El Alavés demostró ayer que está hecho de otra pasta y que no va a ser por no intentarlo. Todo lo que le venía dando la espalda se puso ayer de cara en unos 21 minutos finales en Montilivi que fueron mágicos y que pasan a engrosar ya la leyenda de este Glorioso que en los últimos años ya ha protagonizado unas cuantas remontadas de este pelaje. Si allá por el mes de mayo este equipo consigue la permanencia en la máxima categoría, todo el mundo recordará el encuentro de ayer como el punto de inflexión en una trayectoria errática en la que todo estaba saliendo mal. Pero, de repente, se hizo la luz que mantiene viva la llama de la esperanza.
Cuando en el minuto 62 el Girona ponía el 2-0 en el marcador tras dos nuevos graves fallos defensivos, el alavesismo se sumía de nuevo en la desesperanza más honda. Demasiados golpes como para seguir resistiendo de pie. Hasta para el más inmutable era ya prácticamente imposible permanecer impertérrito ante la cascada de sucesos negativos que está viviendo este equipo. Pero justo cuando más hundido estaba, el Alavés sacó a relucir el orgullo, su enorme corazón y una fe que se mantiene inquebrantable para gritar de nuevo bien alto aquello de que El Glorioso nunca se rinde.
Espoleó Abelardo unos cambios que estaban pensados para cambiar la tendencia en el tramo final en el caso de haber mantenido la portería propia a cero, pero que acabaron encendiendo la chispa de la revolución. Primero fue la entrada de un activo Burgui, pero, una vez más, fue Alfonso Pedraza el que cogió la antorcha y le pegó fuego al partido. De una internada del cordobés por la izquierda surgió el primer gol con un doble remate de Ibai; de otra por la derecha, el penalti que el bilbaíno acabaría transformando en el empate. Aún hubo de aparecer un Munir que encarnó a la perfección la fe y la entrega, luchando ya extenuado hasta llevarse un balón en la pelea con la zaga gerundense; a trompicones se lo puso a un Ibai que cerró un triplete, el primero que consigue en la máxima categoría, que queda ya para la historia.
En apenas 21 minutos, los que fueron del 72 hasta el 93, el bilbaíno encadenó tres goles que completaron el esfuerzo de sus compañeros y sirvieron para firmar una remontada que vale su peso en oro.