedio con una facilidad inexplicable.

El Alavés ni siquiera murió con las botas puestas ni tiró de épica para intentar prolongar algunos días más sus remotas esperanzas de salvación. Velázquez se dedicó a amontonar hombres de ataque en busca del segundo gol (Manu García, Vallejo, Edgar...) pero ello tan solo redundó en un desbarajuste táctico y en un caos salvaje del que se aprovechó el Levante para campar a sus anchas y hurgar en la herida.

Es cierto que el triste signo de los acontecimientos podía haber cambiado con la falta de Lejeune que impactó en el travesaño apenas segundos antes del segundo gol local a cargo de Roger Martí. Jason también pudo haber elevado la ventaja gasteiztarra al final de la primera mitad con un cabezazo. Ello no es óbice para saber que la suerte estaba echada desde hace tiempo.

Los tres puntos de Orriols hubiesen servido para llegar vivo a la última jornada y encomendarse al fortín de Mendizorroza dado que el Cádiz no pasó del empate ante el Real Madrid. Sin embargo, el Glorioso quiso despedirse de Primera División única y exclusivamente por deméritos propios y sin alzar en exceso la voz. Su infame segunda mitad, donde encajó tres goles y se vio atropellado por el Levante, arruinó las últimas esperanzas de obrar el enésimo milagro.

El ‘Glorioso’ se diluyó como un azucarillo tras el empate de Duarte y el caos táctico se hizo patente tras las sustituciones de Velázquez