Mendizorroza, al igual que absolutamente todos los estadios de fútbol del mundo, nunca ha sido un feudo inexpugnable. Sin embargo, desde que José Bordalás ascendió al club a la máxima categoría -y hasta hace no demasiado tiempo-, sí que se había convertido en un escenario en el que, pese a que a lo largo de la temporada se pudiesen perder algunos e, incluso, muchos partidos, el Deportivo Alavés se hacía muy fuerte. Sobre todo, cuando tenía que afrontar una de esas finales no definitivas, pero sí decisivas como la del pasado sábado frente al Granada.
Por desgracia, aunque la afición sí respondió con un ambiente de victoria a la altura de las grandes citas, el Glorioso no lo hizo. De manera sorprendente, además. Porque, si alguien hubiera hecho una encuesta en el momento en que Manu Vallejo marcó el gol que supuso la remontada, nadie en las gradas del Paseo de Cervantes, donde ya se había recobrado la esperanza por una nueva permanencia, hubiese predicho que su equipo no solo no saldría vencedor de la contienda, sino que acabaría cayendo inexplicablemente.
Ahora bien, ese desenlace fue una sorpresa únicamente por la narrativa que se había desarrollado días antes del partido y durante el mismo, pues, si se echa un vistazo a los precedentes, la realidad es que las posibilidades de que el Alavés dejara escapar los tres puntos y perdiera un nuevo tren hacia la salvación eran bastante altas. Y no porque ya le hubiera pasado algo así hace poco, que también -en el Coliseum, ante el Getafe-, sino como consecuencia de lo débil que se ha mostrado el conjunto babazorro como local, exceptuando cinco o seis encuentros, desde que arrancó el campeonato en agosto.
Salvo por la recta final de la temporada pasada, y buena muestra de ello son los resultados, Mendizorroza ha perdido su magia en los últimos dos años. Esa que, como se ha mencionado antes, hacía que el Glorioso se acabara llevando muchos partidos gracias a la atmósfera triunfal que se generaba y que, a pesar de los golpes, sigue apareciendo. Aunque, cabe recordar, no solo ha sido cuestión de números, ya que, en varias ocasiones, los albiazules ni siquiera han podido demostrar que eran ellos los que estaban jugando en casa.
En concreto, el Alavés ha sumado este curso, y ante su afición, nada más que 16 puntos (35,55%) . Un dato que le señala, junto al Granada, como el tercer peor equipo en su estadio de la máxima categoría solo por detrás del Levante (13) y el Cádiz (14), quien, por cierto, recientemente ha despertado en el Nuevo Mirandilla con dos victorias consecutivas que le han servido para abandonar los puestos de descenso.
Esto último, para algunas escuadras que no se caracterizan por su fortaleza como locales tal vez no sería tan preocupante, pero para el cuadro babazorro, que siempre ha dependido de su buen hacer en casa -y hasta se podría decir que es parte de su idiosincrasia-, sí lo es. Más aún cuando, al contrario que en otros lugares, la actitud de quienes están en las gradas no es otra que animar en las buenas y, sobre todo, en las malas.
Para finalizar, si se hace una comparación con campañas anteriores, la remontada que necesita el Alavés para llegar a esos registros es muy difícil o, directamente, imposible. Pues, a falta de cuatro partidos por disputar en Mendizorroza (Rayo, Villarreal, Espanyol y Cádiz), los albiazules tienen, por ejemplo, ocho puntos menos que los 24 con los que se terminaron la campaña pasada, la cual, además, fue la peor como local desde que se regresó a Primera División.
Previamente, con Garitano y Muñiz (2019-20), se lograron 27 puntos en el Paseo de Cervantes; antes, bajo la batuta de Abelardo (2018-19), los gasteiztarras alcanzaron los 29; luego, con Zubeldia, De Biasi y el propio gijonés se llegó a los 28; y, en el primer curso en la élite de esta etapa, Pellegrino también consiguió 29. La tendencia, por tanto, ha ido poco a poco a la baja hasta, en el presente ejercicio, convertirse en un problema.