Vitoria. El Deportivo Alavés volvió a evidenciar ayer que vive con el miedo en el cuerpo y que parece desenvolverse mejor en situaciones de desventaja que cuando ha de manejar una renta que a cualquier equipo le gustaría disfrutar. Lo de perder puntos que parecían ganados en los últimos minutos de sus compromisos ya es un mal de calibre mayor. No en vano, ya son tres las victorias que se han escapado de Mendizorroza cuando ya parecían prácticamente atadas. La primera fue ante el Sabadell; la segunda ante el Tenerife y la tercera, y cabe esperar que última, se vivió ayer frente al Recreativo. Pero, por si fuera poco, cada una ha sido más dolorosa que la anterior. Ante los catalanes se desperdició un gol, dos ante unos chicharreros que buscaron sus opciones y también un par ante unos onubenses que apenas hicieron nada en toda la segunda parte para llevarse algo de Vitoria, pero que se encontraron con dos dianas tirando solo una vez a puerta.

El gol de Antón en el minuto 81 metió el miedo en el cuerpo de todo el alavesismo, el que estaba sobre el césped y el que se encontraba en la grada. Los fantasmas del pasado estaban demasiado cercanos como para olvidarlos. Y ni unos ni otros demostraron haber asimilado ese desastroso episodio. Otra vez un equipo timorato, incapaz de aplicar serenidad y de utilizar la cabeza en vez del corazón. Y es que las piernas corrieron mucho más que las ideas, nulas de nuevo a la hora de gestionar un final en el que los nervios camparon a sus anchas hasta que se consumó la desgracia.

Ya ante el Tenerife evidenció el equipo una preocupante falta de oficio para leer el partido y llevarlo a su territorio. Manejar el balón con calma, echar mano del otro fútbol, estirar las posesiones, forzar faltas, parar el reloj... Nada de eso, ya que aquel fue un ejercicio que en muchas ocasiones pareció una desbandada, con un equipo roto en dos, con unos jugadores empecinados en irse al ataque y otros completamente hundidos atrás.

El episodio de ayer fue todavía más calamitoso, ya que el Recreativo ni siquiera echó para atrás a los vitorianos, que se diluyeron ellos solos y se metieron en un lío morrocotudo en un partido que ya estaba completamente muerto. Pero llegó una acción aislada, una mala defensa y el gol de Antón. Y con diez minutos por jugarse, los miedos se apoderaron de Mendizorroza hasta que el Decano logró un empate que, para colmo de males, le regaló el Alavés con gol en propia puerta.